La depresión es la enfermedad de nuestros tiempos, se la compara con plagas como la peste bubónica, la sífilis o el sida y pertenece ya a este selecto grupo de males que han marcado hitos en la historia.
Las enfermedades pueden ser físicas o sicológicas. Un cuerpo sano puede sufrir de enfermedades sicológicas y viceversa. Stephen W. Hawking, considerado el genio más grande desde Einstein, está confinado a una silla de ruedas y no puede ni siquiera hablar. Mientras tanto, a diario vemos jóvenes en plenitud sucumbir ante enfermedades como la bulimia, la anorexia, vicios como las drogas y el alcohol o de plano al suicidio o al crimen.
Esto que es cierto para los individuos, lo es también para los grupos de personas. Una comunidad, una sociedad, una ciudad, un país, hasta grandes sectores de la humanidad pueden tener épocas de gran creatividad y progreso o pueden sucumbir víctimas de enfermedades sicológicas colectivas.
Pero, ¿por qué es tan grave que el país este deprimido? ¿Cómo pudieron contagiarse millones de mexicanos de este oculto mal?
Para explicar la depresión vamos a relatar un experimento clásico que realizan los laboratoristas de la sicología clínica.
El experimento consiste en aislar unas ratas en un cubo de cristal y enseñarles a oprimir cierto botoncito rojo para obtener alimento y acostumbrarse a hacerlo cada vez que tienen hambre.
Cuando las ratas ya están habituadas a oprimir el botón rojo cada vez que tienen hambre, con resultados inmediatos, precisos e infalibles, de pronto, sin aviso ni preparación alguna, sin modificación ninguna de luz, sonidos o cualquier otra señal en el entorno, se les corta de tajo el suministro de alimento.
Cuando falla ese recurso por primera vez, las ratas quedan desconcertadas un momento pero siguen su día con normalidad. Luego, conforme aumenta su apetito, vuelven a intentarlo y presionan el botón rojo una y otra vez sin resultados. Y luego otra vez, y otra, y otra hasta caer en el enojo, lo cual los hace presionar el botón obsesiva, frenética y hasta rabiosamente.
Poco a poco, conforme crece su frustración, reduce la frecuencia de sus intentos hasta que deja de intentarlo por completo, es decir, deja de oprimir el botón rojo que ya no le da alimento, que ya no le resuelve el problema del hambre. El animalito aprende que haga lo que haga, bien o mal, lento o rápido, con gracia o torpemente, no obtiene su ración.
En ese momento el animal se rinde, cabizbajo se retira al fondo del cubo, se echa al suelo, su vista se pierde en el horizonte, su rostro adquiere un semblante triste, pierde la autoestima, padece problemas de concentración, pérdida de memoria e insomnio, pierde interés en actividades que antes disfrutaba, se vuelve irritable, finalmente piensa en la muerte.
El nombre que los científicos dan a ese estado es depresión.
La depresión del animalito no es un proceso consciente, proviene de lo más profundo de su inconsciente, el cuerpo parece decir ¡basta!, se rehúsa a seguir luchando y prefiere dejarse morir.
La depresión es entonces una reacción inconsciente a estímulos negativos fuera del control del individuo. Cuando esta situación se prolonga a lo largo del tiempo, el nivel de tolerancia del sujeto es rebasado y aprende que su situación no tiene salida, que haga lo que haga va a seguir recibiendo los estímulos negativos.
Los sujetos, tanto en lo individual como lo colectivo, aprenden que no tiene ningún sentido esforzarse, que es igual o mejor no hacer nada, resignarse o huir. aprenden que no defenderse constituye el mejor método para evitar en el futuro los castigos y maltratos del pasado.
En otras palabras, si un individuo o un grupo son sometidos constantemente a estímulos negativos fuera de su control y si estos estímulos negativos continúan haga lo que haga ese individuo o ese grupo, tarde o temprano cae en depresión.
Y vaya que hay millones de mexicanos que tienen razones para estar deprimidos, porque el botón rojo nacional no funciona...
Víctimas de una frustración cada día mayor, convencidos de que no pueden hacer nada por solucionar su situación ni la de los suyos y por ende sumidos en una profunda depresión.
Y si millones de empresarios, estudiantes, amas de casa, ciudadanos, ecologistas, ejecutivos, obreros y empleados están deprimidos, entonces la felicidad de los privilegiados, que cada día son menos, no es suficiente para compensar la depresión de los demás y por ello es que México está deprimido.
También a acompañar dicha realidad con declaraciones irresponsables, cínicas, mentirosas e increíbles, a oír cómo los gobernantes en turno, lejos de solucionar la grave problemática, se convierten en meros títeres de ese sistema perverso.
El paso de años y las décadas, sin poder cambiar nuestra realidad cotidiana a pesar de los esfuerzos, hizo que algo muy profundo, una voz desde las entrañas de nuestro tejido social decidiera que es "suficiente" y una depresión colectiva se instaló en México.
La evidencia más clara que la sociedad se encuentra deprimida es la baja participación ciudadana, la apatía política que se refleja de manera creciente en los procesos electorales del país.
De 1991 a la fecha, el porcentaje de participación de los electores ha ido en franco desplome. En las elecciones intermedias de 1991 salió a votar el 65.5% de la población, en 1997 este porcentaje había caído al 57.6% y en el 2003 se llegó a tan sólo el 41.7%.
En cuanto a las presidenciales, en 1994 la participación fue del 77.2% y para el año 2000, esta cifra había caído a sólo el 64%.
Todos son partidos morralla, el PRI de a tostón, el PAN de 20 centavos, el PRD de 10 centavos y los demás ni existen, no hay uno solo de peso.
Pero hay más:
En los últimos 10 años el número suicidios casi se ha duplicado. En 1990 se registraban 1,500 al año y hoy estamos arriba de los 3,000, de los que son notificados. En el mismo período la población aumentó menos de 15%.
Algo más grave ocurre con los intentos de suicidio que han crecido tres veces. La situación no se explica por el crecimiento de la población, sino debido a otros factores. Diariamente decenas de mexicanos intentan suicidarse y al menos diez de ellos lo logran.
El Consejo Nacional Contra las Adicciones dice que quince millones de mexicanos padecen algún problema de salud mental y adicciones, de los cuales cuatro millones atraviesan por un estado depresivo delicado.
Estas cifras contribuyen a confirmar el diagnóstico de depresión que seguiremos desarrollando en los siguientes capítulos.
Esta Gran Depresión es similar a la que vivieron los Estados Unidos en los años 30's, pero de mayor intensidad y alcance. Si esta crisis se atiende propiamente, México surgirá como una nación fortalecida. De lo contrario, el país puede seguir hundido en una larga época de tinieblas económicas, oscurantismos políticos e intensos dramas sociales.
Hemos identificado al menos 15 similitudes entre ambas depresiones, que se enumeran y explican a continuación.
Los norteamericanos atribuyen su Gran Depresión a uno o más de los factores que se enumeran a continuación y que se repiten, de manera ominosa, en nuestro país:
NO. Este no es un análisis pesimista, simplemente un "modelo" de cómo acomodar las piezas del rompecabezas nacional sin que quede ninguna fuera.
A muchos analistas se les hace engrudo sus análisis, de pronto hay variables que no les encajan. En la Gran Depresión, encaja todo.
Y voy a ejemplos concretos. La escandalosa concentración del ingreso que hay en México. No hay una sola persona que pueda negar esta dolorosa realidad. Nosotros decimos que este es uno de los factores que tienen sumida a la economía en depresión, pero ¿y los que nos califican de pesimistas qué creen?
Probablemente que la economía por goteo funciona, que estos grandes capitalistas, que tienen toda la lana, tienen la capacidad de hacer grandes inversiones. La pregunta es entonces: ¿dónde están hoy que el país tanto los necesita? Esta es la tesis que han manejado los gobiernos de De la Madrid, Salinas, Zedillo y Fox.
Otro ejemplo: los monopolios. La economía está controlada por una serie de monopolios que acaparan los factores básicos de la producción, energía, telecomunicaciones, banca, comunicaciones, acero, transportes, etc. Nosotros decimos que ésta es una de las principales razones por las que no hay mercado interno y el país está en depresión, pero capaz que nuestros críticos consideran que es bueno que hayan monopolios porque estas grandes empresas son las que realmente pueden competir en un mundo globalizado.
Uno más: el desastre del campo mexicano. Nosotros decimos que es una de las principales causas de la depresión y la migración masiva de campesinos a engrosar los cinturones de miseria de las ciudades y su peligroso éxodo a los Estados Unidos. ¿Qué dirán los que nos califican de pesimistas? Seguramente están contentos porque ahora ya no producimos maíz, frijol, trigo ni papa y que lo importamos todo de Estados Unidos, y qué bueno que así sea, porque ellos son más eficientes y así obtenemos productos a un precio más reducido y nosotros a cambio les mandamos piñas, melones, plátanos y jitomates, que crecen mejor en México que en su país.
No hace mucho Salinas, el gúru de los tecnócratas, el líder del "club de los optimistas", festejó la concentración del ingreso y la economía por goteo, justificó las privatizaciones que crearon grandes monopolios y dijo que eran las empresas mexicanas que serían punta de lanza para competir en el mundo, firmó el TLC dejando desamparado al campo porque nunca seríamos competitivos en la producción de granos, criticó a millones de pequeños y medianos empresarios por no ser competitivos y vivir bajo la irrealidad del manto del proteccionismo oficial, vamos, hasta les abrió las puertas de Los Pinos a los narcotraficantes.
Quienes nos califican de pesimistas son los herederos ideológicos de Carlos Salinas, los mismos que implementaron y justifican el Fobaproa y el resto de los rescates, que festejaron la desaparición de industrias completas, en fin, los mismos que con sus políticas y fechorías sumieron el país en la Gran Depresión que hoy, afanosamente, intentan negar.
Lo dejamos a su criterio. ¿Cuál es el bueno, su análisis o el nuestro?, ¿quiénes son los pesimistas, ellos o nosotros?...
Métanse esto bien en la cabeza: ¡México debe ser reconstruido sobre las cenizas del neoliberalismo! Sólo así vamos a salir de esta GRAN DEPRESION.
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Sí, me gustaría que esta pequeña depresión nacional, que está en camino de convertirse en una gran depresión, me fuera indistinta y pudiera quedarme únicamente con lo mejor, con lo bueno, los logros personales y lo positivo que permanece aún en este entorno complicado.
¿Depresión nacional? Sí, aún en ciernes, pero forjándose. Para empezar, nuestra economía, que es el motor para que la mayoría de nosotros viva relativamente tranquila, simple y llanamente no va. No sólo no hay el crecimiento que necesitamos y merecemos como país, sino que el ritmo ha bajado su velocidad; ya es lento, a tal grado que muy pronto estaremos hablando de ir hacia atrás.
Todas esas expectativas que arrancaron hace un año con la victoria de Peña Nieto en las urnas se esfuman y empieza a aparecer la cara amarga de la realidad. La mal llamada reforma hacendaria, que no es otra cosa que una miscelánea de acomodo de impuestos, le da la vuelta cobardemente al problema fundamental de la informalidad y la evasión, y le carga la mano a la clase media, esa que sí paga impuestos y que ahora pagará más.
Con el aumento al impuesto sobre la renta, a las colegiaturas, a las rentas, y a bienes y servicios que utiliza esa clase media, el actual gobierno le da un golpe de frente a un sector que había sido su mejor aliado, y que fue el que lo llevó al poder tras la profunda decepción panista.
No hubo ideas o talento para obligar a pagar impuestos al 60% que vive en la informalidad y la evasión, y nos cargan la mano a quienes ya pagábamos impuestos.
