Los burros resisten, estoicos, las ironías que los humanos perpetran, en su nombre, contra el prójimo -de los humanos-. Verbigracia, que la denominación que desde el sexto día de la Creación (cuando el hombre puso los nombres al resto de las creaturas) corresponde al cuadrúpedo del género de los mamíferos y la especie de los solípedos, se aplique, alevosamente -dice el diccionario- al "hombre o niño bruto e incivil"; o que se denomine "burrada" a cualquier dicho o hecho necio y brutal, o "burricie" la torpeza o rudeza dizque características de los pollinos.
Los burros no merecen tanta saña. Ni tanta soberbia... Los burros, como nos recuerda Alfonso Castelao -un clásico de las letras gallegas, casi desconocido por los lectores de lengua castellana-, nos enseñan que "Los hombres (...) quisieran (...) ser leones, tigres, lobos... justamente porque son más burros que los leones, los tigres, que los lobos. Por eso la palabra ‘burro’ es una etiqueta insultante para ellos".
"No nos quieren -reflexiona el asno de Castelao- porque ven en nosotros las virtudes de los hombres de bien. Somos amigos de los pobres, amparo de los mendigos; hemos llevado sobre nuestras costillas a Nuestro Señor y a San Francisco de Asís... pero jamás hemos llevado a un guerrero".
Los burros merecen la promesa de Juan Ramón Jiménez a Platero: "Si te mueres antes que yo (...), te enterraré al pie del pino grande y redondo del huerto de la Piña, que a ti tanto te gusta. Estarás al lado de la vida alegre y serena. Los niños jugarán y coserán las niñas en sus sillitas bajas a tu lado. Sabrás los versos que la soledad me traiga. Oirás cantar a las muchachas cuando lavan en el naranjal, y el ruido de la noria será gozo y frescura de tu paz eterna...".
Jaime García Elías, periodista y conductor radiofónico
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 16 de abril de 2007).
Tu casa vista por el comprador:
Tu casa vista por el banco:
Tu casa vista por el valuador:
Tu casa vista por el gobierno cuando fija el impuesto predial:
(En Facebook el 13 de agosto de 2020).
La igualdad de oportunidades es una idea relacionada con la justicia social, basada en el principio de que todas las personas, en nuestro estado natural, somos iguales, y por lo tanto debemos tener las mismas posibilidades de acceder al bienestar social y, por supuesto, poseer los mismos derechos políticos, para lo cual se han establecido mecanismos que prohíben la discriminación por motivos de raza, sexo, etnia, edad, religión o identidad sexual.
Esta idea es usada y explotada por la clase política sin hacer ver a la sociedad (porque en la mercadotecnia electoral no conviene) que las desigualdades económicas y sociales son inevitables, y a lo más que podemos aspirar es a reducirlas.
Hay mucho que hacer para que todos contemos con un mismo punto de partida en la vida, lo cual tiene que ver con los niveles educativos y de salud, así como con la posición social y económica de nacimiento. Sin embargo, hay que reconocer que igualdad de oportunidades no significa igualdad de resultados.
Cuando hablamos de mismos puntos de partida o piso parejo para todos, siempre estaremos hablando de mínimos, es decir, de lo que consideramos el mínimo nivel educativo, cultural, económico o de salud que se requiere para que cualquiera, sin ser discriminado por alguna causa, de acuerdo con sus capacidades y esfuerzos personales, pueda superarse a sí mismo y lograr la autosuficiencia.
Si hoy fuese el día 1, el día en que todos al mismo tiempo, y en igualdad de circunstancias, iniciáramos la carrera por la superación y el desarrollo personal, no pasaría mucho tiempo para encontrarnos desiguales. En muy poco tiempo unos habrán logrado avanzar mucho más que otros en los diferentes campos del quehacer humano; otros se habrán quedado como empezaron, y otros más no sólo no habrán mejorado nada, sino que habrán empeorado su situación de origen, desigualdades que se habrán producido debido a esfuerzos o capacidades diferentes, a talentos especiales, e inclusive hasta por el azar.
La verdad es que la igualdad es una utopía. Siempre habrá alguien más arriba de nosotros y alguien más abajo. Siempre podremos estar mejor y siempre también podremos estar peor.
A lo más que podemos aspirar como sociedad es a ciertos niveles mínimos educativos, económicos y de salud que permitan llevar una vida digna.
Lo que hace falta es definir claramente y sin ambages esos mínimos, y exigir a los gobernantes en turno, del partido que sea, dar pasos en dirección hacia su logro.
Las desigualdades se deben reducir, sí, pero subiendo a los de abajo en lugar de bajar a los de arriba, sin atacar a los que más tienen como si tuviesen que pedir perdón por haber tenido éxito, y sin pedir a los más pobres que renuncien a tener más de un par de zapatos, so pena de convertirse en despreciables aspiracionistas, como parece ser la filosofía de pobreza franciscana que el presidente y su 4T quieren para todos, menos para los suyos, claro está.
Mejor definamos los mínimos dignos sin satanizar los máximos, cuya búsqueda es además la que logra el progreso de la humanidad en todos los campos. Definamos el mínimo educativo, el mínimo económico, los mínimos servicios de salud, los mínimos estándares de calidad de todos los servicios públicos, con los avances de la ciencia y tecnologías del siglo XXI, no con las de la época de Benito Juárez, en la que el presidente parece querer congelar la vida de los mexicanos.
Pongámonos de acuerdo todos en los mínimos básicos a los que toda persona tiene derecho, para que, a partir de ellos, las únicas causas de las inevitables desigualdades sean el talento y esfuerzo personal, y para que el éxito ajeno no sea visto como algo injusto, sino como algo meritorio, motivo de admiración y ejemplo a seguir.
Ricardo Elías, arquitecto y empresario