Para entender en Guadalajara la obra del empresario regiomontano Eugenio Garza Lagüera, fallecido el domingo pasado, hay que resaltar 2 aspectos: las circunstancias geográficas y poblacionales de Monterrey, y a su padre, don Eugenio Garza Sada, define el industrial tapatío Arturo Márquez.
Garza Sada fue un visionario: hombre de grandes empresas, "una insignia nacional" que aprovechó las ventajas comparativas de Nuevo León, y fundador de una institución educativa articulada con el sector productivo que forma profesionales cualificados: el Tecnológico de Monterrey. Eugenio Garza Lagüera fue un digno sucesor, que consolidó una visión de largo plazo para los regiomontanos.
Pero tambien a Monterrey le ha ayudado que, a diferencia de Guadalajara, es una ciudad apartada de otras poblaciones, sin tanta migración, en un terreno árido y con clima extremoso y distante, para bien, del centro del país y su corrupción, detalla Márquez. La vecindad con Estados Unidos le permitió "que pusieran los ojos en proyectos empresariales de largo plazo".
Mientras allá se reunieron las condiciones para empujar grandes proyectos, en Guadalajara se cultivó una visión donde la productividad económica se ideologizó. "Eran los tiempos de (Luis) Echeverría, cuando a los empresarios se les tachaba de 'hijos del imperio yanqui'", cuando se etiquetaba a todo como parte de la "clase obrera o la clase empresarial".
Por ese tiempo, a principios de los setenta, mientras en Monterrey moría Eugenio Garza Sada, en Guadalajara secuestraban con fatales consecuencias al cónsul británico Duncan Williams y al empresario Fernando Aranguren. "Fue la etapa negra de la Universidad de Guadalajara. Caímos en un abismo en materia educativa, apostándole a la cantidad en lugar de la calidad en los universitarios". Mientras ocurría esto en la capital de Jalisco, en la de Nuevo León se impulsaba una buena formación, sin extremismos idológicos, que hizo que incluso la universidad pública estatal se comprometiera con los grandes proyectos productivos y de desarrollo impulsados por un grupo de grandes empresarios, entre los que destacó Garza Lagüera.
Cuando los regiomontanos tuvieron problemas con sus empresas -Grupo Alfa, Altos Hornos, Cemex, los bancos y el Fobaproa- lograron que el gobierno los apoyara. "El país los ha rescatado 2, 3 veces, con los impuestos que todos pagamos, mientras en Jalisco los grandes grupos empresariales desaparecían", dice.
Arturo Márquez conoció ambas visiones desde la educación, en la Vocacional y en el estudio de ingeniería, en Guadalajara, y al cursar una maestría en la capital neoleonesa. "Allá te forman por una visión de empresa, estructurada en una pirámide de desarrollo, con una gran visión". Por eso, dice, hay que reconocer que en Guadalajara el Tec está haciendo lo mismo que en su lugar de origen, atrayendo a gente valiosa, como "Jaime Robles, que estuvo en HP, a Sergio García de Alba o Alfonso Alba", que impulsan esa misma visión.
Arturo Márquez comparte una anécdota personal. Cuando su generación de maestría en el Tec se reunió para celebrar 10 años de haber egresado, estaban reunidos en el tradicional Hotel Ancira. Eugenio Garza Lagüera se les acercó y les dijo que no se reunieran cada diez años, que estuvieran en contacto permanentemente para compartir su experiencia y enriquecerse mutuamente. "A México le hacen falta familias de conocimiento", les dijo.
"En Jalisco tenemos que mucho qué aprender de Monterrey, y de Eugenio Garza Lagüera", concluyó Arturo Márquez.
(V.pág.8-A del periódico El Informador del 28 de mayo de 2008).
En esa reunión, añade el académico del Colegio de Jalisco, el filántropo remató: "He conocido empresarios (de Guadalajara) que viven en auténticas residencias y trabajan en verdaderos muladares. Visite los baños de las empresas o fábricas... ahorran hasta en papel del baño".
(V.pág.6-B del periódico El Informador del 3 de marzo de 2010).
De los pocos encuentros que tuve con Eugenio Garza Sada, recuerdo su insistencia en que el empresario tenía la obligación social de generar riqueza y no solamente acumularla. Dicho de otra manera: además de gozar el producto de su trabajo, le correspondía, para beneficio general y de él mismo, asumir el deber de contribuir a mejorar el nivel social y económico de la gente trabajadora y responsable que lo rodeaba y se le acercaba.