Además, esas reformas (totalmente intrascendentes porque no hay cambios fundamentales) patearon el avispero y ya pusieron en pie de guerra a los sectores más recalcitrantes de la marginación mexicana. La estatura tan enana de las reformas no justifica que los demás tengamos que soportar las provocaciones de esos grupos radicales. No es una causa que valga la pena.
Ni PAN ni PRI reeducado han sido la solución.
Por eso me gustaría ser indiferente y preocuparme y ocuparme de lo mejor que tengo, de mi esposa, de mis hijos, de mi entorno más cercano: de mi cuadra, pues.
Pero no puedo porque también es mío ese país que los partidos políticos han gobernado con total irresponsabilidad, simulación y descaro, y soy de aquellos que todos los días esperamos algo mejor para todos quienes vivimos en él, incluidos tanto los barbajanes que aterran a la capital con sus bloqueos e intransigencia, como el patán que tira basura en la calle desde su coche enfrente de nosotros.
Pablo Latapí
(v.pág.2-A del periódico El Informador del 12 de septiembre de 2013).
Por generaciones, un sector reducido de personas -auto denominadas “políticos”- acompañados de una vil elite empresarial, han tomado pésimas decisiones, propiciando: corrupción, su enriquecimiento, atraso, pobreza, división, ignorancia, discriminación, rencor, violencia y miedo. El desánimo se aposentó en el país, hasta el punto de renegar de nuestra identidad.
Falta valor para enfrentar la injusticia. Dignidad contra la arrogancia. Claridad que limpie confusiones… Dios se ha convertido en recurso de los usurpados. La clase dominante parece no invocarlo.
El nicho que nos cobija, se aloja en la resignación, aunque enojo y descontento han crecido hasta llegar al colmo.
Nuestros líderes optan por cuidarse de la burla y el escarnio silencioso. Marcan distancia y en lo posible ausencia. Hablan con larga parsimonia para evitar mostrar su evidente ignorancia. Aparentan un Estado de Derecho, mientras cobijan al cómplice. Desconocen la lógica y nosotros la indignación. La decadencia ha sido demasiado larga. Tanto así, que aprendimos a vivir con ella. En esta absoluta oscuridad, ya no parecemos requerir de LUZ.
¿Que dónde está?
En la educación en todos los niveles, direcciones y sentidos.
En el fomento -hasta la obsesión- por la sofisticación cultural.
En la investigación, ciencia y tecnología. En encender imaginación y propuesta.
En pensar en los desposeídos.
En el castigo ejemplar a los que históricamente se han burlado de la justicia. También a los que piensen que seguirá siendo posible.
En arrancarle las máscaras a los que dolosamente han engañado a generaciones enteras.
En imponer la honestidad como un principio nacional.
En oponernos a corromper o ser corrompidos.
En el rediseño de la ley. Simple, claro y aplicable a todos.
En la unión de este noble pueblo.
En recoger nuestra basura y limpiar a México. Ríos, valles, montañas, litorales, calles y hasta el subsuelo claman por mayores cuidados. Veneremos flora y fauna.
En poder vernos a los ojos sin vergüenza.
En abrazar a la diversidad de etnias, con un sentido de igualdad y no limosna.
En cambiar suspicacia por entrega.
En no tomar lo que no es mío.
En denunciar lo que incomode a otros o a mí.
En levantar el optimismo, la esperanza y la fe.
En ser ejemplo y no excepción.
En creer en nuestra juventud y escuchar a nuestra vejez.
En cultivar el valor espiritual… intrínseco.
Ser lo que aspiramos nos llevará al orgullo, no al rubor.
Pensamos igual. Queremos lo mismo. Sabemos que es factible, aunque decaemos ante el horizonte.
Pero… Llegó la hora de actuar. Trabajemos por lo que se pensaba imposible… irremontable.
Claramente así, cambiaremos crisis por cambio. Maleza indomable por camino. “Esto” indescriptible aunque detestable, por algo digno para los que vengan detrás.
La Revolución del Intelecto depende de todos.
Primeramente de ti.
Pedro Ferriz de ConAlrededor de 3 millones de mexicanos padecen depresión, patología que está entre las 10 primeras causas de consulta en el IMSS, el ISSSTE y hospitales de la red nacional.
El cálculo oficial es que hasta el 3% de la población presenta el problema de forma leve hasta crónica.
(V.pág.3-B del periódico El Informador del 19 de agosto de 2014).De acuerdo con la encuesta nacional en hogares Parametría-El Financiero, correspondiente a marzo, el 70% de la gente cree que el país va por el camino equivocado.
Enrique QuintanaUn fantasma recorre México: es el fantasma del desencanto. Los políticos tradicionales y las instituciones están perdiendo el respeto de la población. No es un mal que afecte solamente a un partido o a una tendencia política. El desencanto carcome todas las estructuras políticas y sociales y genera una desconfianza que se extiende y agobia.
El presidente de la república, Enrique Peña Nieto, tiene los niveles más bajos de popularidad de su sexenio: 34% según el periódico Reforma. Miguel Ángel Mancera, jefe de gobierno de la ciudad de México, no está en su peor nivel, pero ha perdido también terreno en los últimos meses y registra ahora una aprobación de sólo 37%. Otros gobernantes tienen registros similares. En un país en el que los mandatarios casi siempre alcanzaban aprobaciones superiores al 50%, estas cifras son preocupantes.
Los partidos políticos, que confiscaron tiempos de radio y televisión para promoverse porque decían que los medios los atacaban, han visto caer aún más su popularidad. Hoy los partidos sólo tienen una aprobación de 16%, la más baja para cualquier institución, por debajo incluso que la policía. Inquieta que el ejército, que en 2013 tenía la mayor confianza popular entre las instituciones, con 69%, haya visto caer su respaldo a 52%. Usar a las fuerzas armadas como policía ha tenido un costo muy importante. Todas las instituciones públicas, de hecho, han caído en los índices de confianza: la CNDH, el INE, el gobierno, la Suprema Corte y la policía.
El desencanto llevó al triunfo de un candidato independiente y populista, Jaime Rodríguez, "El Bronco", en las elecciones para el Gobierno de Nuevo León. Ha hecho también que Andrés Manuel López Obrador, quien pese a llevar toda la vida en la política ha logrado distanciar su imagen de los políticos tradicionales, aparezca en 1er. lugar en las encuestas para la carrera presidencial del 2018.
El desencanto llevó en el pasado a los triunfos electorales de Benito Mussolini en Italia en 1922, Alberto Fujimori en Perú en 1990 y Hugo Chávez en Venezuela en 1999. Los caciques y los populistas encuentran siempre su momento de gloria en circunstancias como las que hoy vive nuestro país.
El desencanto tiene múltiples raíces. Abreva en parte de circunstancias económicas. El estancamiento es tierra fértil para la decepción. Las redes sociales, donde la descalificación y el insulto se mueven con mayor facilidad que la aprobación o la crítica constructiva, se han convertido en las arterias que permiten que el fantasma recorra el país en un instante.
El desencanto procrea a líderes carismáticos que parecen en un principio resolver todos los problemas con la varita mágica de la intervención gubernamental en la vida y las actividades de los ciudadanos. Al final, sin embargo, cobran un precio muy alto en pérdida de libertades individuales y de prosperidad duradera. Esperemos que México no concluya así su actual capítulo de decepción.
Sergio SarmientoEn realidad estamos solos, no contamos con autoridad alguna para superar los obstáculos en camino que nos afectan como colectividad.
Laura Castro Golarte¿Cómo no se va a desanimar y malhumorar el pueblo si es presa continua de actos de corrupción, no sólo a nivel de la 'casa blanca', sino a todo nivel, desde el policía que lo está cazando, no cuidando, o por quien es contratado para servir al público y acaba cobrándole por servirlo?
¿Cómo quieren los gobernantes que interpretemos los cambios de puesto de los funcionarios públicos cuando el móvil que los provoca es acomodar a los amigos para que cuiden al gobernante o pagarle favores electoreros y no su eficacia y conocimiento para cumplir con las responsabilidadesdel puesto?
¿Acaso debe el pueblo tomar con buen humor que la inseguridad no cesa, que le miedo poco a poco se convierte en paranoia, que la sociedad cada vez se asombra menos de la violencia, los abusos y el cinismo de quienes han hecho del crimen su modus vivendi?
¿Deberá el pueblo aplaudir a los legisladores por no haber concluido las labores en torno a la Ley Anticorrupción, como ha sucedido con prácticamente todas las reformas que tanto se han presumido, pero que salvo la Fiscal que es para sacarle más dinero al pueblo, no se han materializado cabalmente?
Señor Presidente, se pueden llenar páginas enteras de preguntas como éstas, pero no es necesario, bastaría con que usted tenga la humildad de abrir los ojos y ponerse en los zapatos de cualquier mexicano a quien de maner populista y vacía le extiende la mano en sus actos públicos y sólo con eso entendería de dónde viene el mal humor.
Razón y AcciónA mi juicio, el mal humor social está relacionado con temas que no son estrictamente económicos.
El 1o. de ellos tiene que ver con una combinación de 3 factores: corrupción, inseguridad e impunidad.
Y, no piense usted en casos de gran difusión como la 'casa blanca', sino más bien en el día a día que no hace noticia, en el que se ve involucrada la mayoría, y que deriva del contacto con autoridades locales, sean delegacionales o municipales.
Y el otro factor relevante tiene que ver con el desencanto. No se trata sólo de las reformas y sus promesas, sino de la democracia misma, que muchos veían como la vía para solucionar nuestros problemas y que, tras 16 años luego de la 1a. alternancia, no vemos cambios de fondo.
Enrique QuintanaNo he dejado de señalar la persistencia y agravamiento de 4 males que han hundido al país en el desaliento: la impunidad, la corrupción, la violencia y la inseguridad.
Enrique Krauze¿Por qué la percepción que tenemos de la realidad no corresponde con la que pintan las cifras económicas?
Más que un tema económico, es un asunto de psicología social.
Hay varias explicaciones del porqué de esta disociación de la realidad y la percepción.
Los hechos son claros: hoy estamos más pesimistas respecto al futuro que incluso cuando la economía iba cuesta abajo y el dólar no dejaba de subir.
Enrique QuintanaEl desaliento es cada día más grande alcanzando ya la calidad de descomunal, porque no hay para dónde voltear. Aferrados al poder y a una realidad ficticia cómodamente sentados en sus sueldos, sus aguinaldos, sus bonos, sus prebendas y privilegios, no pueden ni quieran darse cuenta de lo que sucede en el México profundo.
Laura Castro GolarteDe todo y de todos se desconfía, nada está bien hecho y, lo más grave, se niega a priori cualquier posibilidad de considerar aceptables las acciones rectificadoras, sean quienes fueren los que las intenten, sobre todo si son autoridades.
Por lo que a México se refiere, pongo un ejemplo que me parece sintomático de esa patología: la lucha contra la corrupción.
Nadie puede negar que ese mal -del que es consustancial la impunidad- hace estragos en el cuerpo social y frustra el bien ser y el bien vivir de todos. No obstante ello, también es indiscutible que la indignación social ha obligado al gobierno a proceder contra muchos funcionarios y ex funcionarios públicos (algunos en la cárcel) por evidentes saqueos y abusos de poder; sin embargo, esas persecuciones no han merecido reconocimiento de los ciudadanos en general, más bien se percibe la reacción contraria: es la prueba incontrovertible de que perseguidos y perseguidores son lo mismo, están coludidos y todo es simulación y engaño al pueblo.
Ciertamente la reacción tardía de las autoridades, que frecuentemente actúan forzadas por la presión social, genera la fundada impresión de que no hay voluntad genuina para limpiar los órganos del poder público, sin embargo, si entre más combata el gobierno la corrupción peor le va, naturalmente se le pone un obstáculo adicional a su natural resistencia para lo que le resulta ingrata tarea, y que es impostergable para la sociedad.
Yo prefiero sostener que México está cambiando, y si los ciudadanos nos esforzamos en corregir nuestra conducta y mantenemos con responsabilidad la presión, podremos tener autoridades sometidas a la ley, a pesar de la condición humana.
Diego Fernández de CevallosMe parece que de un tiempo para acá la sensación de vulnerabilidad y de indefensión que experimentan los ciudadanos se ha acentuado hasta convertirse en una 2a. naturaleza. Y no me refiero sólo a la enorme incertidumbre que provoca la inseguridad que nos atosiga. Que no es poca cosa. Una inseguridad tal que terminó por diluir la noción de zonas de peligro y zonas de confianza en que habíamos divido al mapa y al reloj; antes se asumía que acudir a ciertos lugares y en determinadas horas nos sometía a un riesgo. Ahora no hay sitio ni hora del día en que nos sintamos cabalmente a salvo. Se suponía que te robaban en caminos solitarios, ahora te asaltan en las autopistas (y no me refiero a la caseta de peaje, aunque también). Te arriesgabas si ibas a la Lagunilla, Tepito o equivalente; ahora te despojan al salir de Antara o Perisur. Peligrabas en una cantina, pero no en un restaurante familiar de cierto postín. Te inquietaba caminar por un barrio poco conocido, pero te sentías a salvo alrededor de tu manzana; hoy, al encontrarse, los vecinos ya no hablan entre sí de la fiesta escandalosa que no los deja dormir sino de los asaltos acumulados en los últimos días.
Pero como decía al principio, la vulnerabilidad que experimentamos no sólo deriva de la inseguridad. En las principales ciudades del país comienza a experimentarse la sensación de que la calidad de vida de los ciudadanos, por escasa que sea, se encuentra en fragilidad perenne. Nuestras metrópolis parecen siempre estar en equilibrios tan frágiles y precarios que cualquier incidente deviene en tragedia.
Las tormentas de los últimos días convierten a grandes segmentos de nuestras ciudades en repentinos Xochimilcos, con carros convertidos en lastimosas trajineras. No importa que la temporada de lluvias tenga fecha precisa en el calendario, resulta aún más predecible la negligencia de las autoridades y la acumulación de infamias y abusos de constructores y proveedores en el desarrollo de una obra pública chata e insuficiente.
Nuestras vialidades están tan saturadas que la más tenue lluvia provoca atascos inexplicables y nos condena a vivir el resto de la tarde a ritmo ralentizado. Los trayectos se convierten en cruzadas inciertas en las que reina el azar, resultado de incidentes imposibles de anticipar: obras en construcción, operativos de seguridad, marchas de protesta, un plantón inesperado. Sabemos cuando salimos, no cuándo vamos a llegar.
Pero ningún incidente provoca una sensación tal de precariedad como el hecho de que el pavimento se hunda y aparezca de la nada un hoyo inmenso en medio de la calle. Pocas cosas deben ser más inquietantes que habitar en torno a los socavones que han brotado en distintos puntos de la Ciudad de México. Nada más frágil que saber que el suelo que pisas o ruedas puede desaparecer en cualquier momento.
Nuestros servicios públicos nunca han sido un dechado de virtudes, pero me parece que en los últimos años hemos comenzado a vivir nuestras ciudades como si se tratasen de un terreno minado. El riesgo o el contratiempo acecha en todo momento. Los nuevos códigos urbanos no escritos establecen precauciones, cálculos y hábitos que todos ya hemos hecho nuestros.
La incertidumbre no es nueva, pero se ha acentuado a niveles estresantes. Supongo que tiene que ver con el crecimiento de nuestras urbes que llevan al límite la infraestructura urbana, pero estoy convencido que también deriva de la incapacidad creciente de las autoridades para responder a los retos que afronta la comunidad.
La corrupción ha aumentado, sin duda. Aunque no es lo único. La alternancia en el poder, al no estar acompañada de mecanismos de profesionalización del servicio público, provoca que alcaldes y gobernadores sólo piensen en el corto plazo. No hay incentivos políticos para hacer las inversiones de largo aliento que requiere la infraestructura de una ciudad. Sus gestiones se caracterizan por obras de relumbrón, de remodelación, de parche y reparación.
Y el resultado es que el destino poco a poco nos va alcanzando. El nuevo paso a desnivel inaugurado solo posterga 300 metros el atasco; la repavimentación dura hasta la siguiente temporada de lluvia; se abastece de agua a una nueva colonia reduciendo las dosis de las colonias aledañas. En suma, se gestiona la crisis, nunca se le resuelve. La ciudad se sostiene apenas cambiando la agenda y los recursos de lugar para sostener momentáneamente la emergencia del día. Siempre en espera del siguiente susto, siempre apostando a la reiteración del milagro cotidiano que sostiene a nuestras ciudades pegadas con alfileres.
Jorge Zepeda PattersonAlgo estamos haciendo tan mal, que estamos prohijando engendros sociales que carecen de límites. Un botón de muestra sucedió el mismo martes en una gasolinera donde la gente hacía pacientemente cola en espera del servicio. Un taxista, que no estaba en emergencia, rebasó a 3 automóviles enfrente de él y se metió hasta delante de la fila sin mayor prurito. La gente reaccionó. Uno se bajó de su automóvil a reclamarse la cínica osadía; otra exigió a los despachadores que no le cargaran el combustible. Uno, que no había sido directamente afectado, lo amenazó: si no se salía de la fila, lo sacaba a golpes de ella. El taxista insultó a todos y sólo porque su pasajero insistió en que debía salirse de la fila, lo hizo. Estuvo a unos instantes de que un incidente absurdo se convirtiera en una gresca y, en las condiciones de nervio existentes, quizás hasta en un linchamiento del irracional taxista. No es falta de tolerancia, sino agotamiento frente a los sin escrúpulos.
Raymundo Riva PalacioNuestra autoestima ha estado más bien bajona en los últimos años. Y no de a gratis. Todos los días vemos cómo se descomponen sectores del país merced a la corrupción y la simulación de nuestra clase política, a la incapacidad del sistema de justicia para aplicar el Estado de Derecho y a la proliferación de actividades delictivas en prácticamente todos los ámbitos pero especialmente en lo que tiene que ver con el narco y los grandes cárteles que con total impunidad y complacencia tienen secuestrados varios territorios en el país.
Pega muy duro a la autoestima el vernos todos los días como una población "perdedora" cercada por los enemigos internos.
Pablo LatapíEl gran infortunio que profundiza la tragedia humana que nos tocó vivir y escenificar, es que poco a poco nos hemos acostumbrado al horror y al crimen.
Los muertos son sólo referencias numéricas, ajenas al dolor y a la ternura, testimonios fehacientes de la reiteración cotidiana del mal.
El miedo empieza a petrificar a la sociedad, a paralizarla, porque no hay sangre ni dolor suficientes para lubricar en las conciencias los necesarios arrebatos de rabia e indignación que le den sentido a la vida y a la muerte.
La sociedad -tristemente, la mayoría- pareciera resignada a refugiarse en el silencio.
Hemos construido un sólido muro en el que chocan y se diluyen todos nuestros lamentos, que sucumben en la indiferencia cómplice de ánimos derrotados o sometidos.
La gran tragedia que vivimos no está determinada por la vertiginosa expansión del mal, que carcome las fibras más sensibles de la sociedad. La gran desgracia de nuestro tiempo es que los cínicos, los sinvergüenzas y los viles, se exhiben impúdica e impunemente, al tiempo que reclaman y defienden privilegios perversos.
Las cruentas guerras entre bandas criminales, en amplios territorios, donde la gente ha sido abandonada a su suerte, son simple "reacomodos".
Las hojas del calendario recién concluido están marcadas por los lazos fúnebres de 111 mujeres asesinadas. Sólo 28 serían feminicidios, en una tierra donde fue declarada hace dos años la alerta de violencia contra las mujeres.
Jalisco suma, oficialmente, 2,991 desaparecidos. Nada de qué preocuparse, pues el estado ya cuenta con una fiscalía especializada, acéfala.
Las corruptelas desnudan la liviandad de promesas que se agotan con el inicio de investigaciones sin destino, que se quedan en el limbo, que son escondidas o distorsionadas maliciosamente, o simplemente se extravían.
Pero siempre habrá quien exhale profundos suspiros de satisfacción, al presumir el deber cumplido y reclamar, con airada exigencia, reconocimientos y aplausos que considera bien ganados y sobradamente merecidos.
Es inútil hacer votos en favor de la justicia, pues esa vana aspiración del hombre está condenada a sucumbir en la llama desfallecida de ánimos sin el vigor y la gallardía de quienes tendrían que comprometerse, con valentía y honradez, en la defensa de la ley.
Pedro MelladoComo país, seguimos de malas, de acuerdo con las más recientes mediciones del "estado de ánimo de los tuiteros", que practica el Inegi.
Este indicador del estado de ánimo tuvo un valor de 1.85 puntos en la 8a. semana de este año. Esto significa una caída de 12.7% respecto al cierre de 2017, pero de 21.6% respecto a diciembre de 2016 y de 29.4% con relación al cierre de 2015, cuando empezó a realizarse esta investigación.
Aunque no todos en el país son tuiteros, al menos para este segmento de la población es visible y medible el creciente mal humor en los últimos años.
¿Por qué estamos cada día más de malas?
Algunos podrían pensar que es la economía lo que produce el mal humor. Pero no existen elementos suficientes para explicarlo.
Sí, es cierto que la inflación creció a lo largo de todo el año pasado, pero empezó a ceder precisamente en enero.
Incluso, el índice de confianza del consumidor estuvo en el pasado enero 23% por arriba que en el mismo mes de 2017.
Hay cifras positivas en materia de empleo y aunque el crecimiento de la economía ha sido bajo, sigue en números negros.
Hay 2 indicadores, en contraste, que no van bien.
Uno de ellos es la percepción respecto a la corrupción y el otro, la inseguridad.
Respecto al 1o., apenas esta semana Trasparencia Internacional señaló que el último año México cayó del lugar 129 al 135 en el Índice de Percepción de la Corrupción.
Y, respecto a la inseguridad, a lo largo de las últimas semanas se han citado las cifras de homicidios dolosos correspondientes a 2017, que resultaron ser las más elevadas desde que hay registros.
Pero, incluso en el caso de delitos como el robo con violencia, también hay indicadores que lo colocan claramente hacia arriba.
Esos 2 factores son los que, a mi parecer, inciden en mayor grado en el "mal humor social".
Y, cuando el estado de ánimo negativo es el que prevalece, los intentos de transmitir noticias positivas resultan infructuosos, máxime si es el propio gobierno quien las ofrece.
Dice un viejo adagio: "elogio en boca propia es vituperio".
No sé si llegue a tal extremo, pero de lo que estoy seguro es que, en un ambiente dominado por el mal humor, que el gobierno (o los gobiernos de todos los órdenes) hable bien de sí mismo carece de credibilidad, aunque los datos que ofrezca sean completamente reales.
Y en las campañas electorales las cosas pueden ponerse peores porque hay fuerzas político-partidistas que ganan intensificando ese mal humor de la gente.
Enrique QuintanaEn nuestro país se percibe un ambiente hostil, de resentimiento, rebeldía, con todas las características propias de los adolescentes que están en lucha consigo mismos y contra lo establecido; culpan de todo a las figuras de autoridad, a sus padres, maestros y todo que tiene que ver con las reglas sociales y los policías.
Se rompió el modelo de gobernar y nos fuimos al extremo, estamos inmersos en la cultura consumista y permisiva en la que todo se vale, vivimos el principio del placer sin medir consecuencias. En nuestro país está muy definida la falta de respeto a la autoridad, domina la cultura de la ilegalidad, de manera que observamos conductas propias del Trastorno Oposicionista Desafiante: rebeldía ante cualquier figura de autoridad; padres, maestros, al jefe, los policías, incluso a las creencias religiosas. En estos tiempos en que la consciencia moral se ha vuelto laxa y se busca el placer a costa de lo que sea, resulta complicado distinguir entre el bien y el mal, los modelos a imitar son los que ostentan más lujos: artistas, deportistas, narcos, políticos que presumen sus bienes materiales, bien o mal ganados.
La partidocracia se volvió una anarquía. Todos quieren el poder, no son figuras de respeto, de manera qué, gane el que gane las elecciones no la tendrá fácil, necesitamos figuras de autoridad que se conviertan en modelos de honestidad, tolerancia, respeto, pero, no lo veremos en un futuro cercano, la política no va a cambiar la cultura del mexicano.
Rosa Chávez CárdenasEntiendo el enojo de los ciudadanos. El Estado mexicano nos cuesta cada vez más, pero los servicios que solo puede proporcionar el gobierno se deterioran de forma constante. La visión popular es que tenemos un gobierno que desperdicia recursos en lujos y gastos innecesarios sin cumplir con sus funciones fundamentales.
No se equivoca Andrés Manuel López Obrador cuando señala que Benito Juárez presidía un gobierno más austero. No era tanto por la reconocida honestidad personal del benemérito, sino por el hecho de que presidía un gobierno mucho más pequeño. Juárez tenía solo 6 ministerios: Relaciones Exteriores, Gobernación, Justicia e Instrucción Pública, Fomento, Guerra y Marina, y Hacienda. Hoy contamos con decenas de secretarías y cientos de dependencias de todo tipo que absorben recursos de los contribuyentes.
El presupuesto federal representa un gasto de 5.3 billones de pesos anuales. A esto hay que sumar la parte del presupuesto de estados y municipios que no procede de las transferencias federales. Nada más el presupuesto federal representa un 22% del Producto Interno Bruto, más de una quinta parte de todo lo que producimos, con un esfuerzo enorme, los mexicanos.
Hay razones para pensar que el Estado mexicano resta en vez de sumar a la prosperidad de los mexicanos. En otros países, los escandinavos, por ejemplo, el Estado representa un porcentaje todavía mayor del PIB, pero los servicios que otorga son amplios y de buena calidad. En México estos servicios son limitados y de pésima calidad.
La seguridad es, por ejemplo, la responsabilidad fundamental de cualquier gobierno. A pesar de los incrementos en impuestos y en gasto en seguridad, la violencia y la delincuencia han crecido de manera desenfrenada en los últimos años. Por otra parte, si bien los políticos han establecido leyes que dan al gobierno el monopolio del manejo del agua, uno de los productos más importantes para el ser humano, la falta de inversión productiva en los sistemas de distribución ha hecho que millones no cuenten con el servicio.
La clase política ha justificado desde siempre los impuestos que cobra y el gasto que hace con el argumento de que está combatiendo la pobreza. Los resultados, sin embargo, son decepcionantes. La pobreza en México ha aumentado en lugar de disminuir en las últimas décadas. Otros países del mundo, como nuestros vecinos, Estados Unidos y Canadá, han elevado más su ingreso y han disminuido, ellos sí, la pobreza.
Yo no sé si las soluciones que propone Andrés Manuel López Obrador son realmente las mejores, pero no hay duda de por qué los mexicanos votaron por él. El tabasqueño era el candidato de protesta al que acudió un pueblo enojado. Algunas de las propuestas hoy del presidente electo parecen insensatas, como gastarse quizá 135,000 millones de pesos para mudar oficinas de gobierno y dispersarlas en el país, pero otras tienen un claro respaldo de la sociedad. La idea de que podamos tener un gobierno más austero, que utilice los recursos públicos para resolver problemas de la sociedad y no en lujos o burocracia, entusiasma a la población.
El enojo de los mexicanos es perfectamente comprensible. También la apuesta por un candidato de protesta. Esperemos que realmente López Obrador aplaque el enojo y adopte esa austeridad que distinguió a Benito Juárez en su momento.
Sergio SarmientoDedicarse a reseñar los excesos del poder y las infamias de la vida pública durante 3 décadas propicia inevitablemente desaliento y pesimismo. Podría rescatar de mi archivo una columna de hace 20 años sobre las corruptelas de un gobernador, actualizar los nombres y publicarla con plena vigencia esta misma semana. Sensaciones de hartazgo y desesperanza.
Jorge Zepeda PattersonEl termómetro social está muy caliente. Hay una división en la sociedad acelerada por la victoria presidencial de Andrés Manuel López Obrador, que partió a la nación. Pero no nos equivoquemos. La victoria de López Obrador no inició este quiebre; galvanizó lo que se viene acumulando desde hace bastante tiempo, mucho antes, ciertamente, de que sus posibilidades de llegar a la Presidencia fueran reales. La pregunta ¿por qué estamos tan enojados? No tiene respuesta. Tampoco se ve solución.
Una corriente de pensamiento cree que la indignación social creció y se alimentó durante el gobierno de Enrique Peña Nieto, que se catapultó por la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa y el escándalo de la casa blanca. Sin embargo, fueron reactivadores, no detonadores. La desaprobación de Peña Nieto no comenzó en el otoño de 2014, cuando se dieron esos eventos, sino en el verano de 2013, tras la aprobación de la Reforma Fiscal, cuando por 1a. vez se cruzó la aprobación con el rechazo a su gestión. El quiebre social no se dio con Peña Nieto; se venía arrastrando tiempo atrás.
Peña Nieto llegó a la Presidencia con un humor social muy bajo. De acuerdo con las encuestas sobre el humor, Peña Nieto arrancó en el punto más bajo que había tenido Felipe Calderón, tras la crisis financiera global de 2008, y nunca pudo mejorar. Calderón fue el 1er. presidente que consistentemente estuvo por debajo de la línea de flotación del humor social, que no bajó con la crisis del sistema de pagos en 1994-1995, llamado coloquialmente el error de diciembre, ni tras los asesinatos del candidato presidencial del PRI, Luis Donaldo Colosio, y del secretario general de ese partido, José Francisco Ruiz Massieu, en 1994. Para cuando llegó Peña Nieto a Los Pinos, el humor social venía calentándose y volviéndose cada vez más beligerante y más agresivo.
Las redes sociales contribuyeron a la masificación del descontento. Se volvieron catalizadoras de humores que ayudaron a darle el empuje final a López Obrador para que llegara a la Presidencia con una amplia cantidad de votantes que nunca lo habían respaldado, pero no fueron el principio de todo. ¿En dónde empezó? Es difícil saberlo. Lo que es fácil establecer es que no se dio con el advenimiento político de López Obrador.
El quiebre de 1968 y el movimiento estudiantil se procesaron con la Reforma Política de 1978 de Jesús Reyes Heroles, que le abrió la puerta de la legalidad a la izquierda mexicana y la posibilidad de competir electoralmente. El Tratado de Libre Comercio de América del Norte negociado por el presidente Carlos Salinas significó un golpe que sería mortal al corporativismo y al clientelismo acendrado del PRI. Es retórico hablar si Salinas perdió la oportunidad de abrir y oxigenar al sistema cuando se achicó para liquidar el PRI y fundar el Partido de la Solidaridad, que se quedó incluso con la papelería impresa, pero permitió el comienzo de la alternancia.
En 1991, Ernesto Ruffo se convirtió en el 1er. gobernador de la oposición cuando Salinas obligó al presidente del PRI, Colosio, a aceptar la derrota. Pero desde años antes, el humor social ya había cambiado. Se vio en la toma de la sociedad civil de las calles durante los sismos de 1985, donde se le perdió el respeto a la figura presidencial. En ese mismo año, recuerdo una discusión con Enrique Krauze en la casa del corresponsal del Financial Times, David Gardner, sobre la venidera elección para la gubernatura de Chihuahua, donde el historiador, indignado con el sistema controlado por el PRI, estaba seguro que ahí comenzaría, con la victoria de Francisco Barrio, el principio del fin del partido en el poder.
No sucedió, pero la molestia creciente era notoria. Para entonces, Lorenzo Meyer, otro historiador, también discípulo como Krauze de Daniel Cosío Villegas, el gran crítico del poder, retomó su estafeta todos los lunes en la primera plana del Excélsior de Regino Díaz Redondo -satanizado por haber encabezado la revuelta contra su entonces director Julio Scherer García, en agosto de 1976-, para hacer la crítica permanente del gobierno y del sistema. Las redes sociales no existían en aquel entonces, pero la crítica no era divisoria de la sociedad, sino que desde diferentes posiciones e ideologías, coincidía en la censura del autoritarismo mexicano.
El trabajo en los medios, las organizaciones civiles y los partidos de oposición contribuyeron al triunfo del 1er. presidente de alternancia, Vicente Fox, que llegó a Los Pinos con un fuerte apoyo de la izquierda. La desilusión de Fox al no haber concretado el cambio prometido se convirtió en enojo cuando quiso meter a la cárcel al entonces jefe de Gobierno de la Ciudad de México, López Obrador, por un delito menor que ameritaba una sanción administrativa. La reacción contra el desafuero de López Obrador y poco antes la marcha de un millón de personas en la capital federal en contra de la inseguridad, reflejaron que algo importante, en activismo y beligerancia, había sucedido con la sociedad mexicana.
¿Pero qué detonó el enojo? No hay todavía una respuesta clara, ni en México ni en otras partes del mundo. Hay indicios, como en Francia, detonadora de cambios políticos profundos en los últimos 250 años, que la desigualdad es un combustible fundamental para el quiebre de la sociedad, como se podría argumentar también en México. Pero no nos equivoquemos en culpar a nadie con ligereza e irresponsabilidad. Necesitamos saber cómo y por qué llegamos a esto, y evitemos terminar destrozándonos unos a otros. Estamos tarde.
Raymundo Riva PalacioRaymundo Riva Palacio pregunta ¿por qué estamos tan enojados? Y asegura que no hay respuesta. Es difícil, ciertamente, aquí un intento: somos víctimas de una andanada continua de agravios infringidos por la clase política; los saqueos al erario, la profundización de las desigualdades, las injusticias, la corrupción, el tráfico de influencias, las malas decisiones, la pérdida de decencia política, la ausencia o dilución de las ideologías; la crisis económica que no cede, al contrario, empeora, en fin, conocemos de sobra todas estas circunstancias y la mayoría son de la historia reciente. ¿Qué será? ¿Unos 40 años? ¿Cuántas generaciones de mexicanos han nacido en este periodo y no conocen otra realidad? ¿Será suficiente respuesta?
Y, encima de todo, cuando el electorado mexicano toma una decisión inédita, la división también se profundiza. Ahora, la "nueva" clase política no contribuye exactamente a que las cosas avancen o mejoren un poquito o que cambien ciertas percepciones. Han pasado 20 o 15 días desde que hay nuevo gobierno en la República Mexicana y en Jalisco, la información se sucede, todos los días se anuncian programas o desfalcos o diferencias de todo tipo (entre diputados y senadores; entre gobiernos estatales y el federal; entre alcaldes).
Pedro Kumamoto ha insistido en que se haga honor al ejercicio político auténtico, al que implica poner en 1er. lugar a la sociedad a la que se sirve y lleva a negociar para tomar las mejores decisiones; la política sin alteraciones, perversiones ni tergiversaciones. Política de diálogo, de discusiones sobre la mesa, con argumentos, con el interés y las ganas de que las cosas caminen. No he visto, hasta ahora, que esas "nuevas autoridades" hagan algo similar. Llevan agua a sus molinos mediante la confrontación y las bravuconadas, aunque digan que no son.
Durante 5 meses, entre julio y diciembre, se generó muchísima información y, qué conveniente, el ejecutivo federal lo permitió. Ahora que hay un nuevo presidente todos los días hay "notas", no sólo una, emitidas casi sin ton ni son a una sociedad dividida que toma lo bueno o lo malo o lo criticable o lo mal dicho, para agarrarse de ahí, profundizar las diferencias y aventurar juicios que se sueltan como si nada en redes sociales, se reproducen sin freno ni medida y despiertan más incertidumbre, causan más división: que si la Guardia Nacional, que si el aeropuerto, que si el federalismo, que si el presupuesto, el terreno de 150 hectáreas, los despidos injustificados, el cierre de puertas a los burócratas el 1er. día del nuevo gobierno en Jalisco, las obras fallidas por chafas e inconclusas aquí también; el saqueo en Los Pinos, el salario mínimo, los jóvenes, el poder judicial, la mariguana...
Laura Castro GolarteEs innegable que hay un fuerte enojo social, que cuando menos yo no tengo idea de cómo aminorarlo. Los políticos creen pueden manejarlo, pero yo lo dudo mucho. Es más, yo creo que en relación con el infelizaje jamás ha habido un buen gobierno, desde don Guadalupe Victoria hasta el actual los ha habido, malos, muy malos y peores, pero bueno no puedo pensar en ninguno. El menos dañero fue Pedro Lascuráin, que como duró nada más una hora de presidente, no pudo causar más daño. Los ha habido guapos, feos, sangrones, simpáticos y lo que usted diga, pero buen gobernante, no lo creo. Por esa razón no creo que ningún gobierno de por aquí ni traído de estrangía lo solucione.
Ahora parece haber muchos expertos y mega expertos en casi todo y a la mejor a alguno le hacen caso -aunque lo que busque sea dinero-.
El actual tlatoani como casi todos ellos ha sido engañado por su banda de barberos -que esos en ningún gobierno han faltado- les dicen que son amados y que los beneficios se sienten y yo digo con la mayor claridad posible que a éste como a todos los anteriores le mienten villanamente, por mencionar el programa de las limosnas seniles, esto es el apoyo a viejitos (en cuyas filas milito) al tlatoani le dicen que están muy avanzados, la realidad es que los barberos fingieron unas brigadas que existieron solo en su imaginaciones, lo que hicieron, fue tomar los registros de pensionados y darles -solo a los que estaban captados como pensionados se los depositaron-, pero a los no pensionados no conozco a uno que se lo hayan dado. A mí desde luego que no. Ahora yo no sé si se lo están clavando, pero a los ancianos no registrados como pensionados, que supongo somos mayoría, no nos ha llegado y cabe la posibilidad de que algún listo la esté cobrando.
Pero no parece haber quién pueda calmar ese enojo social que todos podemos percibir.
Los delitos aumentan en la percepción de la gente y disminuyen en los discursos mensuales de los políticos de tal modo que yo he llegado a pensar que a la mejor las víctimas son falsas.
Algunos hablan de un perdón necesario y suena bien... si no nos ha tocado ser víctimas. Recordé [que] hace años asistí a una jornada de victimas de ETA y alguien sugería el perdón. Estaba un sujeto sin piernas y él decía que le devolvieran sus piernas y perdonaría. Lo cierto es que para las víctimas debe de ser muy difícil su situación.
Carlos EnriqueEsta semana fue particularmente violenta en nuestro país. Lo peor es que no sólo se trata de la violencia que, por desgracia, es la característica de los criminales organizados, sino que ahora trascendió al terreno de los mexicanos de a pie en cuestiones cotidianas.
Me sorprenden y horrorizan los 19 cuerpos colgados y dejados en vías transitadas de la ciudad de Uruapan, Michoacán, y los cientos de cráneos encontrados en Veracruz; pero también el linchamiento en Puebla, los 4 policías de Azcapotzalco que violaron a una adolescente en la Ciudad de México y los niveles de violencia que puede alcanzar una jovencita contra otra por un incidente vial (#LadyPiñata).
Urgen acciones desde la autoridad para frenar esta ola de violencia que nos alcanza en todos los sentidos: como víctimas, como victimarios y como testigos de piedra muertos de miedo. ¿Cuánto coraje, cuánta rabia acumulada? Es claro que las cosas no están bien y este ambiente, con sus efectos tangibles y dolorosos, sólo contribuye a que el de por sí deteriorado tejido social siga en franco deterioro en lugar de irse reconstituyendo.
Me resisto a traspasar las facturas de lo que sea a la sociedad. Sostengo que la clase política en México es la responsable de la realidad en la que estamos inmersos, que la pobreza y la mala educación son deliberadas. Mucho enfrentamos y padecemos en el día-día de nuestras vidas personales y por las malas decisiones de los gobernantes en turno, como para además cargar con culpas que no nos corresponden, sin embargo, abrir o no espacio a la violencia en nuestro entorno, en los hechos cotidianos, en las reacciones diversas por los incidentes de todos los días, comunes y ordinarios, sí hay mucho que podemos hacer y tenemos toda la potestad y soberanía para tomar decisiones.
Aquí sí toca empezar por uno mismo y empezar a notar en que momento nos sulfuramos y empezamos a gritar o a agredir: hijos, pareja, padres, vecinos, dependientes, clientes, transeúntes, automovilistas, autoridades...
Y no es fácil, pero sí creo que es un esfuerzo que vale la pena y es totalmente personal con efectos inmediatos en la armonía y la convivencia de este tejido maltrecho del que formamos parte. Por algo se empieza.
La violencia criminal, la de los delincuentes, es un asunto viejo, una herencia maldita que debe ser asumida y atendida cuanto antes. Entiendo, y celebro, la postura presidencial de atacar las causas, es decir, de tomar decisiones contra la falta de oportunidades, contra la frustración y la rabia social acumulada por décadas, con trabajo y educación, con accesos en lugar de escollos y trampas. Medidas medibles y específicas contra la pobreza, la mala educación, las adicciones y la corrupción. Urgen.
Sin embargo, es preciso e indispensable también trabajar de manera reactiva y cuanto antes. Muchas veces he cuestionado en este espacio eso, que las autoridades sólo reaccionan y no van a fondo en las soluciones, hoy se está haciendo, pero no puede ser nada más eso. Se requiere un equilibrio en las acciones y que la sociedad en su conjunto, particularmente la de los 10 estados de la república con niveles más altos de violencia, incluidos Jalisco y Michoacán, empiece a notar que hay cambios y los índices de criminalidad se representan a la baja como ya está sucediendo en Sinaloa y Durango, gran cosa en verdad.
La inseguridad en México es una realidad que nos lacera y lastima a todos los mexicanos desde que tenemos memoria. En los años 80 el narcotráfico adquirió otra dimensión y desde entonces, con altibajos, la evolución de esa forma del crimen sigue en desarrollo ahora junto con otras maneras de operar que se han ido sumando como las que tienen que ver con el cobro de protección a agricultores, trata de blancas, robos a gran escala y tráficos ilegales diversos.
Este orden de cosas tiene y debe cambiar y sólo se logrará, de fondo, si se combinan, en un justo equilibrio, las acciones reactivas para combatir el día a día en materia de violencia criminal y las medidas de largo plazo para lograr cambios de fondo que conduzcan a una realidad que los mexicanos no conocemos: una de paz y armonía generalizadas; de garantías de que nuestro trabajo rendirá sus frutos y podremos disfrutarlos, de que hay justicia y oportunidades; de respeto a los derechos humanos, de respeto en general, de confianza y transparencia, sin abusos de poder, ni negligencia, ni omisiones.
Laura Castro GolarteIndefensión, sin ayuda o protección. Por la mente, la negación de que está ocurriendo algo grave. Son parte de las expresiones físicas y mentales de tener una pistola en la cabeza, escuchar en voz de extraños que nos está cargando la chin... y que quizá podamos morir.
No hay control, lo tienen ellos, sobre el entorno, nuestras pertenencias, y lo más importante: la vida. Salen como jaurías a cometer robos, violaciones, desestabilizar la tranquilidad de una ciudad, como ocurrió el jueves 17 de octubre en calles de Culiacán, Sinaloa; como ocurre aquí cerca, con la gran cantidad de atracos a mano armada.
Las marcas que quedan son tortuosas, la vida cambia, regresas a las calles con la pelea mental entre la preocupación de cuándo vuelve a ocurrir algo similar y la obsesión de "no pienses en eso porque lo atraes".
Si sobrevives a un capítulo violento, además tienes que agradecerle a una divinidad suprema que te quitaron solo cuestiones materiales, ¿y la tranquilidad? ¿Quién se encarga de preservarla? ¿Cuándo regresa? Aprendes a vivir así, adaptándote a intentar controlar el miedo.
La semana pasada, el presidente de México Andrés Manuel López Obrador mencionó que la última encuesta del Inegi mostró que la ciudadanía tiene confianza en la nueva estrategia de seguridad y lamentó que los resultados de ese estudio "hayan pasado de noche".
En los últimos días, por lo menos 2 personas cercanas padecieron actos violentos en medio de robos a mano armada, una de ellas con fracturas en el rostro. Ambas fueron marcadas ya por ese letargo que deja la inserción a la vida diaria después de un impacto así.
En abril de 2013, en este mismo espacio compartía un hecho violento similar: "Al acudir a la extinta Procuraduría de Justicia de Jalisco un agente investigador se acercó y me dijo; 'usted no se preocupe, siga haciendo su vida, lo suyo no es nada, fue un secuestro exprés, aquí en el día a día hay cosas peores y esto, es un desorden'".
Han transcurrido 6 años desde entonces y la inseguridad continuó, el desorden se hizo más grande y lo único que ha pasado son cambios de administraciones con promesas estériles de un futuro prometedor.
En este contexto, sobrevivir a un acto violento no te libra de los sentimientos de impotencia, de indefensión. No te abandona la creencia de que nadie nos cuida ni puede detener esto, "que es difícil" -dicen- porque es una lucha que empezó hace años. Y cómo explicas eso cuando la ley por sí sola no funciona y la dimensión que ha alcanzado la inseguridad la vivimos todos los días en las calles. No existe encuesta y esfuerzo gubernamental que alcance para entenderlo.
Gabriela AguilarEl humor social de los mexicanos se ha venido agriando con los años. Desde que se comenzó a medir en los 90's, los presidentes Carlos Salinas y Ernesto Zedillo, que vivieron magnicidios, levantamientos armados y una profunda crisis económica, experimentaron molestia con los gobernados, pero nunca llegaron a estar en niveles negativos. Vicente Fox fue una bomba, y al tomar posesión 8 de cada 10 mexicanos lo apoyaban. Decepcionó rápidamente, pero no se colapsó. Felipe Calderón se mantuvo en la franja positiva hasta que lo arrastró la crisis financiera global de 2008-2009, que por 1a. vez llevó a un presidente a niveles negativos. Enrique Peña Nieto asumió el poder con la molestia acumulada, y su mejor momento en el humor social, fue el peor que tuvo Calderón.
Andrés Manuel López Obrador recogió, y su victoria electoral fue un día de campo. Obtuvo un histórico 53% del voto, aunque insuficiente para lograr un político e ideológico a su favor. Hubo muchos votos de castigo, documentados por las encuestas, que le abultaron de sufragios las urnas. No pareció tan importante sacar al PRI de la Presidencia, como expulsar a una generación de priistas quienes, por omisión o comisión, se convirtieron en símbolo de la mediocridad, la ineficiencia y la corrupción.
Las uvas de la ira contra Peña Nieto fueron aumentadas con algo en donde su gobierno no tenía nada que ver, los sismos del 19 de septiembre de 2017, donde de acuerdo con la herramienta del INEGI que mide el sentimiento de las conversaciones en Twitter, había sido "el día más triste" en la vida de los mexicanos. El índice de 1.51 puntos que había registrado, parecía imbatible, hasta el 18 de octubre pasado, cuando el sentimiento en esa red social cayó hasta 1.21 puntos.
En la víspera había sucedido el culiacanazo, cuando ante el desastre de la operación para capturar a Ovidio Guzmán López, hijo de Joaquín El Chapo Guzmán, y extraditarlo a Estados Unidos, el presidente autorizó que lo liberaran porque de otra forma, analizó, habría habido pérdida de vidas inocentes. La derrota del Estado Mexicano ante el Cártel de Sinaloa, que se movilizó para evitarlo, partió al país y, de acuerdo con expertos en opinión pública, rompió el blindaje que cubría a López Obrador.
El presidente ha identificado ese día como uno de los 5 más difíciles que le ha tocado enfrentar en su gobierno. Las cosas parecían no haber vuelto a ser como antes. Sin embargo, no era así. El humor social de los mexicanos con relación a López Obrador, había venido mostrando una caída -o enardecimiento- desde que tomó posesión hace casi un año. De acuerdo con un amplio reportaje publicado en la edición impresa de Eje Central, "desde que el tabasqueño se alzó con el triunfo se han impuesto 3 récords en el desánimo de los internautas".
"El 1o., según la plataforma del INEGI", encontraron los reporteros de Eje Central, "tuvo lugar el 29 de octubre de 2018, al día siguiente de que se anunciaran los resultados de la consulta en la que ganó el proyecto de Santa Lucía y se canceló la construcción del Aeropuerto en Texcoco". En esa ocasión, aún como presidente electo, López Obrador dio un manotazo sobre la mesa y estableció, como antes y después lo frasearía, que los empresarios no volverían a gobernar. Sería él, como jefe del ejecutivo, quien mandara. El golpe de timón fue claro para todos, pero tuvo consecuencias que se sienten hoy en día. Según Jorge Buendía, director la empresa de opinión pública Buendía, Laredo y Asociados, que realiza estudios demoscópicos para inversionistas mexicanos y extranjeros, aquella decisión provocó la pérdida de confianza del sector privado, cuya falta de inversión causó que el crecimiento económico para este año sea nulo.
La decisión fue celebrada por muchos, pero el sentimiento de los mexicanos contradecía la percepción que construyó López Obrador. "Ese día hubo 60% de comentarios positivos contra 40% de negativos, con un índice de 1.49 puntos", reveló el reportaje de Eje Central. "Ese día, el humor social bajó 2 décimas de punto". Nadie registró en su momento la forma como el país, visto a través de las redes sociales, se dividió. El registro del INEGI lo colocó debajo del humor social de Peña Nieto tras los sismos, cuando venía en caída libre su gobierno, envuelto en acusaciones de corrupción, incompetencia y creciente violencia, lo que no deja de ser altamente significativo sobre las decisiones y acciones que tomó antes incluso de llegar al poder.
"López Obrador no llevaba ni 2 meses despachando como presidente cuando ocurrió otra tragedia que pegó en el ánimo de los usuarios de las redes sociales", reportó Eje Central. "El 19 de enero, al día siguiente del estallido de un ducto en Tlahuelilpan, Hidalgo, que dejó más de 100 personas muertas, el estado de ánimo cayó a 1.45 puntos, resultado de un 59% de comentarios positivos contra 41% negativos". El culiacanazo fue la 3a. caída histórica en el índice del INEGI, que comenzó a registrar el ánimo en las redes sociales el 1 de enero de 2016, tras registrar 55% de comentarios positivos contra 45% negativos.
Este sentimiento no se registra en la encuesta de El Financiero y otras realizadas por las casas especializadas, donde el promedio de aprobación de López Obrador es 68%. Sin embargo, algo serio están diciendo. Las 3 caídas son altamente significativas y deberá estudiar qué es lo que está haciendo mal para corregir. De otra forma, como perfila el 1er. año de su gobierno, se va a llevar una sorpresa. La peor, que termine con un coraje tan grande como el que acumuló Peña Nieto.
Raymundo Riva Palacio¿Por qué hay tantos mexicanos enojados? ¿Son los únicos habitantes del planeta que se encuentran en ese estado emocional? ¿Hay personas en otras ciudades y países que también están irritados? Si es así, ¿por qué?
Hace unos días fui testigo, en una oficina pública, de un hecho que llamó mi atención. Al transitar por un andador angosto, un señor involuntariamente testereó a otro, un incidente de los que cotidianamente suceden. La reacción de uno de ellos fue absolutamente desproporcionada, comenzó a insultar al otro reclamándole el libre paso por el reducido espacio que teníamos obligadamente que compartir, conducta y actitud que lamentablemente se repite cotidianamente por los automovilistas en las calles de Guadalajara, nuestra ciudad.
No llegó la sangre al río pero me quedé pesando en las razones por las que nuestro comportamiento manifiesta un estado emocional alterado.
Vivir en sociedad implica confianza, solidaridad, ayuda mutua, comprensión, colaboración, generosidad, apoyo, gratitud, y otros valores que facilitan la coexistencia y permiten que nuestras diferencias se superen a partir de un acuerdo fundamental: el respeto por los demás.
¿Por qué entonces los antivalores han crecido? ¿Por qué las conductas antisociales se han incrementado en distintos países y regiones del mundo?
Aunque a todos mueven resortes diferentes hay una serie de coincidencias que no se pueden desestimar.
La respuesta pudiera construirse a partir de distintas razones.
El modelo económico sobre el que ha gravitado el mundo en las últimas décadas no ha resuelto las necesidades básicas de las mayorías, ni ha cubierto las aspiraciones de enormes sectores de la población que se sienten frustrados por no alcanzar los niveles de bienestar de las naciones desarrolladas, integradas por aquellas sociedades cuyos estándares de satisfacción son superiores: ciudadanos con mayor ingresos per capita, sistemas de solidaridad social eficientes y redistributivos, alta calidad de los servicios públicos, honestidad y sanciones inconmutables para quienes transgreden la ley.
Si agregamos a lo anterior el papel de las redes sociales que generan enorme cantidad de información indiscriminada, el nuevo rol de las mujeres, el resurgimiento de los nacionalismos, una visión diferente del Estado y sus responsabilidades, el crecimiento de estructuras delictivas con base social, y las desviaciones en la conducta de algunos gobernantes cuya falta de ética e inmoralidad se han hecho evidentes, podríamos encontrar las pistas sobre los porqués de la situación emocional que alteran el comportamiento del ciudadano.
Eugenio Ruiz OrozcoEntre múltiples sectores de la población mexicana pareciera que el abatimiento es el estado de ánimo dominante.
Permítame recorrer rápidamente los motivos del abatimiento.
1.- La pandemia. Ha durado más de lo que la mayoría anticipaba y ha tenido efectos destructivos muy profundos. En contra de lo que regularmente dicen las autoridades federales, México será uno de los países más afectados. Incluso con las cuestionables cifras oficiales, este fin de semana entramos al top five de fallecidos.
2.- La crisis económica. Aunque la crisis es generalizada, México será de los países que tengan una caída más profunda en su economía. De acuerdo con el FMI, en una proporción superior al 10%. Esto va a significar el cierre de miles y miles de empresas y la pérdida de millones de empleos. Además, de acuerdo a la muy citada estimación del Coneval, 10 millones de personas más caerán en condición de pobreza.
3.- La polarización. A diferencia de otros momentos, frente a la tragedia no se gestó la unidad nacional. Desde la propia Presidencia de la República se promueve la polarización entre 'nosotros' y ellos; partidarios de la transformación y adversarios; conservadores y liberales. Y, junto con la polarización se ha gestado un deterioro institucional producto de las agresiones a organismos autónomos.
4.- La falta de opciones. No parece haber opciones políticas vivas, actuantes, que tengan capacidad de generar propuestas que muevan la agenda nacional, y por lo mismo mucha gente que percibe que no hay salidas a la crisis.
Enrique QuintanaA partir del desasosiego que muchos mexicanos sentimos de cara al futuro del país, me hice varias preguntas para intentar comprender por qué yo no encuentro la misma paz, tranquilidad y hasta felicidad que los simpatizantes del gobierno de la llamada 4a. Transformación (4T) dicen sentir, si realmente confían en el presidente y creen que bajo su liderazgo nos irá mejor a todos, si se trata solo de hartazgos del pasado convertidos en anhelos de un mejor futuro sin ninguna base real que funde su optimismo, o si yo, y todos los que nos sentimos preocupados, somos simplemente unos pesimistas que negamos toda posibilidad de mejora, particularmente para los que menos tienen:
1. Si la 4T reducirá la pobreza en el país y acabará con la corrupción, ¿por qué nos preocupa el futuro económico colectivo y personal?
2. Si la 4T combate la violencia sin violencia, ¿por qué las muertes y la inseguridad van en aumento y sentimos miedo de salir a la calle?
3. Si en la 4T nadie está por encima de la ley, ¿por qué no sentimos más confianza en el sistema judicial y la primacía del Estado de Derecho?
4. Si con la 4T tendremos una educación pública de calidad, ¿es una tontería inscribir a nuestros hijos en costosas escuelas y universidades privadas cuando la educación pública será igual o mejor que la privada?
5. Si en la 4T todos tendremos acceso a un sistema de salud gratuito y de calidad (similar al de los países nórdicos), ¿hace sentido dejar de pagar un seguro de gastos médicos, y mejor atendernos en los hospitales públicos donde nos darán igual atención que en los privados y además tendremos medicamentos gratuitos?
6. Si con la 4T bajará el precio de la gasolina y la electricidad, ¿debemos olvidarnos de los vehículos eléctricos y planes de inversión en sistemas de ahorro de energía ya que ésta será proporcionada por el gobierno a precios competitivos?
7. Si con la 4T aumentará el empleo, la inversión y el bienestar de la población, ¿debemos modificar todas las proyecciones de desempeño económico y financiero, en lugar de a la baja, al alza, y las instituciones financieras del país las validarán para el otorgamiento de créditos y garantías?
8. Si con la 4T tendremos al final un país próspero, ¿por qué estamos preocupados, acaso los únicos pesimistas somos los pensadores críticos que analizamos y malinterpretamos intencionalmente los datos para inventarnos escenarios negativos, hacer inviables las inversiones, despedir empleados o por el mero gusto de sentirnos mal?
9. ¿Acaso todos los que cuestionamos la metodología, discurso y políticas públicas de la 4T somos unos egoístas que no nos importa el bienestar de los más pobres, que solo vemos por nosotros, que vivimos de la corrupción y nuestro descontento se debe a que ésta llegó a su fin?
10. ¿Acaso los simpatizantes de la 4T son seres iluminados que ven lo que los demás no vemos, y luego de analizar objetivamente las decisiones del gobierno actual, las nuevas leyes y políticas públicas, sienten que el futuro del país, de sus negocios y empresas no están en riesgo, o que sus empleos y el bienestar de su familia están garantizados?
11. Si los planes y promesas de bienestar del presidente además de ciertas y viables son nobles, ¿estaremos locos todos los mexicanos que sentimos que el país va rumbo al desastre?
Cada uno respóndase. Yo, por lo pronto, veo una enorme incongruencia entre los dichos y los hechos, y como denominador común en mis respuestas y sentires, la utopía, cuya definición encaja en el discurso diario del presidente: representación imaginativa de una sociedad futura de características favorecedoras del bien humano.
Para mí en la 4T se habla en grande y se ejecuta en chico. Las iniciativas de ley me parecen incongruentes con los "nobles ideales", más bien indican que con métodos antidemocráticos, corruptos, vengativos, manipuladores, injustos, inmorales, discriminatorios y divisorios, el objetivo no es mejorar el país, sino adueñarse de él.
Apostilla. Pregunta 12, del 12 de octubre. ¿Si la 4T destruye los monumentos a Colón para reivindicar a los indígenas por las atrocidades "históricas" cometidas por los conquistadores españoles, no debería destruir las iglesias y sinagogas para reivindicar a la humanidad por las atrocidades "bíblicas" cometidas por Dios?
Ricardo Elías, arquitecto y empresarioEn el ambiente hay algo que se siente, que se respira y está presente en conversaciones, en mucho de lo que vemos en internet y en las noticias... Algo que todos podemos reconocer y está presente en cualquier espacio social: desesperanza, queramos o no aceptarlo. Y lo vemos de la siguiente manera:
Sí: hay una sensación de desesperanza, de zozobra generalizada. Y desafortunadamente no están en la discusión del proceso electoral estos temas, cuando sería el mejor momento de ponerlos sobre la mesa. Es como si un cáncer estuviera consumiendo el país y en lugar de pensar en qué receta dar y qué medicamentos tomar, solamente nos estuviéramos sacando la pus unos y otros.
Vania de DiosEl "humor social", entendido como el estado de ánimo de una comunidad, lo cual influye en su opinión y percepción de la realidad, parece cada día más irritado.
La Secretaría General de Gobierno registra todas las protestas sociales año con año. Obtuve los datos por transparencia. Me sorprendió descubrir que en todo el sexenio de Aristóteles Sandoval se registraron 951 manifestaciones. En cambio, Alfaro acumula, a poco más de la mitad de su gobierno, 2,212 protestas en las calles.
¿Esto refleja el estilo de gobernar de Alfaro? Probablemente. Por un lado, su bravuconería parece que provoca la irritación social más fácilmente. Por el otro, también subyace una creciente insatisfacción de los jaliscienses en la atención de sus demandas.
La inseguridad y las desapariciones encabezan las expresiones de descontento. De hecho, en los últimos 5 años, una de cada 10 manifestaciones tiene que ver con desaparecidos y una buena cantidad (40) se realizaron frente a Casa Jalisco en este sexenio. Le siguen manifestaciones relacionadas con el medio ambiente, igualdad de género, salud, entre otros.
La irritación social crece. Desde luego, personalizar todos nuestros problemas en la figura de Enrique Alfaro reduce la expresión de la realidad compleja a un solo hombre (aunque como candidato aseguró que él resolvería los problemas del estado gracias al voto de millones de jaliscienses que confiaron en él).
Esta crisis social, de derechos humanos y de violencia que vivimos tiene su origen también en un sistema político agotado. No sabemos cuánto soportará esta olla de presión: la gente está enojada, dolida y se siente abandonada.
Jonathan LomelíLo interesante es que ni toda la pedagogía ni toda la psicología del planeta han sido suficientes para evitar el que vivamos inmersos en una verdadera sociedad del miedo. Repasemos siquiera de manera muy general algunos de nuestros miedos: contagiarse o volverse a contagiar del COVID, de la viruela del mono, de la nueva cepa de la hepatitis, o por el dengue, desarrollar efectos secundarios por la vacuna o por la enfermedad, miedo a ser asaltado en la vía pública, en el lugar de trabajo, en un restaurante, a través de extorsiones telefónicas, o en la propia casa, miedo a que le quiten el auto o a ya no encontrarlo donde lo dejó, o hallarlo sin la computadora, o con los vidrios rotos, miedo a ser objeto de cobro de piso, de secuestro o desaparición forzada en su persona o en sus familiares, miedo a perder el trabajo o la casa hipotecada, a contratar un trabajador bandido o inepto pero exigente, a ser objeto de un montachoques, a ser atropellado o atropellar a un motociclista imprudente, o ser golpeado por llamar la atención a un conductor barbaján, miedo a la inflación y a la recesión, se entienda o no lo que eso signifique, a una posible devaluación, a un mayor encarecimiento, miedo al cambio climático, a la contaminación del aire, a la escases del agua, al huracán del siglo, a los fertilizantes, a los pollos retacados de hormonas a la altura de los muslos, a los plantíos de aguacate que arruinan la tierra y sus mantos acuíferos, a la sequía total, a la adulteración de las bebidas y los alimentos, a la fructuosa y los aceites poliinsaturados, a la comida chatarra, a los antibióticos de 3a. generación, a los retenes carreteros, a la clonación de tarjetas, al robo de identidad, a los billetes falsificados que todo cajero debe revisar, a la amenaza de indigentes agresivos que se adueñan de plazas y banquetas, miedo a los vecinos ruidosos, a las casas sospechosas, a cualquiera que llame a la puerta o le marque a su teléfono, y a los mismos policías, miedo a comprar por internet productos defectuosos, a no recibirlos ya pagados, a tener que iniciar engorrosos trámites, a ser víctima de las cambiantes reglas del SAT, a no poder hacer procesos en línea, a la inminencia de las fechas límite, a olvidar un pago bancario que resultará el doble de costoso, miedo a trasladarse por tales o cuales avenidas o carreteras donde siempre hay un accidente que bloquea por horas la fluidez, miedo a los plásticos, a la luz azul de celulares y pantallas de computadora, a la muerte blanca y a la silenciosa, y encima, la posibilidad de que una enorme piedra que vaga por el espacio venga a estrellarse contra el planeta.
Bajo el peso de tantos miedos el ser humano y la sociedad no pueden vivir sino aplastados.
Armando González EscotoLos últimos años han sido duros, ásperos y agresivos. La pandemia nos invadió por completo aunada a la otra epidemia, la de la política, esa que ha secuestrado nuestras conversaciones, y que, en lugar de enfermar el cuerpo, nos ha enfermado la mente.
Hemos priorizado lo que nos angustia y enferma sobre lo que nos nutre, lo que nos da alegría, paz y tranquilidad.
Necesitamos propiciar oportunidades para aplaudir, que las de quejarse y reclamar, o las de hablar de problemas y miedos son ya demasiadas, tantas, que hasta por momentos llegamos a sentirnos culpables por tener momentos agradables en medio de guerras y masacres o cuando al mismo tiempo que nosotros disfrutamos, otros sufren.
La vida de los demás, la vida nacional es importante, sí, y tenemos responsabilidades sociales frente a los que menos tienen, pero nuestra propia vida y nuestro propio bienestar no son menos importantes.
Ricardo Elías, arquitecto y empresario"Cuando un pobre no trabaja dicen que es porque es güevón. Cuando un rico no trabaja dicen que es porque está deprimido. Pos yo voy de deprimido pa' güevón que vuelo". Eso declara un cierto amigo mío, acomodado en vías de desacomodarse. En efecto: será la pandemia, será Putin, será Wall Street, será el sereno, pero lo cierto es que en estos últimos 3 años casi todos los mexicanos nos hemos empobrecido. El costo de la vida se ha elevado considerablemente; padecemos una carestía general a la que no dudo en aplicar el calificativo de feroz, aunque se enoje. Tengo amigos empresarios y amigos proletarios, y con ambos platico muy sabroso. Ya lo dice el antiguo proverbio castellano: "Vino viejo que beber. Leña vieja que quemar. Viejos libros que leer. Viejos amigos para conversar". En nuestras charlas mis amigos coinciden en decir que hemos pasado crisis graves, pero ninguna como la que vivimos ahora, pues en ella se conjugan virus, inseguridad y problemas económicos con un régimen de caudillismo errático. Lo peor de todo es que tenemos Morena para rato, a pesar de que el morenismo acaba de mostrarse como el cochinero que es. Se necesitan ciudadanos con educación y cultura para detectar a un líder populista y con visos de dictatorial, y la inmensa mayoría de los mexicanos carecen de esos dones. Por eso han hecho un ídolo de López Obrador; por eso y por las dádivas en dinero que de él reciben. No se dan cuenta de que lo que les da lo pierden con la carestía y la inflación. Como en el lloroso tango -todos los tangos son llorosos; si no lo fueran no serían tangos- vamos cuesta abajo y de rodada.
Armando Fuentes Aguirre "Catón"De acuerdo al más reciente informe de Ipsos Global Advisor, México es el país con mayor índice de preocupación de la población por la seguridad y la violencia.
Razón y AcciónEstoy triste por México. Lo veo cada día más lastimado por un régimen en el cual imperan la ignorancia, el caudillismo autoritario, la absoluta falta de capacidad para ejercer las tareas de gobierno con sentido de verdad y bien. El desprecio que ese régimen muestra por la ley llega al extremo, y la caprichosa voluntad de su monarca es comparable ya no a la de los presidentes del tiempo de la dominación priista, sino a la de los reyes de la antigüedad. Espero que los ministros de la Corte -de algunos de ellos se siente dueño López Obrador- salgan por los fueros de la justicia en el caso de la prisión preventiva oficiosa, y resistan los burdos ataques que al Poder Judicial ha hecho el émulo de Castro y Chávez. Bajo el desatentado mando del presidente actual, México ha entrado en un camino que no conduce a nada bueno. Me temo que en esa vía seguirá, pues un pueblo ineducado y pobre apoya siempre a quien le da dinero. La elección del 24 -si es que en el 24 hay elección- será para Morena, o sea para López Obrador, cuyas corcholatas le son incondicionales. Seguirá entonces la caída de México, su ruina. Pocas veces un solo hombre ha causado tanto daño a este país y le ha hecho tan escaso bien. No estoy triste, entonces, por la mañana gris. Estoy triste por lo que está pasando en México.
Armando Fuentes Aguirre "Catón"Mi país me acongoja, aquello -los desaparecidos en este país- me hacen sentir un inútil en medio de una sociedad rota.
Argelia García F.Soy mexicano y me da mucha tristeza mi presidente. No él, sino lo que está haciendo con la gente de este país.
Entendiendo que en este asunto de las marchas y las contramarchas hay una enorme desinformación y manipulación de ambas partes, pero López Obrador no ha querido leer el mensaje que cientos de miles de personas de la clase media mexicana le hicieron llegar al marchar del Ángel de la Independencia al Monumento a la Revolución en la Ciudad de México.
La desaparición del Instituto Nacional Electoral fue el pretexto, pero la razón de fondo es que hay una clase media que está harta de ser ignorada, ninguneada e insultada por el primer mandatario con el argumento de que él está con los pobres, y la convivencia entre ambos es imposible.
Es triste que cuando se enfila al último tramo de su sexenio, después del cual habrán de desaparecer irremediablemente él y toda su influencia en un México dolido por la pobreza, López Obrador no se haya dado la oportunidad de escuchar a esa clase media y regalarse a sí mismo un ejercicio de reconciliación y bajar de su soberbia autista para acercarse a ella en lugar de patearla cada vez que puede.
El propio López Obrador es un hijo consentido de la clase media y por más que haga jamás sería arropado por un movimiento popular; lo utilizarían por su popularidad y su investidura, pero después lo desecharían como a una botarga que dejó de ser útil.
Un país como México necesita a todos, y nos necesita lo más integrados posible.
Con los enormes problemas estructurales que cargamos y las herencias corruptas y tramposas que siguen enquistadas aún en la 4T tendría que darse un ejercicio de sanación colectiva que nos ayude a empezar a hacer las cosas ordenada y honradamente.
Pero el de Macuspana no ayuda.
Insiste en patear y golpear a quienes no están con él.
¿Se imagina usted una auténtica y real marcha de reconciliación?
Yo sí, y marcharía si es auténtica la convocatoria.
Pero todo indica que eso no lo veremos, y seremos testigos del fin de López Obrador tras haber desperdiciado la oportunidad de unir y buscar coincidencias para ser el gran estadista que durante décadas ha necesitado México.
Uno más que nomás no.
Pablo LatapíEl problema de las desapariciones en Jalisco se ha desbordado a tales dimensiones que en las últimas semanas empezaron a ser casi cotidianas las manifestaciones y protestas públicas de familiares cuyos seres queridos fueron privados criminalmente de su libertad. Sólo el viernes pasado hubo 5.
No podía ser de otra manera. De las 40,000 desapariciones que se han registrado en el gobierno de la 4T en todo el país, más de 6,000 han sucedido en Jalisco, lo que mantiene a nuestra entidad en el muy deshonroso 1er. lugar de incidencia en México.
Si antes las madres y padres, hermanos, esposas, hijas o hijos, parientes y amigos sufrían el más cruel de los delitos en forma privada, y de forma callada la incertidumbre de no saber del paradero de alguno de los suyos que los lleva a sentirse muertos en vida, las autoridades han dejado que este lastre crezca tan exponencialmente en los últimos años, que todo el traumatismo familiar que causa cada uno de estos raptos ha unido a las familias para salir a gritar su dolor, a buscar a sus desparecidos y a clamar con rabia justicia a unas autoridades municipales, estatales y federales que están como pasmadas y van detrás de estas organizaciones que las une la misma pena.
En marzo de 2018, a fines del sexenio del finado Aristóteles Sandoval, que se visibilizó como nunca este infierno que ya padecían desde muchos años atrás calladamente miles de familias jaliscienses, con la desaparición y muerte de los 3 jóvenes estudiantes de cine Javier Salomón, Jesús Daniel y Marco Francisco en Tonalá, las autoridades no atendieron debidamente el problema pese a que quedó tatuado simbólicamente en la ciudad, cuando la glorieta de los Niños Héroes se renombró como de Las y Los Desaparecidos.
Durante la actual administración de Enrique Alfaro estamos a punto de confirmar, al menos una 3a. tragedia de desaparición múltiple con desenlace fatal. Primero ocurrió el secuestro y muerte de Ana Karen, José Alberto y Luis Ángel González Moreno, hermanos a quienes sacaron de su casa de San Andrés el 9 de mayo de 2021 y los encontraron muertos 2 días después en la carretera a Colotlán; luego vino en enero pasado en los límites de Zacatecas y Jalisco, el caso de las jóvenes colotlenses Viviana y Daniela Márquez Pichardo, y de su prima Irma Paola Vargas Montoya, así como el novio de una de ellas, que provocaron inéditas y conmovedoras imágenes de manifestaciones de solidaridad colectiva, pero también de hartazgo, en aquel municipio del norte del estado. Pero sin duda, el caso que ha hecho más crisis es el de la desaparición reciente de las y los 8 jóvenes que trabajaban en un supuesto call center supuestamente ligado al crimen organizado. Esta tragedia ha revitalizado las protestas y las exigencias por que se atienda este flagelo social.
Por eso las autoridades de los 3 niveles, deben leer todas estas expresiones de sufrimiento e irritación, como un claro ¡Ya Basta! que debe ser tomado muy seriamente y mostrar por fin, en los hechos, que no debe haber agenda festiva alguna ni mayor prioridad, mientras no hagan algo para detener a los causantes de esta descomunal tragedia que entristece y sufren los jaliscienses.
Jaime BarreraPensamos que la corrupción era una perversidad constreñida a un círculo de personajes públicos y privados -con relevos generacionales que entran al quite con idéntica pasión por el dinero mal habido-, que sufrimos, toleramos y caricaturizamos como si eso bastara para confinarla. Pensamos que el remedio para la falta de educación de buena calidad en la mayoría de la gente está en el recambio sexenal de discurso, en el eventual debate sobre el contenido de los libros de texto, en las insustanciales loas al gremio de las maestras y maestros y en que no cese el énfasis en la gratuidad. Pensamos que la comida en nuestras mesas llega imparable desde el mítico cuerno de la abundancia sin necesidad de que cambien las circunstancias del campo, de los campesinos empobrecidos y explotados que bastante ganan con su centralidad, las de sus bisabuelos, en la Revolución, con su habitar el imaginario nacional y los libros de historia. Pensamos que las personas de los pueblos originarios deben agradecernos que compremos sus artesanías. Pensamos que las industrias y las empresas son un mal necesario en medio de los amagos socialistas, léase demagogia, de un Estado de cartón y engrudo que cultiva el resentimiento como espejito que intercambia por poder. Pensamos que la transición a la democracia y las instituciones que creamos para propiciarla llegaron para quedarse (nótese, la pura transición, no la democracia plena). Pensamos que seríamos siempre un país de mero tránsito de las drogas en su incesante búsqueda del norte ubérrimo. Pensamos que los delincuentes que las mercan son capaces de honrar acuerdos de no agresión a los locales, y que podían incorporarse a la sociedad sin causar daños. Pensamos que la ciencia y la tecnología se volverían mexicanas por arte de magia o por medio de la fayuca, porque pensamos que ésta no falla. Pensamos que como México no hay dos como si eso significara algo bueno. Pensamos que el petróleo y la riqueza que trajo consigo serían eternos. Pensamos que la justicia es una deidad que se apersona, plena e igualitaria, al conjuro de mentarla en actos solemnes. Pensamos que cada nuevo presidente trae la mítica torta bajo el brazo: la medicina para todos los males, pasados y presentes. Pensamos que la Constitución… no, en ésta más bien pensamos poco, tan poco como en el medio ambiente. Hoy nos damos cuenta de que también pensamos que el fluir del agua a los cultivos, a las casas, a las fábricas... a todo lo que hacemos, sería constante como el universo, cosa nomás de tener tubos y grifos.
Podría considerarse que lo anterior es una generalización injusta. Lo es, no son pocas, pocos quienes de generación en generación han pensado diferente; sin embargo, por las consecuencias del pensar reseñado, no queda sino concluir que se impusieron las valoraciones ejercidas de bulto.
Ahora que las campañas de los partidos para convencer electores están en lo suyo, es decir: haciendo un diagnóstico, aunque no se enteren, de las condiciones políticas del país, y de paso del estado de las materias que nos traen a mal traer, queda la impresión de que al menos ellas y ellos, en su acumular millas de proselitismo, se mantienen ciertos de que la manera en que pensamos sobre tantas cosas no ha cambiado y, por tanto, así ofrecen. Sus respuestas a las cuestiones que plantean los problemas que padecemos están basadas en que, resumimos para no volver al listado del párrafo inaugural, pensamos que las soluciones están en ellas, en ellos, con su paquete de reparación a base de saliva. Que cada cual incluya las ofertas de cualquier candidato, del partido que sea, y trate de imaginarse a las personas, al pueblo si quieren, a las que van dirigidas y el mal que supuestamente atenderán. Si hacemos ese ejercicio mental, más allá de lo que implica ese pensamos que pretende abarcar a la nación entera, aparece lo que los políticos en busca de un cargo de elección popular piensan: que ya saben lo que de este lado pensamos, sentimos, necesitamos y merecemos. López Obrador da fe de lo anterior y con él muchos otros.
Por si hasta este punto no hemos sido bastante sombríos, añadiremos que en el fondo pensamos que no hay remedio, y lo que sucede en el proceso electoral es un ensueño, un remanso para dar tregua a la inercia que imponen la memoria de tanto gobierno fallido y la experiencia actual de las muchas dificultades que nos atosigan, a las que no les vemos el cómo ni el con quién sortearlas. Porque las plataformas electorales de los partidos y los productos milagro que traen en sus alforjas las candidatas y los candidatos son fuegos fatuos, a pesar de que piensen que nosotros pensamos... etc.
El caso es que no luce, por lo que vamos viendo y oyendo, como que estemos a punto de tomar el rumbo correcto para salir de los atolladeros. Sin embargo, no podemos abandonarnos al fatalismo que lleva a la individualización nociva y a dejar de apreciar lo que la democracia puede ofrecer. Que la clase política piense lo que quiera respecto a las y los ciudadanos y sus circunstancias, la vía de escape a su influjo reduccionista es criticar sin tregua lo que prometen -cómo que abrazos a los jóvenes, cómo que una cárcel de alta seguridad, cómo que las gracejadas que nos dicen a escala estatal y local-, y luego de criticar, a votar, que sigue siendo un acto libertario imprescindible, y después a criticar lo que los gobernantes hagan, o no hagan, así hayan merecido nuestro sufragio.
Augusto ChacónEstamos cansados del cinismo del presidente, de los excesos del gobierno, de que piensen que somos tontos.
Eugenio Ruiz OrozcoEl triunfo de Claudia Sheinbaum está causando revuelo entre los disidentes de la 4a. Transformación y los mensajes no se están haciendo esperar, como sucedió con la politóloga Denise Dresser.
Luego de que el conteo rápido del Instituto Nacional Electoral (INE) mostrara una clara tendencia que favoreció a Claudia Sheinbaum, convirtiéndola en la 1a. mujer presidenta de México, la periodista Denise Dresser expresó su sentir, considerando que le entristece el resultado.
Durante la mesa de análisis de Latinus, encabezada por Carlos Loret de Mola, la analista aseguró que el resultado "es una regresión a un país que pensábamos superado".
"Me entristece saber que la mayor parte de mis compatriotas volvieron a colocarse las cadenas que les quitamos, en los 80 y los 90, volvieron a votar para que hubiera un solo partido, una sola voluntad. En nombre de la justicia social, de la soberanía, de los pobres, de cualquier razón, pero políticamente es una regresión a un país que pensábamos superado", expresó.
Aunado a ello, Dresser visualizó cómo gobernará Claudia Sheinbaum. "Creo que Claudia va a gobernar como le dé su regalada gana".
(V.periódico El Informador en línea del 4 de junio de 2024).Estoy triste. No se me tome a mal esta declaración. Parece cosa impropia de un editorialista dar a conocer públicamente ésos que en otros ámbitos más líricos se llamarían "los sentimientos de su corazón". Pero mis 4 lectores son tan cercanos a mí, y tan bondadosos, que no dudo en compartir con ellos mis desolaciones y mis alegrías. Estoy triste porque veo que se derrumba la casa en que nací y donde he vivido y espero morir: México. La está destruyendo un hombre con delirios de grandeza rodeado de una corte de vasallos que en el fondo saben que las medidas que el caudillo dicta atentan contra la Nación, pero no se oponen a ellas por interés personal, y aun las aplauden servilmente. Desoyen, o escuchan con desdén, las voces razonables que se oponen a esas aberraciones, causantes de la ruina del país. Por eso miro con tristeza el aplastamiento de la Constitución, la defenestración de las instituciones autónomas, el trono en que se sienta el prepotente dictador sobre los escombros de la República. No hay hipérbole ni melodrama en lo que digo. Hay realidad. Lo admiten en secreto incluso los más untuosos aduladores del cacique. No ignoran que México va rumbo al abismo, y que en el próximo sexenio el autócrata seguirá mandando sobre la mandataria, atada por los dispositivos que urdió ese hombre, López Obrador, para seguir ejercitando su poder: la revocación de mandato y la amenaza de las fuerzas armadas, que no pertenecen ya a la patria, sino al hombre de la 4T, quien se adueñó de ellas otorgándoles corruptoras dádivas y concesiones fuera de la ley. De ahí mi tristeza, más propia de mi edad que la rabia o que la indignación. