El hombre que plantó árboles y creció felicidad.


Por Jean Giono.

Jean Giono escribió diversas obras líricas y pacifistas y tradujo "Moby Dick" al francés. En castellano han aparecido "La piedad solitaria" (Magisterio Español), "El canto del mundo" (Fontamara) y "Jean Le Bleu" (Trieste), en cuya contraportada leemos este fragmento:

-Se podrá ir a la Luna, pero nada cambiará.

-¿Tú crees? -dijo mi padre- ¿Por qué?

-Porque la felicidad del hombre está en los pequeños valles.

"El hombre que plantó árboles y creció felicidad" transcurre en los alrededores de Vergons, muy conocidos por el autor, que nació y vivió en Manosque, ciudad de los Bajos Alpes. El paisaje, el clima y la situación coinciden rigurosamente con la realidad (Vergons está en la carretera que une Digne y Niza por el interior, al norte de la Corniche Sublime y las gargantas de Verdon) lo que hace muy "intrigante" su relato... Esas son nuestras averiguaciones, así que si alguien consigue acercarse, hacer piragüismo en las gargantas o preparar una tesis sobre el lugar, ¡bienvenido!

Traducción: Sharada y Ramón Roselló.


Si uno quiere descubrir cualidades realmente excepcionales en el carácter de un ser humano, debe tener el tiempo o la oportunidad de observar su comportamiento durante varios años. Si este comportamiento no es egoísta, si está presidido por una generosidad sin límites, si es tan obvio que no hay afán de recompensa, y además ha dejado una huella visible en la tierra, entonces no cabe equivocación posible.

Hace cuarenta años hice un largo viaje a pie a través de montañas completamente desconocidas por los turistas, atravesando la antigua región donde los Alpes franceses penetran en la Provenza. Cuando empecé mi viaje por aquel lugar todo era estéril y sin color, y la única cosa que crecía era la planta conocida como lavanda silvestre.

Cuando me aproximaba al punto más elevado de mi viaje, y tras caminar durante tres días, me encontré en medio de una desolación absoluta y acampé cerca de los vestigios de un pueblo abandonado. Me había quedado sin agua el día anterior, y por lo tanto necesitaba encontrar algo de ella. Aquel grupo de casas, aunque arruinadas como un viejo nido de avispas, sugerían que una vez hubo allí un pozo o una fuente. La había, desde luego, pero estaba seca. Las cinco o seis casas sin tejados, comidas por el viento y la lluvia, la pequeña capilla con su campanario desmoronándose, estaban allí, aparentemente como en un pueblo con vida, pero ésta había desaparecido.

Era un día de junio precioso, brillante y soleado, pero sobre aquella tierra desguarnecida el viento soplaba, alto en el cielo, con una ferocidad insoportable. Gruñía sobre los cadáveres de las casas como un león interrumpido en su comida... Tenía que cambiar mi campamento.

Tras cinco horas de andar, todavía no había hallado agua y no existía señal alguna que me diera esperanzas de encontrarla. En todo el rededor reinaba la misma sequedad, las mismas hierbas toscas. Me pareció vislumbrar en la distancia una pequeña silueta negra vertical, que parecía el tronco de un árbol solitario. De todas formas me dirigí hacia él. Era un pastor. Treinta ovejas estaban sentadas cerca de él sobre la ardiente tierra.

Me dio un sorbo de su calabaza-cantimplora, y poco después me llevó a su cabaña en un pliegue del llano. Conseguía el agua -agua excelente- de un pozo natural y profundo encima del cual había construido un primitivo torno.

El hombre hablaba poco, como es costumbre de aquellos que viven solos, pero sentí que estaba seguro de sí mismo, y confiado en su seguridad. Para mí esto era sorprendente en ese país estéril. No vivía en una cabaña, sino en una casita hecha de piedra, evidenciadora del trabajo que él le había dedicado para rehacer la ruina que debió encontrar cuando llegó. El tejado era fuerte y sólido. Y el viento, al soplar sobre él, recordaba el sonido de las olas del mar rompiendo en la playa.

La casa estaba ordenada, los platos lavados, el suelo barrido, su rifle engrasado, su sopa hirviendo en el fuego. Noté que estaba bien afeitado, que todos sus botones estaban bien cosidos y que su ropa había sido remendada con el meticuloso esmero que oculta los remiendos. Compartimos la sopa, y después, cuando le ofrecí mi petaca de tabaco, me dijo que no fumaba. Su perro, tan silencioso como él, era amigable sin ser servil.

Desde el principio se daba por supuesto que yo pasaría la noche allí. El pueblo más cercano estaba a un día y medio de distancia. Además, ya conocía perfectamente el tipo de pueblo de aquella región... Había cuatro o cinco más de ellos bien esparcidos por las faldas de las montañas, entre agrupaciones de robles albares, al final de carreteras polvorientas. Estaban habitados por carboneros, cuya convivencia no era muy buena. Las familias, que vivían juntas y apretujadas en un clima excesivamente severo, tanto en invierno como en verano, no encontraban solución al incesante conflicto de personalidades. La ambición territorial llegaba a unas proporciones desmesuradas, en el deseo continuo de escapar del ambiente. Los hombres vendían sus carretillas de carbón en el pueblo más importante de la zona y regresaban. Las personalidades más recias se limaban entre la rutina cotidiana. Las mujeres, por su parte, alimentaban sus rencores. Existía rivalidad en todo, desde el precio del carbón al banco de la iglesia. Y encima de todo estaba el viento, también incesante, que crispaba los nervios. Había epidemias de suicidio y casos frecuentes de locura, a menudo homicida.

Había transcurrido una parte de la velada cuando el pastor fue a buscar un saquito del que vertió una montañita de bellotas sobre la mesa. Empezó a mirarlas una por una, con gran concentración, separando las buenas de las malas. Yo fumaba en mi pipa. Me ofrecí para ayudarle. Pero me dijo que era su trabajo. Y de hecho, viendo el cuidado que le dedicaba, no insistí. Esa fue toda nuestra conversación. Cuando ya hubo separado una cantidad suficiente de bellotas buenas, las agrupó de diez en diez, mientras iba quitando las más pequeñas o las que tenían grietas, pues ahora las examinaba más detenidamente. Cuando hubo seleccionado cien bellotas perfectas, descansó y se fue a dormir.

Se sentía una gran paz estando con ese hombre, y al día siguiente le pregunté si podía quedarme allí otro día más. Él lo encontró natural, o para ser más preciso, me dio la impresión de que no había nada que pudiera alterarle. Yo no quería quedarme para descansar, sino porque me interesó ese hombre y quería conocerle mejor. Él abrió el redil y llevó su rebaño a pastar. Antes de partir, sumergió su saco de bellotas en un cubo de agua.

Me di cuenta de que en lugar de cayado, se llevó una varilla de hierro tan gruesa como mi pulgar y de metro y medio de largo. Andando relajadamente, seguí un camino paralelo al suyo sin que me viera. Su rebaño se quedó en un valle. Él lo dejó a cargo del perro, y vino hacia donde yo me encontraba. Tuve miedo de que quisiera censurarme por mi indiscreción, pero no se trataba de eso en absoluto: iba en esa dirección y me invitó a ir con él si no tenía nada mejor que hacer. Subimos a la cresta de la montaña, a unos cien metros.

Allí empezó a clavar su varilla de hierro en la tierra, haciendo un agujero en el que introducía una bellota para cubrirlo después. Estaba plantando un roble. Le pregunté si esa tierra le pertenecía, pero me dijo que no. ¿Sabía de quién era?. No, tampoco. Suponía que era propiedad de la comunidad, o tal vez pertenecía a gente desconocida. No le importaba en absoluto saber de quién era. Plantó las bellotas con el máximo esmero. Después de la comida del mediodía reemprendió su siembra. Deduzco que fui bastante insistente en mis preguntas, pues accedió a responderme. Había estado plantado cien árboles al día durante tres años en aquel desierto. Había plantado unos cien mil. De aquellos, sólo veinte mil habían brotado. De éstos esperaba perder la mitad por culpa de los roedores o por los designios imprevisibles de la Providencia. Al final quedarían diez mil robles para crecer donde antes no había crecido nada.