También le oí decir, mordiéndome la lengua, que los empresarios jaliscienses tenían la tendencia a preferir aumentar su riqueza mediante el ahorro que incrementando la producción, además de que, aseguraba, no éramos gente realmente comprometida con sus empresas sino tan solo con los beneficios contantes y sonantes que éstas les producían...
Cuantas veces traté de contradecirlo no hallé argumentos suficientes, en parte por mi ignorancia, pero también porque había pocos.
José María Murià
Señor Presidente, Luis Echeverría Álvarez, señor Gobernador, Dr.Pedro G.Zorrilla Martínez, señoras y señores:
Estamos todos enterados de la forma alevosa, cobarde, inaudita en que fue acribillado a tiros de metralleta un regiomontano ilustre el Sr. Eugenio Garza Sada. También lo fueron los señores Bernardo Chapa y Modesto Hernández, personas que lo acompañaban y que en estos momentos son también inhumados por sus familiares y amigos.
Existen ocasiones, ciertos momentos en la vida de los pueblos y en la historia de las ciudades en las que los hechos son más elocuentes que las palabras. Ésta es una de esas ocasiones. Contemplar esta multitud en la que se encuentran, como siempre ha sucedido en Monterrey, unidas todas las clases sociales, nos hace reflexionar en la calidad humana y moral de don Eugenio.
Esta industriosa ciudad que fue usufructuaria de sus altas virtudes se halla consternada al no poder contar más con el consejo certero y el impulso creador de este noble mexicano que no buscaba el aplauso de las multitudes, pero que sí puso al servicio de los necesitados su gran capacidad, sus propios recursos, su infatigable voluntad y, sobre todo, su gran amor por México.
No es exagerar nuestros conceptos si afirmamos que no había causa noble, empresa generosa, obra benéfica que no fuera estimulada por este hombre extraordinario que enseñaba con el ejemplo. En lo social, se adelantó a su tiempo. Sin duda alguna su obra cumbre lo fue el Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey que nacido de su visionaria inspiración, recibió su orientación y el impulso creador de su tenaz voluntad. Por eso sentimos que su muerte puede constituir un auténtico duelo nacional.
Que sus asesinos y quienes armaron sus manos y envenenaron sus mentes merecen el más enérgico de los castigos, es una verdad irrebatible. Pero no es esto lo que preocupa a nuestra ciudad. Lo que alarma no es tan sólo lo que hicieron, sino por qué pudieron hacerlo.
La respuesta es muy sencilla, aunque a la vez amarga y dolorosa: sólo se puede actuar impunemente cuando se ha perdido el respeto a la autoridad; cuando el estado deja de mantener el orden público; cuando no tan sólo se deja que tengan libre cauce las más negativas ideologías, sino que además se les permite que cosechen sus frutos negativos de odio, destrucción y muerte.
Cuando se ha propiciado desde el poder a base de declaraciones y discursos el ataque reiterado al sector privado, del cual formaba parte destacada el occiso, sin otra finalidad aparente que fomentar la división y el odio entre las clases sociales. Cuando no se desaprovecha ocasión para favorecer y ayudar todo cuanto tenga relación con las ideas marxistas a sabiendas de que el pueblo mexicano repudia este sistema opresor.
Es duro decir lo anterior, pero creemos que es una realidad que salta a la vista. Por doquier vemos el desorden instituido que casi parece desembocar en la anarquía, se suceden los choques sangrientos; las Universidades se encuentran convertidas en tierra de nadie; se otorgan mayores garantías al delincuente común que al ciudadano pacífico que se ve sujeto a atentados dinamiteros, asaltos bancarios, destrucción y muerte, eso es lo que los medios de comunicación nos informan cada día, cuando no tenemos que sufrirlos en carne propia o en la de familiares o amigos. Y a todo esto no se le pone remedio en la medida del daño que causa.
Las fuerzas negativas que rayan en la impunidad delictuosa parecen haber encontrado como campo propicio nuestro país. Mientras todos hacemos esfuerzos sobrehumanos por ayudar a resolver los gravísimos problemas económicos que amenazan culminar en una crisis, se permiten las más nocivas ideologías, que propugnan por todo aquello que va en contra de lo verdadero y constructivo. Es decir, contra nuestra forma de vida, contra nuestros más preciados valores y contra nuestros más legítimos derechos.
Urge que el gobierno tome, con la gravedad que el caso demanda, medidas enérgicas, adecuadas y efectivas que hagan renacer la confianza en el pueblo mexicano. Unos desean invertir sus capitales, pero temen hacerlo, otros, los industriales y comerciantes, quisieran fortalecer su confianza en el futuro porque se trata del futuro de la Patria. Los más se preguntan con legítimo derecho hacia dónde va la Nación y cuál será el porvenir que les espera a nuestros hijos.
Cierto que es difícil tener confianza en el futuro cuando el mismo se perfila en el horizonte bajo los nubarrones negros de la tormenta o el rojo vivo de la sangre derramada. Pero a pesar de todo hay esperanza y hay patriotismo; esos mismos atributos que tanto pudimos apreciar en la persona del desaparecido.
Con sinceridad creemos que si es necesario que se reexaminen actitudes del pasado, es el momento de hacerlo. Si en algo o en mucho se ha fallado, es el momento de corregir el rumbo. Si se ha malinterpretado la acción prudente de la autoridad, que la misma se haga sentir en forma seria y responsable. Sobre el interés individual o de grupos ideológicos se encuentra, al menos así lo piensan las instituciones del sector privado, el interés de la Patria.
El pueblo mexicano, y en especial el de Nuevo León, es un pueblo que busca realizar su propio destino y que cree que el trabajo es una de las más elevadas formas de expresión de la personalidad humana que desea y anhela superarse, pero ello sólo puede realizarlo en un ambiente de paz, orden, tranquilidad y reconocimiento pleno de sus derechos. Es decir, en un ambiente en que la autoridad reprima toda transgresión del orden constitucional, ya que este principio es lo que legitima el poder y el único que justifica el derecho moral de mandar.
Poner un hasta aquí a quienes mediante agitaciones estériles y actos delictivos y declaraciones oficiales injuriosas amenazan con socavar los cimientos de la Patria es un deber ineludible que amerita atención inmediata. No hacerlo puede sumir a nuestro país en la más profunda de las anarquías, conducirlo por senderos de violencia y acabar con su precaria estabilidad política y económica. Hacer lo contrario es abrir las puertas de la prosperidad y del progreso para todos.
Que los lamentables acontecimientos que segaron estas vidas útiles sirvan al menos para poner de manifiesto hasta dónde se puede llegar cuando se dejan de reconocer o se combaten inexplicablemente los valores primarios que deben existir en toda sociedad auténticamente democrática cuando no se quieren respetar los derechos por igual por quienes tienen la obligación de garantizar el orden público y la seguridad de las personas.
Si conforme al Libro Sagrado existe un tiempo de vivir y un tiempo de morir podemos decir que don Eugenio vivió intensamente. Nosotros somos, todos y cada uno los mejores testigos de ello. Él ha dejado concluida su labor en esta tierra. Su esfuerzo ha fructificado y seguirá fructificando día a día y momento a momento; su recuerdo deja entre nosotros la imagen del hombre sincero, sencillo, modesto, leal a sus convicciones que como he dicho supo vivir y supo morir.
Tal vez la mejor herencia que deja a esta tierra regiomontana y, por qué no decirlo, a México, son sus obras y son sus hijos, seguramente continuadores de sus elevados principios y reconocido altruismo. Es por ello que para terminar estas palabras y haciéndome eco de sus sentimientos filiales que quisieran decir al Padre que se ausenta, voy a terminarlas con el pensamiento del poeta:
"Sin que lo sepa nadie, guardando igual misterio,
en dos sepulcros tienes augusta posesión;
el uno, donde duermes, es este cementerio,
el otro, donde vives es nuestro corazón".
Don Eugenio Garza Sada fue un constructor en un país donde ha habido, y hay todavía, muchos destructores. Su vida sigue dando frutos aun después de la muerte, en tanto que la violencia de quienes segaron esa existencia tan fecunda ha quedado reducida a una fecha que cito hoy como efeméride que ya muy pocos habrán de recordar. Sus escasos propagandistas se mantienen atados a un anacronismo que el mundo ha rechazado ya, y aunque por un momento el viento parezca serles favorable sus propios errores acaban por tirarlos: las cosas caen siempre por su propio peso. Los hechos de un hombre como don Eugenio han perdurado.
Armando Fuentes Aguirre "Catón"Entiendo la actitud de los legisladores nuevoleoneses ante el hecho de que un historiador haya calificado de valientes a quienes asaltaron a don Eugenio Garza Sada con intención de secuestrarlo, y en el curso de ese atentado le quitaron la vida. Don Eugenio es venerado en Nuevo León, y ciertamente es figura venerable. Su legado de bien ha perdurado; es uno de los mejores seres humanos que ha vivido en este país. Llamar "valientes" a sus asesinos constituyó una ofensa para todos los que guardan su memoria. Ninguna duda cabe de que el término "valiente" posee contenido laudatorio, por más que quien lo usó haya intentado luego disfrazarlo en forma poco valiente.
Armando Fuentes Aguirre "Catón"