Entonces fue cuando empecé a calcular la edad que podría tener ese hombre. Era evidentemente mayor de cincuenta años. Cincuenta y cinco me dijo. Su nombre era Elzeard Bouffier. Había tenido en otro tiempo una granja en el llano, donde tenía organizada su vida. Perdió su único hijo, y luego a su mujer. Se había retirado en soledad, y su ilusión era vivir tranquilamente con sus ovejas y su perro. Opinaba que la tierra estaba muriendo por falta de árboles. Y añadió que como no tenía ninguna obligación importante, había decidido remediar esta situación.

Como en esa época, a pesar de mi juventud, yo llevaba una vida solitaria, sabía entender también a los espíritus solitarios. Pero precisamente mi juventud me empujaba a considerar el futuro en relación a mí mismo y a cierta búsqueda de la felicidad. Le dije que en treinta años sus robles serían magníficos. Él me respondió sencillamente que, si Dios le conservaba la vida, en treinta años plantaría tantos más, y que los diez mil de ahora no serían más que una gotita de agua en el mar.

Además, ahora estaba estudiando la reproducción de las hayas y tenía un semillero con hayucos creciendo cerca de su casita. Las plantitas, que protegía de las ovejas con una valla, eran preciosas. También estaba considerando plantar abedules en los valles donde había algo de humedad cerca de la superficie de la tierra.

Al día siguiente nos separamos.

Un año más tarde empezó la Primera Guerra Mundial, en la que yo estuve enrolado durante los siguientes cinco años. Un "soldado de infantería" apenas tenía tiempo de pensar en árboles, y a decir verdad, la cosa en sí hizo poca impresión en mí. La había considerado como una afición, algo parecido a una colección de sellos, y la olvidé.

Al terminar la guerra sólo tenía dos cosas: una pequeña indemnización por la desmovilización, y un gran deseo de respirar aire freco durante un tiempo. Y me parece que únicamente con este motivo tomé de nuevo la carretera hacia la "tierra estéril".

El paisaje no había cambiado. Sin embargo, más allá del pueblo abandonado, vislumbré en la distancia un cierto tipo de niebla gris que cubría las cumbres de las montañas como una alfombra. El día anterior había empezado de pronto a recordar al pastor que plantaba árboles. "Diez mil robles -pensaba- ocupan realmente bastante espacio". Como había visto morir a tantos hombres durante aquellos cinco años, no esperaba hallar a Elzeard Bouffier con vida, especialmente porque a los veinte años uno considera a los hombres de más de cincuenta como personas viejas preparándose para morir... Pero no estaba muerto, sino más bien todo lo contrario: se le veía extremadamente ágil y despejado; había cambiado sus ocupaciones y ahora tenía solamente cuatro ovejas, pero en cambio cien colmenas. Se deshizo de las ovejas porque amenazaban los árboles jóvenes. Me dijo -y vi por mí mismo- que la guerra no le había molestado en absoluto. Había continuado plantando árboles imperturbablemente. Los robles de 1910 tenían entonces diez años y eran más altos que cualquiera de nosotros dos. Ofrecían un espectáculo impresionante. Me quedé con la boca abierta, y como él tampoco hablaba, pasamos el día en entero silencio por su bosque. Las tres secciones medían once kilómetros de largo y tres de ancho. Al recordar que todo esto había brotado de las manos y del alma de un hombre solo, sin recursos técnicos, uno se daba cuenta de que los humanos pueden ser también efectivos en términos opuestos a los de la destrucción...

Había perseverado en su plan, y hayas más altas que mis hombros, extendidas hasta el límite de la vista, lo confirmaban. Me enseñó bellos parajes con abedules sembrados hacía cinco años (es decir, en 1915), cuando yo estaba luchando en Verdún. Los había plantado en todos los valles en los que había intuido -acertadamente- que existía humedad casi en la superficie de la tierra. Eran delicados como chicas jóvenes, y estaban además muy bien establecidos.

Parecía también que la naturaleza había efectuado por su cuenta una serie de cambios y reacciones, aunque él no las buscaba, pues tan sólo proseguía con determinación y simplicidad en su trabajo. Cuando volvimos al pueblo, vi agua corriendo en los riachuelos que habían permanecido secos en la memoria de todos los hombres de aquella zona. Este fue el resultado más impresionante de toda la serie de reacciones: los arroyos secos hacía mucho tiempo corrían ahora con un caudal de agua fresca. Algunos de los pueblos lúgubres que menciono anteriormente se edificaron en sitios donde los romanos habían construido sus poblados, cuyos trazos aún permanecían. Y arqueólogos que habían explorado la zona habían encontrado anzuelos donde en el siglo XX se necesitaban cisternas para asegurar un mínimo abastecimiento de agua.

El viento también ayudó a esparcir semillas. Y al mismo tiempo que apareció el agua, también lo hicieron sauces, juncos, prados, jardines, flores y una cierta razón de existir. Pero la transformación se había desarrollado tan gradualmente que pudo ser asumida sin causar asombro. Cazadores adentrándose en la espesura en busca de liebres o jabalíes, notaron evidentemente el crecimiento repentino de pequeños árboles, pero lo atribuían a un capricho de la naturaleza. Por eso nadie se entrometió con el trabajo de Elzeard Bouffier. Si él hubiera sido detectado, habría tenido oposición. Pero era indetectable. Ningún habitante de los pueblos, ni nadie de la administración de la provincia, habría imaginado una generosidad tan magnífica y perseverante.

Para tener una idea más precisa de este excepcional carácter no hay que olvidar que Elzeald trabajó en una soledad total, tan total que hacía el final de su vida perdió el hábito de hablar, quizá porque no vio la necesidad de éste.

En 1933 recibió la visita de un guardabosques que le notificó una orden prohibiendo encender fuego, por miedo a poner en peligro el crecimiento de este bosque natural. Esta era la primera vez -le dijo el hombre- que había visto crecer un bosque espontáneamente. En ese momento, Bouffier pensaba plantar hayas en un lugar a 12 km. de su casa, y para evitar las idas y venidas (pues contaba entonces 75 años de edad), planeó construir una cabaña de piedra en la plantación. Y así lo hizo al año siguiente.

En 1935 una delegación del gobierno se desplazó para examinar el "bosque natural". La componían un alto cargo del Servicio de Bosques, un diputado y varios técnicos. Se estableció un largo diálogo completamente inútil, decidiéndose finalmente que algo se debía hacer... y afortunadamente no se hizo nada, salvo una única cosa que resultó útil: todo el bosque se puso bajo la protección estatal, y la obtención del carbón a partir de los árboles quedó prohibida. De hecho era imposible no dejarse cautivar por la belleza de aquellos jóvenes árboles llenos de energía, que a buen seguro hechizaron al diputado.

Un amigo mío se encontraba entre los guardabosques de esa delegación y le expliqué el misterio. Un día de la semana siguiente fuimos a ver a Elzeard Bouffier. Lo encontramos trabajando duro, a unos diez kilómetros de donde había tenido lugar la inspección.

El guardabosques sabía valorar las cosas, pues sabía cómo mantenerse en silencio. Yo le entregué a Elzeard los huevos que traía de regalo. Compartimos la comida entre los tres y después pasamos varias horas en contemplación silenciosa del paisaje...

En la misma dirección en la que habíamos venido, las laderas estaban cubiertas de árboles de seis a siete metros de altura. Al verlos recordaba aún el aspecto de la tierra en 1913, un desierto... y ahora, una labor regular y tranquila, el aire de la montaña fresco y vigoroso, equilibrio y, sobre todo, la serenidad de espíritu, habían otorgado a este hombre anciano una salud maravillosa. Me pregunté cuántas hectáreas más de tierra iba a cubrir con árboles.

Antes de marcharse, mi amigo hizo una sugerencia breve sobre ciertas especies de árboles para los que el suelo de la zona estaba especialmente preparado. No fue muy insistente, "por la buena razón -me dijo más tarde- de que Bouffier sabe de ello más que yo". Pero, tras andar un rato y darle vueltas en su mente, añadió: "¡y sabe mucho más que cualquier persona, pues ha descubierto una forma maravillosa de ser feliz!"

Fue gracias a ese hombre que no sólo la zona, sino también la felicidad de Bouffier fue protegida. Delegó tres guardabosques para el trabajo de proteger la foresta, y les conminó a resistir y rehusar las botellas de vino, el soborno de los carboneros.

El único peligro serio ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial. Como los coches funcionaban con gasógeno, mediante generadores que quemaban madera, nunca había leña suficiente. La tala de robles empezó en 1940, pero la zona estaba tan lejos de cualquier estación de tren que no hubo peligro. El pastor no se enteraba de nada. Estaba a treinta kilómetros, plantando tranquilamente, ajeno a la guerra de 1939 como había ignorado la de 1914.

Vi a Elzeard Bouffier por última vez en junio de 1945. Tenía entonces ochenta y siete años. Volví a recorrer el camino de la "tierra estéril"; pero ahora en lugar del desorden que la guerra había causado en el país, un autobús regular unía el valle del Durance y la montaña. No reconocí la zona, y lo atribuí a la relativa rapidez del autobús... Hasta que vi el nombre del pueblo no me convencí de que me hallaba realmente en aquella región, donde antes sólo había ruinas y soledad. El autobús me dejó en Vergons. En 1913 este pueblecito de diez o doce casas tenía tres habitantes, criaturas algo atrasadas que casi se odiaban una a otra, subsistiendo de atrapar animales con trampas, próximas a las condiciones del hombre primitivo. Todos los alrededores estaban llenos de ortigas que serpenteaban por los restos de las casas abandonadas. Su condición era desesperanzadora, y una situación así raramente predispone a la virtud.

Todo había cambiado, incluso el aire. En vez de los vientos secos y ásperos que solían soplar, ahora corría una brisa suave y perfumada. Un sonido como de agua venía de la montaña. Era el viento en el bosque; pero más asombroso era escuchar el auténtico sonido del agua moviéndose en los arroyos y remansos. Vi que se había construido una fuente que manaba con alegre murmullo, y lo que me sorprendió más fue que alguien había plantado un tilo a su lado, un tilo que debería tener cuatro años, ya en plena floración, como símbolo irrebatible de renacimiento.

Además, Vergons era el resultado de ese tipo de trabajo que necesita esperanza, la esperanza que había vuelto. Las ruinas y las murallas ya no estaban, y cinco casas habían sido restauradas. Ahora había veinticinco habitantes. Cuatro de ellos eran jóvenes parejas. Las nuevas casas, recién encaladas, estaban rodeadas por jardines donde crecían vegetales y flores en una ordenada confusión. Repollos y rosas, puerros y margaritas, apios y anémonas hacían al pueblo ideal para vivir.

Desde ese sitio seguí a pie. La guerra, al terminar, no había permitido el florecimiento completo de la vida, pero el espíritu de Elzeard permanecía allí. En las laderas bajas vi pequeños campos de cebada y de arroz; y en el fondo del valle verdeaban los prados.

Sólo fueron necesarios ocho años desde entonces para que todo el paisaje brillara con salud y prosperidad. Donde antes había ruinas, ahora se encontraban granjas; los viejos riachuelos, alimentados por las lluvias y las nieves que el bosque atrae, fluían de nuevo. Sus aguas alimentaban fuentes y desembocan sobre alfombras de menta fresca. Poco a poco, los pueblecitos se habían revitalizado. Gentes de otros lugares donde la tierra era más cara se habían instalado allí, aportando su juventud y su movilidad. Por las calles uno se topaba con hombres y mujeres vivos, chicos y chicas que empezaban a reír y que habían recuperado el gusto por las excursiones. Si contábamos la población anterior, irreconocible ahora que gozaba de cierta comodidad, más de diez mil personas debían en parte su felicidad a Elzeard Bouffier.

Por eso, cuando reflexiono en aquel hombre armado únicamente por sus fuerzas físicas y morales, capaz de hacer surgir del desierto esa tierra de Canaan, me convenzo de que a pesar de todo la humanidad es admirable. Cuando reconstruyo la arrebatadora grandeza de espíritu y la tenacidad y benevolencia necesaria para dar lugar a aquel fruto, me invade un respeto sin límites por aquel hombre anciano y supuestamente analfabeto, un ser que completó una tarea digna de Dios. (Elzeard Bouffier murió pacíficamente en 1947 en el hospicio de Banon).

Artículo publicado en la revista "Integral".


Plantar un árbol encierra un mensaje muy claro: con ese simple acto usted puede mejorar su hábitat. La población cobra así conciencia de que puede influir en su entorno, y ello es un primer paso hacia una mayor paricipación en la vida de la sociedad. Todo el mundo puede ver los árboles que hemos plantado, son por ello los mejores embajadores de nuestro movimiento.

Wangari Maathai, Premio Nobel de la Paz 2004, iniciadora del Movimiento Cinturón Verde, actualmente (marzo de 2005) ministra adjunta de Medio Ambiente, Recursos Naturales y Vida Silvestre de Kenia


En mi huerto los nogales retoñan por unanimidad.

Lo hacen todos a la vez, como si algún secreto acuerdo hubiera entre ellos. Apenas ayer los miré con el negror que su ramaje adquiere en invierno, y hoy que salí a encontrarme con el sol los vi estrenando un capisayo de un verde leve como una insinuación de verde. Tendrán en unos días la pompa de una cúpula esmeralda, y será el huerto una gozosa convención de catedrales glaucas. Iré entre los nogales, y ellos me reconocerán igual que reconozco yo a cada uno de ellos.

Solo en el huerto, sin testigos falsos, les hablo en voz bajita a los nogales. Los saludo con el saludo que da el amigo que regresa. Y soy tan poco hombre, tan poquito, que no los abrazo uno a uno porque me da vergüenza. Si alguna vez alcanzo plenitud de humanidad abrazaré a estos árboles queridos, y a ellos me abrazaré por ver si algo se pasa a mí de su bondad.

¡Hasta mañana!...

Armando Fuentes Aguirre "Catón"
(V.pág.9A del periódico Mural del 31 de marzo de 2005).


Todos los árboles del mundo son mis amigos y los tuyos también, lector amable. Cuando veo esas extensiones que fueron bosques, convertidas en espacios donde se amontonan ramas y trozos de lo que fueron árboles, siento como un fuerte y doloroso golpe en el pecho y me digo: "Nos han robado... nos han herido... nos van matando".

Esto me lleva a un árbol, maculis en especial, que fue plantado en una avenida cercana a donde yo vivía. Lo vi chiquito, protegido por una especie de jaula de madera que lo rodeaba, evitaba no sólo que algún paseante lo dañara sino que, además, protegía su futuro.

Siempre que iba por su cercanía lo buscaba y veía cómo iba creciendo, formaba parte de la fila de árboles de la avenida, con el tiempo se convirtió en un árbol frondoso cuyas ramas se unían a las de enfrente formando una especie de florido túnel.

Alto árbol, cuando cumplió 20 años ya era un bello ejemplar adulto. Los árboles con suerte viven casi una eternidad. Mas no todos los árboles la tienen.

Varias veces he pensado que, que si al mismo tiempo que mi árbol amigo hubieran sido plantados muchos otros árboles en esos terrenos que los taladores dejan pelados ahora habría varios hermosos bosques donde hoy hace la erosión su obra destructiva.

¡Cuántas veces nos hemos enterado de los hombres que están destruyendo los hermosos bosques de México y del mundo! Un árbol caído es un espectáculo triste y muchos mueren por el hacha del ambicioso que pretende hacerse rico con la madera. ¿No hay modo de detenerlos a todos o hay complicidad?

No cabe duda de que esos individuos que matan bosques en provecho propio, con la intención de enriquecerse hoy, no piensan en el futuro y les importa muy poco saber que todos los árboles que tiran no son únicamente de los mexicanos de hoy, sino de todos los que han de sucedernos.

Muy bien sería que alguna vez se pensara en serio en esos hombres del mañana. Si la situación no se remedia, nacerán en una patria sin bosques, sin aire puro y llena de charcos de agua contaminada que podrían ser cristalinas lagunas. A eso puede reducirse la herencia que la imprevisión y la ambición de la actualidad les dejará.

Debemos de crear y cuidar hermosos bosques. Hay quienes se dedican a ello, lo que pasa es que a esto le dan poca propaganda o tenemos prisa y no nos detenemos en recrearnos que a lo mejor esta situación puede tener remedio.

Los árboles no sólo purifican el aire y dan madera y sombra y frutos, además evitan la erosión de las tierras. La tierra fértil sin la protección de las raíces de los árboles que la aferran va deslizándose y tal vez las aguas de un río cercano se llena del polvillo rojizo que es todo un tesoro.

Amigos árboles, que la gente que puebla la Tierra aprenda y sienta en lo hondo de su ser que vosotros también sois pobladores del planeta y que os protejan, defiendan y multipliquen.

Gabriel Paz, escritora
(V.pág.4-A del periódico El Informador del 30 de abril de 2008).


El Señor Árbol

Tiene 67 años y una energía que muchos jóvenes quisieran. En su vida ha hecho muchas cosas y una de ellas ha sido ayudar a mejorar el medio ambiente de la zona metropolitana de Guadalajara.

Óscar Alfredo Hernández Ramírez ha plantado con sus manos más de 3,000 árboles desde hace 12 años, trabajo altruista y desinteresado por el que le dieron el apodo de "Señor Árbol".

Desde 2013, Hernández Ramírez documenta cada ejemplar que deja en alguna parte de la ciudad. En los últimos 3 años y medio, el hombre ha plantado 622 árboles con registro fotográfico y una bitácora que él mismo lleva en libretas y fichas.

"Cuando yo tenía 5 años, mi mamá me mandaba a plantar árboles. De ahí me nació el gusto por el medio ambiente. Nosotros somos de Aguascalientes, pero llegamos a Guadalajara en 1969. También a mi hermano le nació hacer mucho por los árboles e hizo un vergel en una zona árida en Chihuahua".

Cada árbol ha sido plantado con sus propios materiales y manos. A donde quiera que va, carga con su herramienta en la cajuela de su coche: su pala, azadón, un rastrillo y una barra de ocho kilogramos, entre otros utensilios.

Son incontables las zonas donde está la mano de Óscar, una de ellas es el camellón de Juan Pablo II, casi en el cruce con Circunvalación. Ahí ha plantado majaguas y san josés de la montaña, los cuales lucen verdes y grandes.

"Con el tiempo he aprendido que el fresno no es conveniente. El San José de la montaña o pingüica, por ejemplo, son árboles muy verdes, necesitan poca agua. Y la majagua da una flor anaranjada y amarilla que se ven preciosas, tampoco necesitan mucha agua".

Óscar trabaja en una empresa de refrigeración, tiene familia y otras actividades, pero su vida son los árboles, sus cuidados y la lucha contra la hormiga arriera o chancharra, que pueden acabar con los árboles "en un 2 por 3". De 7 días de la semana, seis dedica un tiempo para plantar árboles y a sus cuidados.

Desde que le declaró la guerra a la hormiga arrirera, Óscar Alfredo Hernández Ramírez, ha logrado salvar miles de árboles de Guadalajara, al detenerse a mirar si los árboles tienen plaga y colocarles un hormiguicida que él paga y que no es nada barato: cuesta 1,200 el costal.

Para Hernández Ramírez no sólo se trata de plantar los árboles, también carga agua para regar los que ha plantado en los últimos meses y que crezcan sanos.

No es raro que vaya en su automóvil y se pare para caminar e ir a regar un árbol que vea que no tiene agua o tenga problema de hormigas.

"El árbol que ya creció, ya no necesita nada, pero con los que he plantado este año, sí estoy detrás de ellos, poniéndoles agua, fertilizante y hormiguicida".

Pese a que hace una labor sin cobrar, en ocasiones ha tenido que luchar contra funcionarios o personas a las que no les gusta su trabajo.

"Me he desmoralizado muchas veces, hasta llorar de impotencia; en la pasada administración me tumbaron 98 árboles en San Jacinto, de la Glorieta del Charro hacia Gómez Farías, nada más porque no me cuadré con él, pero ya volví a plantar ahora 110 árboles en esa zona de los árboles que me ha dado el ingeniero Juan Luis Sube, de Medio Ambiente de Guadalajara, quien me ha dado árboles sin ningún miramiento".

"Plantar árboles es como mi gimnasio gratis, me levanto tempranito para ir a plantarlos, cuidarlos, y es como si pusiera hoteles nuevos para los pájaros, es decir, cualquier árbol que uno ponga va a servir al entorno, y no se diga para bajar la contaminación".

De enero a agosto, la asociación Extra A.C. ha plantado alrededor de 40,000 árboles en diferentes espacios.

La meta de 2016 es llegar a 100,000 árboles en todo el año, sin embargo, en toda la historia de Extra A.C., de 2005 a la fecha, se han plantado 2 millones de árboles en toda la zona metropolitana de Guadalajara, informó su directora, Martha Arreola.

El programa de Bosques Urbanos de Extra nació con la finalidad de que la zona metropolitana de Guadalajara tuviera más áreas verdes, y poder mitigar el déficit de árboles y espacios arbolados.

La última reforestación se hizo de manera simultánea, en puntos como el Bosque El Centinela, Bosque El Nixticuil y en el vivero de Extra A.C., en el Bosque Los Colomos.

La estimación de supervivencia en árboles adoptados por ciudadanos es de 91%, de acuerdo con datos que la asociación ha recabado a lo largo de los años.

(V.pág.8-A del periódico El Informador del 19 de septiembre de 2016).

Con satisfacción muestra parte de los 165 árboles plantados en menos de un año en el camellón de las arterias San Jacinto y San Rafael, "todos vivitos y coleando", destaca orgulloso Óscar Alfredo Hernández Ramírez a quien también llaman "Señor Árbol".

Más de 20 de sus 68 años de vida Hernández Ramírez los ha dedicado a la plantación de arbolado con sus propios recursos, labor que será premiada por 1a. vez por una autoridad, pues el Ayuntamiento de Guadalajara le otorgará hoy el Reconocimiento al Mérito Ambiental en la categoría Social Comunitaria; al mencionar el tema, en sus ojos asoman lágrimas de emoción.

El 1er. ejemplar lo plantó hace alrededor de 63 años, en Aguascalientes, al lado de su madre; el más reciente fue el pasado martes en el camellón de San Jacinto, frente al Parque San Rafael, en honor a su hija Ana Thalía con motivo de la celebración de sus 37 años de vida.

Hasta el momento suman 683 los árboles plantados con sus manos, registrados en una bitácora a partir de 2013; aunque en su labor desde hace más de 2 décadas suman más de 4,500 ejemplares los que ha colocado, según sus estimaciones.

(V.pág.8-A del periódico El Informador del 29 de junio de 2017).

2001-2019

Sebastião Salgado es un fotógrafo brasileño que junto a su esposa Lélia Deluiz Wanick Salgado demostraron lo que puede hacer un grupo de personas decididas contra la deforestación, iniciando el proceso de reforestación.

Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) se han perdido 129 hectáreas de bosque desde 1990, un área casi equivalente en tamaño a Sudáfrica. Cada año se pierde un área del tamaño de Panamá.

Un 15% de todas las emisiones de gases de efecto invernadero provienen de la deforestación e innumerables especies de animales y plantas pierden sus hábitats todos los días, según WWF (Fondo Mundial para la Naturaleza).

Unas cifras muy devastadoras para la salud de nuestro planeta, y no debemos permitir que continúe.

Seguramente muchos se preguntarán ¿Qué hacer ante una masacre ambiental masiva? Tal vez podamos sentirnos inútiles, ya que no sabemos nada acerca del impacto que realmente podamos lograr, o si lo poco que hagamos signifique alguna diferencia.

Pero Sebastião y Lélia nos demuestran con sus acciones que juntos podemos lograr grandes cambios. Porque realmente, la madre naturaleza es un alma fuerte que siempre encontrará la manera de recuperarse, dadas las condiciones adecuadas.

Sebastião Salgado junto a su esposa Lélia Deluiz Wanick.

Sebastião es una figura conocida, ha ganado casi todos los premios principales en periodismo fotográfico y ha publicado más de media docena de libros, según Boredpanda.

Él quedó devastado cuando regresó a su hogar en Brasil en la década de 1990 al ver que la exuberante selva tropical que siempre conoció, ahora estaba sin vida y árida. Venía agotado física y emocionalmente después de documentar la terrible barbarie del genocidio de Ruanda y se sorprendió al ver lo que ocurrió con el bosque.

Pero su esposa Lélia creía que esta área podía volver a recuperar su antigua gloria.

Sebastião dijo a The Guardian en el año 2015: "La tierra estaba tan enferma como yo; todo fue destruido. Solo un 0,5% de la tierra estaba cubierta de árboles.

Entonces mi esposa tuvo una idea fabulosa para replantar este bosque. Y cuando empezamos a hacer eso, todos los insectos, aves y peces regresaron y, gracias a este aumento de árboles, también renací, este fue el momento más importante".

Entonces, esta pareja fundó la organización llamada Instituto Terra, y desde entonces han plantado 4 millones de árboles y ha recuperado el bosque.

Sebastião dijo: "Tal vez tengamos una solución. Hay un solo ser que puede transformar el CO2 en oxígeno, que es el árbol. Necesitamos replantar el bosque. Necesitas bosque con árboles nativos, y necesitas recolectar las semillas en la misma región que las plantas o las serpientes y las termitas no vendrán. Y si plantas árboles que no pertenecen allí, los animales no vienen y el bosque queda en silencio".

Después de tener el mayor cuidado para garantizar que todo lo plantado fuera nativo, la zona había florecido notablemente en los siguientes 20 años. Incluso, la vida silvestre ha vuelto, donde todo antes era silencio, ahora hay una cacofonía de pájaros e insectos revoloteando alrededor.

Han regresado 172 especies de aves hasta ahora, 33 especies de mamíferos, 293 especies de plantas, 15 especies de reptiles y 15 especies de anfibios. Todo un ecosistema reconstruido desde cero.

Este proyecto ha inspirado a millones de personas en todo el mundo dando un ejemplo concreto de acción ecológica positiva y mostrando qué tan rápido puede recuperarse el medio ambiente con las actitudes correctas.

Luchemos juntos por recuperar los ecosistemas, y por tener un mundo mejor.

(V.Notas de Mascotas del 26 de abril de 2019).

David Milarch.

There is nothing like a coast redwood. Sequoia sempervirens is the planet's tallest tree, soaring to heights of more than 320 feet into the sky. They have trunks of more than 27 feet wide and can live for over 2,000 years. Some of the arboreal gentle giants living today were alive during the time of the Roman Empire.

Before the mid-19th century, coast redwoods spread throughout a range of some 2 million acres along the California coast, starting at Big Sur and stretching all the way into southern Oregon. People had been peacefully co-existing with the forests forever. But with the gold rush came the logging; and today only 5% of the original old-growth coast redwood forest remains along a 450-mile strip of coast.

And as the planet warms up, the specific conditions required by the redwoods change; their future doesn't look so great. Animals can migrate north to escape the south's warming temperatures and consequential habitat change; trees, not so much.

But with David Milarch on the case, maybe they can.

In 1991, Milarch, an arborist from Michigan, literally died from renal failure, before being revived and springing back to life. There's nothing like a near-death experience to inspire a new course in life, as was the case with Milarch. His new quest? To harvest the genetics of the coast redwoods and give them an assist in migration.

"I feel tremendous sorrow that 95% of them were killed and we didn't even know what they do to anchor our ability as human beings to live on this planet," says Milarch. "We killed them. That's the bad news. It's my job when I walk through there [the forest] to yell out to those trees, to hold those trees, and say I'm here to do everything in my power on Earth to bring all the human beings and all the help that I can to put this back. To put back every single tree that was cut down and killed. And I'm going to do it."

By cloning and replanting them in places where they once thrived but were lost, he is not only increasing their numbers but planting them in locations where they have a better chance of longevity. And the result is two-fold: Save the trees and save the planet (for humankind, at least, the planet will go on with or without us, but you know what I mean). Redwood trees are among the most effective carbon sequestration tools in the world, notes Moving the Giants, "Milarch takes part in a global effort to use one of nature's most impressive achievements to re-chart a positive course for humanity."

To learn more about Milarch and the work he is doing, watch this wonderful short film. It might make you wonder if one can become an angel from a near-death experience alone.

For more on the project and how to help, visit the Archangel Ancient Tree Archive.

(V.Treehugger del 21 de mayo de 2020).

Antonio Vicente convirtió un simple pastizal en esta hermosa selva tropical. Lo llamaban loco pues él solo plantó más de 50,000 árboles.

De niño observó cómo los campesinos talaban los árboles para crear pastizales, lo que causó que el agua se secara y no volviera. A los 14 años se mudó a la ciudad donde con el tiempo logró conseguir suficiente dinero para poder comprar 30 hectáreas de tierra.

"Cuando empecé a plantar, la gente me decía: 'No vas a poder comer las semillas, porque la planta tarda 20 años en dar frutos'",comentó. "Yo les decía: 'Voy a plantar estas semillas, porque alguien plantó las que estoy comiendo ahora. Así que las plantaré para que otros las coman'".

Decidido a recuperar la vegetación, en 1973 comenzó a plantar semillas en su terreno a las afueras de San Pablo, Brasil; teniendo claro que éstas tardarían décadas en dar frutos y que quizás no alcanzaría a ver los resultados.

"Cuando yo era niño, los campesinos cortaban los árboles para crear pastizales y por el carbón. El agua se secó y ya no regresó. Yo pensé: el agua es valiosa, nadie fabrica agua y la población no deja de crecer. ¿Qué va a pasar? Nos vamos a quedar sin agua", reflexionó.

Después de 30 años replantando su terreno, hoy la selva de Antonio se ha convertido en el hogar varias especies como tucanes, apacas, ardillas, jabalíes, e incluso un jaguar y un ocelote. Al momento de comprarlo, el terreno sólo contaba con una fuente de agua; hoy hay cerca de 20.

Antonio Vicente.

(V.Nation del 18 de junio de 2020).

Para plantar un árbol debes ponerte de rodillas, igual que cuando se dice una oración. Yo soy un hombre de la tierra. Mi abuelo materno, papá Chema, era campesino, y el padre de mi padre, don Mariano, comerciaba con los ricos trigos candeales -mejores que los de Ucrania, dijo Alessio- que se daban en las labores montañesas del sureste de Coahuila. Por esa vocación telúrica -habrán de disculpar la rimbombancia- me he pasado la vida plantando árboles. En realidad son los árboles los que me han plantado a mí, pues me cuesta trabajo desprenderme de la tierra a donde voy para volver a la ciudad de donde vengo. El año 71 planté un cedro a la orilla del arroyo que pasa por mi huerto. El árbol era pequeñito, apenas un poco mayor que mi dedo pulgar; sólo una promesa de árbol. Ahora toda mi familia y yo -23 almas y otros tantos cuerpos- nos reunimos bajo su fronda como bajo la bóveda de una catedral. Otros muchos árboles he plantado a lo largo de mi larga vida: manzanos, nogales, durazneros, perales y ciruelos, a más de pinos, incontables pinos que me llenan de verde las pupilas. Así como hay santos en el Cielo los árboles son santos de la tierra. Si supiéramos mirar veríamos sobre cada árbol una aureola. Ellos nos salvan de nosotros mismos, del veneno que ponemos en el aire y que luego debemos respirar. Plantar árboles no debería ser oficio burocrático, sino tarea de amor. A más de sembrar vida se le debe cuidar. Los hijos no sólo se engendran: hay que mirar por ellos luego de nacidos, vigilar su crecimiento, protegerlos contra los riesgos que los amenazan. En esa labor no caben simulaciones ni cifras mentirosas. Deseo que tenga buen éxito el programa de plantación de árboles emprendido por la 4T. Es por el bien de México. Es por nuestro bien.

Armando Fuentes Aguirre "Catón"
(V.periódico Mural en línea del 15 de julio de 2020).

Lo peor que le ha pasado a nuestro planeta desde el meteorito que extinguió a los dinosaurios fue el surgimiento de los seres humanos.

En uno pocos miles de años, nuestra especie ha transformado nuestro hogar en un lugar lleno de contaminación, muerte y inhóspitos paisajes que hacen que todas las criaturas del planeta, incluyéndonos, sufran y luchen por sobrevivir.

Y si bien las cuarentenas provocadas por el coronavirus le han permitido a la naturaleza recuperarse un poco de nuestra mala influencia, aún queda mucho por hacer para poder asegurar que la vida pueda seguir floreciendo en la Tierra.

Para reducir los efecto del cambio climático, ayudar al medio ambiente y reducir las temperaturas globales, varios países y organizaciones se han comprometido a reducir sus emisiones de carbono, sus desechos y a plantar árboles en grandes cantidades para intentar frenar la destrucción de nuestro planeta.

Hoy, el resultado de uno de esos proyectos han salido a la luz, y los resultados son impresionantes.

Malik Amin Aslam, asesor del Primer Ministro y Ministro Federal de Cambio Climático de Pakistán, compartió un video en su Twitter de cómo era la Reserva Natural de Balloki hace un año, y cómo se ve ahora luego de que la iniciativa gubernamental Billion Trees Tsunami (Tsunami de mil millones de árboles) comenzara a mediados del 2019.

El video muestra una tierra estéril prácticamente sin vegetación en millas, una vista que se vio durante la visita de Aslam al área hace un año. Hoy en día, es una zona rica y próspera totalmente pavimentada con césped y árboles, publicó Bored Panda.

"Fue un placer visitar #BallokiNatureReserve #Lahore después de un año - #PMIK @ImranKhanPTI inauguró esto en 2019 como parte de # 10BillionTreeTsunami y los resultados de la plantación en un año son fenomenales", escribió.

10 Billion Tree Tsunami es un proyecto lanzado y financiado por el gobierno para promover la reforestación en Pakistán. El proyecto espera plantar 10 mil millones de árboles en el lapso de cinco años y lograr una serie de otros objetivos, que incluyen aumentar el área forestal, rehabilitar bosques degradados, proteger las áreas verdes y su vida silvestre, generar empleos, entre muchos otros.

Los árboles ayudan a proteger el suelo de la degradación y a regular el agua en las granjas, mitigar las inundaciones y enriquecer el suelo y las áreas circundantes con biodiversidad. Además, los cultivos que se cultivan en áreas boscosas suelen ser más resistentes al impacto de las sequías, las lluvias excesivas y el clima extremo.

En lo que va de 2020, se plantaron 20,798 hectáreas de plantaciones para lograr estos objetivos. El Redd Monitor informa que ya se plantaron un total de 350,000 hectáreas de árboles en forma de plantación y regeneración natural y que el proyecto también ha creado alrededor de 3,500 recintos verdes en bosques de propiedad estatal.

A pesar del progreso y las buenas intenciones, este proyecto ha sido criticado por varias razones. Ha habido supuestos informes de facturación falsa, plantaciones falsas, movimiento de tierras de mala calidad, pagos no autorizados y otras actividades que apuntan a la corrupción.

Además de eso, el Redd Monitor también informó que el bloqueo del coronavirus también ha llevado a los plantadores a ganar alrededor de 500 rupias al día, la mitad de lo que podían en un buen día antes de la pandemia, lo que significa que ahora ganan menos del salario mínimo ( que es aproximadamente 800 por día).

Esto, además de plantaciones en tierras con conflicto de propiedad, ha llevado a muchas personas desesperadas a destruir parte de esta iniciativa.

Hace algunos días, una furiosa turba se encargo de remover cientos de árboles y romperlos frente a las cámaras como signo de protesta.

(V.UPSOCL del 11 de agosto de 2020).

Todos nos preocupamos por el deterioro de la naturaleza, pero pocos tomamos medidas para detenerlo. Lo más común es que pensemos que no podemos hacer nada o que esperemos a que el gobierno se encargue. Sin embargo, un hombre de la India, preocupado por la deforestación de un lugar vecino a su hogar, nos muestra lo que un individuo puede hacer.

Jadav Payeng, a quien llaman Molai, tenía 16 años cuando descubrió unas serpientes muertas por deshidratación en una barra de arena sin vegetación del río Brahmaputra en Assam, en el nordeste de la India. Su 1a. reacción fue plantar en el lugar 20 vástagos de bambú. Más tarde se unió a un proyecto de reforestación del Departamento de Silvicultura Social del departamento de Golaghat. Cuando concluyó el proyecto, decidió seguir la labor y escogió para hacerlo esa rivera de arena en las márgenes del Brahmaputra donde había encontrado los cuerpos de las serpientes.

Desde hace 40 años, Molai ha plantado todos los días un árbol en ese lugar. Primero sembró bambús, como la 1a. vez, pero con el tiempo ha añadido otras especies que prosperan en el suelo arenoso. A lo largo de estas 4 décadas suman ya miles los árboles que con el tiempo han crecido y esparcido sus semillas. El páramo que lo angustió tanto de joven es hoy un bosque de 550 hectáreas. Lo llaman el bosque de Molai y hoy habita en él una nueva fauna que incluye tigres de Bengala, ciervos, rinocerontes y elefantes.

Este sábado, 5 de diciembre, Molai participó en una sesión de la Ciudad de las Ideas. Su historia, contada 1o. en un trabajo periodístico y después por él mismo a través de un intérprete, generó una reacción entusiasta y emotiva entre los asistentes.

La historia de Molai, a quien con frecuencia se identifica como el Hombre Bosque de la India, fue desconocida hasta que en 2007 la contó el periodista y fotógrafo Jitu Kalita. Desde entonces varios periodistas y cineastas de la India y otros países han realizado reportajes y documentales sobre él y el bosque. Su vida también ha sido plasmada en un libro infantil ilustrado, Jadav y el lugar de los árboles. En 2015 Molai recibió la condecoración de Padma Shri, uno de los más altos galardones civiles que otorga el gobierno de la India.

El propio sembrador de árboles es hoy un hombre de 57 años, de baja estatura, cabello gris y cuerpo fuerte, que habla con facilidad en su idioma natal, y genera una inmediata conexión con el público. Es una de esas personas que dan ganas de abrazar.

En un mundo necesitado de héroes la historia de Molai es aleccionadora. Destaca, por supuesto, su perseverancia. Plantar un árbol cada día durante 40 años parece una tarea imposible, pero los resultados, cuando se ven, como lo muestran los videos exhibidos en su presentación, resultan asombrosos. Otra enseñanza tiene que ver con lo que puede lograr un individuo sin la mediación de un gobierno.

En México tenemos el programa Sembrando Vida del actual gobierno, que busca dar un valor a los bosques y selvas. Con anterioridad Felipe Calderón impulsó ProÁrbol. Es difícil medir el éxito o fracaso de estos programas, pero sabemos que la deforestación sigue siendo muy importante en nuestro país.

Fundación Azteca firmó este sábado pasado un acuerdo de colaboración con Molai. Esperemos que ofrezca resultados. Por lo pronto el esfuerzo de Molai es un ejemplo de vida que conmovió al público de Ciudad de las Ideas. Eso es muy positivo. Hoy más que nunca necesitamos ejemplos de vida y no próceres de bronce.

Sergio Sarmiento
(V.periódico Mural en línea del 7 de diciembre de 2020).

Yacouba Zawadogo.

Hoy hablamos de Yacouba Sawadogo, el agricultor que detuvo el desierto, ganador del llamado "Premio Nobel alternativo" (Right Livelihood Award 2018). No ha descubierto nuevas proteínas ni ha impartido docencia en prestigiosas universidades ni realizado interesantes investigaciones. Pero está dedicando su vida a detener el desierto, plantando árboles donde antes sólo había tierra árida.

Yacouba ha logrado transformar la tierra estéril donde vivía en un lugar habitable, demostrando cómo los agricultores pueden regenerar el suelo con un uso innovador de los conocimientos indígenas y locales.

Desde 1980, durante un período de grave sequía, Sawadogo ha conseguido plantar más de 40 hectáreas de bosques en tierras anteriormente estériles y abandonadas entre Burkina Faso y Níger. Hoy en día, más de 60 especies de árboles y arbustos viven gracias a este hombre. Es sin duda uno de los bosques más diversos plantados y gestionados por un agricultor en el Sahel.

¿Un milagro tecnológico? No, en absoluto. De hecho, Sawadogo se ha basado en el conocimiento tradicional, incluyendo el análisis de pozos para la conservación del suelo, el agua y la biomasa llamados "zaï" en el idioma local. El agricultor ha continuado perfeccionando la técnica a lo largo de los años, aumentando las cosechas y plantando árboles con éxito. El notable éxito de Sawadogo se basa en la experimentación con pozos de plantación tradicionales para la retención de suelo, agua y biomasa.

Zai

Los "Zaï", en lengua local, ayudan a conservar el agua de lluvia y a mejorar la fertilidad del suelo. Esto permite a los agricultores producir cosechas incluso en años de sequía. Los árboles plantados junto con los cultivos se usan para enriquecer el suelo, producir forraje para el ganado y crear oportunidades de negocio como la apicultura. Soluciones que ayudan a los agricultores a adaptarse al cambio climático, a reducir la pobreza rural y a prevenir los conflictos locales por el agua.

"Me siento muy honrado de recibir el Right Livelihood Award, que me permitirá perseverar en mis esfuerzos por proteger el bosque y la vida silvestre. Espero que la legitimidad proporcionada por este premio ayude a inspirar y animar a muchos otros a regenerar sus tierras en beneficio de la naturaleza, las comunidades locales y las generaciones futuras", dijo.

Al principio, el hombre tuvo que enfrentarse a la resistencia de las poblaciones locales, que incluso quemaron algunos bosques pero nunca pensó en rendirse. Con el tiempo, su trabajo ha sido cada vez más admirado y Sawadogo siempre ha estado dispuesto a compartir sus conocimientos organizando cursos de formación para ayudar a los agricultores a regenerar sus tierras.

Como resultado, decenas de miles de hectáreas de tierras gravemente degradadas han sido restauradas a la productividad en Burkina Faso y Níger. Ole von Uexkull, director ejecutivo de la Fundación, comentó:

Yacouba Sawadogo prometió detener el desierto y lo logró. Si las comunidades locales y los expertos internacionales están dispuestos a aprender de su sabiduría, será posible regenerar vastas zonas de tierras degradadas, reducir la migración forzada y consolidar la paz en el Sahel.

(V.Eco Inventos del 7 de diciembre de 2020).

Saalumarada Thimmakka.

Saalumarada Thimmakka tiene actualmente 109 años, es una ambientalista india del estado de Karnataka que ha pasado su vida plantando arboles. En 1948, Thimmakka y su esposo Bikkala Chikkayya comenzaron a plantar arboles como forma de traer vida al mundo, ya que no podían tener hijos.

En esta región el hecho de no poder tener hijos esta mal visto y para este matrimonio fue difícil afrontar esto, pero ellos encontraron la forma de superarlo. Thimmakka y su esposo comenzaron un viaje de pura dedicación, incansable y desinteresado amor por plantar árboles y alimentarlos hasta que dieran fruto. Comenzaron plantando 385 árboles de banyan a lo largo de un tramo de 4 kilómetros de la carretera entre Hulikal y Kudur.

Chikkayya plantó arbustos espinosos cerca de los árboles para protegerlos de los animales salvajes. Thimmakka plantó árboles jóvenes que encontró en la zona. Como el clima local es árido, la pareja tuvo que cargar con agua para los árboles por varios kilómetros.

El árbol de banyan, también llamado Higuera de Bengala, es el árbol más ancho del mundo, desde la distancia, el árbol tiene la apariencia de un bosque, pero lo que parecen ser los árboles individuales son en realidad las raíces aéreas. Se dice que Thimmakka comenzó a plantar árboles de higuera en lugar de niños. La palabra conocida como Saalumarada (hilera de árboles en el idioma kannada) es la forma en que se la conocía debido a su trabajo.

Hoy, mientras conduces unos 35 km desde la ciudad de Bengaluru (hacia Kunigal) y entras en el panchayat de Kudur, una suave brisa silba a través del espeso dosel de sus árboles.

Actualmente, la Fundación Internacional Saalumarada Thimmakka fundada en el 2014, trabaja para conservar el medio ambiente, inspirada en Thimmakka. Ella misma no recibió educación alguna, por eso la fundación proporciona dinero para la educación. La fundación también dona y mantiene bancos de sangre y medicinas, y construye casas de descanso para los pobres.

El esposo de Thimmakka falleció en 1991, pero eso no la desanimó de ninguna manera. Ella persiguió su misión con la misma determinación y coraje. A pesar de que las fuertes lluvias habían arrasado su casa ese año, ella, con la ayuda de simpatizantes, logró reconstruir la casa de barro y solicitó una pensión de viudedad.

Este trabajo también le ha traído un hijo. Atraído por su trabajo ambiental, un niño de 14 años llamado Sri Umesh se presentó a Thimmakka. Apasionado por el medio ambiente desde muy joven, Umesh obtuvo el permiso de sus padres biológicos para ser adoptado por Thimmakka.

La propia Thimmakka ya no está plantando árboles, pero su protegido e hijo adoptivo Umesh B N, continúa con su legado y es el presidente de la organización, ayudando a administrar un vivero que distribuye árboles a los agricultores.

Umesh le dijo a CNN: "Tengo una sugerencia para todos: nacemos como seres humanos y moriremos como seres humanos, pero para vivir necesitamos conservar la naturaleza. No podemos vivir sin el medio ambiente".

En 2016, Saalumarada Thimmakka fue elegida por la BBC como una de las mujeres más influyentes e inspiradoras del mundo. Aunque la fama no era lo que buscaba al plantar árboles, se convirtió en una leyenda en la India y en todo el mundo, ganando al menos 50 premios por ambientalismo y recibiendo cobertura de la prensa internacional por su trabajo.

(V.Portal Ambiental del 19 de marzo de 2021).

Un hombre dejó un legado de miles de árboles, tierras verdes, acceso al agua y una forma de pensar distinta gracias al trabajo de años y la paciencia de ver cómo una zona árida volvía a cobrar vida en India. Árboles como sauce, enebro y algunas coníferas entre cultivos de espárragos, girasol, setas, manzana y frijoles se asoman en un parche verde en una zona casi desértica de la India.

Este exuberante bosque verde, con más de 30,000 árboles en 65 hectáreas de tierra, fue plantado y cuidado por ese ex burócrata que se planteo como un reto personal hacer de estas tierras productivas.

Este hombre de nombre Anand Dhawaj Negi trabajó como burócrata en programas que buscaban mitigar los efectos de la desertificación en estas regiones áridas. Mientras trabajaba con el gobierno, vio que millones de dólares de los contribuyentes se iban por el desagüe. Como hijo de humildes agricultores, estaba frustrado por la incapacidad del gobierno para generar resultados fructíferos.

Abuelo convierte zona árida en un oasis de vida.

Usó lo que aprendió en la infancia

El proceso de convertir este parche de bosque estéril en un bosque verde y exuberante comenzó con la construcción de un vivero, después de lo cual desarrolló un sitio para la plantación de curvas de nivel.

En los primeros meses, alrededor del 80% de los árboles jóvenes se marchitarían en este frío desierto. Hoy, la tasa de supervivencia es de aproximadamente el 99%. Entonces, ¿qué hizo para lograr esta tasa de éxito?

Tomó medidas como la siembra en curvas de nivel, que es la práctica de labrar la tierra en pendiente a lo largo de una elevación constante para conservar el agua de lluvia y reducir la pérdida de suelo por la erosión de la superficie.

Granja que cría alrededor de 300 cabras chigu.

Siguió usando métodos naturales

El suelo en Thang Karma es franco arenoso con bajo contenido de nitrógeno. Para facilitar el proceso de fijación de nitrógeno, inició una granja que cría alrededor de 300 cabras chigu. Mezclando los desechos generados por las cabras chigu y las lombrices de tierra, buscó duplicar el contenido de nitrógeno en el suelo.

Negi se mantuvo firme en no emplear fertilizantes químicos y pesticidas, a pesar de que los científicos que visitaron el sitio intentaron convencerlo de lo contrario. Todas sus necesidades agrícolas fueron satisfechas por el abono orgánico generado por las cabras de Chigu y solo cultivó verduras y frutas que sabía que podían sobrevivir al duro clima y terreno desértico en un parche verde, en una zona que ahora ha inspirado a universitarios a trabajar en el campo probando nuevos cultivos y a familias que se han mudado en las cercanías para trabajar en pequeñas y sencillas plantaciones.

Anand Dhawaj Negi.

Es increíble como el ideal de un hombre puede impactar positivamente la vida de una comunidad y transformarla por completo. Puedes conocer más de su historia en una entrevista que le hicieron hace unos años en Down To Earth.

Negi pasó 22 años en sus esfuerzos por cambiar esta fría zona desértica, mientras permanecía ajeno a su propia salud y bienestar y dejó un legado que marcará la diferencia para generaciones futuras.

(V.Viajero Peligro del 29 de junio de 2021).

Duncan

Desde la edad de 5 años un joven se encarga de salvar y repoblar mariposas como si se tratara de un cuento de hadas. El 1er. encuentro de Duncan con una oruga fue a sus 5 años, esta experiencia estimuló su interés por este hermoso insecto. Más que por su bello aspecto, se fascinó por su capacidad metamorfosea. Actualmente, cuenta con 17 años y es el precursor del proyecto, cuyo nombre es "traer mariposas de regreso, inspirando a los jóvenes a proteger las mariposas para las generaciones futuras". Se encarga de repartir semillas a todas las personas con las que interactúa a diario.

Duncan cuenta: "Fue en la escuela secundaria cuando comencé a ver una disminución visible en la cantidad de mariposas, año tras año, hubo menos de ellas y comencé a darme cuenta. Investigué un poco y vi que había una disminución generalizada de todos los insectos, incluidos importantes polinizadores como las mariposas. Y ahí fue cuando realmente comencé mi acción para ayudar a recuperar las mariposas".

El joven está convencido de que cada flor que logra plantar es una futura casa y el principal aporte alimenticio para estas. En 1a. instancia, se propone hacer un santuario de mariposas, del condado de Broward. Así como dar empuje a la jardinería comunitaria, cuyo impacto va mucho más allá de la belleza que estos insectos alados portan.

Duncan

Duncan se ha hecho acreedor del premio Eco-Hero, por ser el libertador de 5.000 mariposas.

Sin la presencia de las mariposas, la vida de los ecosistemas se encuentra gravemente comprometida. Ya que son innumerables las especies que obtienen beneficios de la simbiosis que ocurre entre ellas, entre las que están muchas aves y anfibios.

Los efectos de los actuales confinamientos que vive el mundo no han detenido a Duncan, pues se vale de la plataforma Zoom para continuar sus clases. Ha enseñado recursos a niños para iniciar jardines en sus casas, les ha dado semillas de algodón, pasionaria, entre otras plantas autóctonas y estas han llegado a formar parte del "Proyecto Semilla".

Las plantas autóctonas son muy sencillas de cultivar para los más pequeños, y es una propuesta que sigue en auge, pues representa mayores desafíos y es una actividad muy gratificante.

(V.El Tierrero del 29 de junio de 2021).

Algo cambió en la vida de Óscar Alfredo Hernández, un hombre de 72 años, cuando el 19 de septiembre de 2016 apareció su foto en la portada del periódico bajo el titular: "Con su dinero, el Señor Árbol planta más de tres mil ejemplares".

En la imagen aparece junto al árbol número 327. Hoy suma, con registro fotográfico, anotados por ubicación y fecha en su libreta: 1,258 ejemplares. Oxígeno puro para la ciudad.

Recuerdo que el día de la publicación llegó con el periódico a la recepción del diario, preguntó por Thamara, la reportera, y presentó su agradecimiento con una pequeña maceta.

"Ustedes son mis padrinos por darme a conocer en la prensa escrita. Ustedes han sido mi brazo derecho", recuerda cinco años después. Esta semana vino a pedir permiso para sustituir un árbol seco en la calle Independencia, junto al diario.

-Quiero recordar su historia en una columna -le comento.

-Se me pone chinita la piel de agradecimiento.

Los agradecidos, sin embargo, deberíamos ser cada uno de los habitantes de esta metrópoli. El Señor Árbol comenzó a sembrar árboles en la ciudad hace 35 años. Según sus cálculos, ha plantado más de 6,000. Sin embargo, hasta 2013 comenzó a llevar un registro puntual de cada uno, cuyo testigo plasma en su página de Facebook.

Infancia es destino. A sus 5 años, su madre lo mandaba a plantar árboles al camellón frente a su casa junto a sus hermanos. Eso y una conciencia ambiental y voluntad inquebrantables lo han convertido en una leyenda urbana: "Lo que hago yo no es trabajo. Me han tildado de loco: cómo que hace eso y no le pagan".

Después de aquella portada ha aparecido en revistas y otros medios. Guadalajara y Zapopan lo distinguieron con el Premio al Mérito Ambiental. El Congreso del Estado lo reconoció por su labor, Grupo Salinas lo nombró Ciudadano del Año 2019 y la Asociación Nacional de Parques Urbanos lo invitó a dar una ponencia en Yucatán, entre otras distinciones.

Este año, un reportaje sonoro de Julio González sobre el Señor Árbol ganó el Premio Jalisco de Periodismo; también un documental de una productora tapatía independiente está detenido por falta de 200,000 pesos para la postproducción.

l obsesivo control numérico y fotográfico de cada árbol, anotado a detalle por fecha y lugar en una libreta, tiene algo de impulso neurótico y esperanzador: la búsqueda de un orden salvador para la ciudad.

El Señor Árbol tiene un heredero: Bernabé Puentes, su ahijado de 16 años, que sigue sus pasos.

"¿A qué vine?", se pregunta y él mismo se responde: "A sembrar árboles".

Y a predicar con el ejemplo, la más difícil de todas las profesiones.

Jonathan Lomelí
(V.pág.4-A del periódico El Informador del 24 de diciembre de 2021).

Englishman Brandon Grimshaw

For 13,000 dollars, Englishman Brandon Grimshaw bought a tiny uninhabited island in the Seychelles and moved there forever. When the Englishman Brandon Grimshaw was under 40, he quit his job as a newspaper editor and started a new life.

By this time, no human had set foot on the island for 50 years. As befits a real Robinson, Brandon found himself a companion from among the natives. His Friday name was René Lafortin. Together with Rene, Brandon began to equip his new home. While René came to the island only occasionally, Brandon lived on it for decades, never leaving. By oneself.

For 39 years, Grimshaw and Lafortin planted 16,000 trees with their own hands and built almost 5 kilometers of paths. In 2007, Rene Lafortin died, and Brandon was left all alone on the island.

He was 81 years old. He attracted 2,000 new bird species to the island and introduced more than a hundred giant tortoises, which in the rest of the world (including the Seychelles) were already on the verge of extinction. Thanks to Grimshaw's efforts, the once deserted island now hosts two-thirds of the Seychelles' fauna. An abandoned piece of land has turned into a real paradise.

A few years ago, the prince of Saudi Arabia offered Brandon Grimshaw $50 million for the island, but Robinson refused. "I don't want the island to become a favorite vacation spot for the rich. Better let it be a national park that everyone can enjoy".

And he achieved that in 2008 the island was indeed declared a national park.

(V.Amazing world del 20 de enero de 2022).

Daisugi

Los japoneses han estado produciendo madera durante 700 años sin derribar árboles...

Fuè inventado por la gente de Kitayama. El método se llama Daisugi.

Un antiguo sistema de poda, que sirve para producir madera sin talar los árboles.

Es una excelente manera de prevenir la deforestación y producir madera de alta calidad.

Se usa generalmente con los cedros...

Los árboles que sirven cómo base son milenarios.

Aplausos al Japón.

(V.Insólito 2 del 4 de marzo de 2024).
Enlaces interesantes:

Trees for the future


Donde haya un árbol que plantar, ¡plántalo tú!


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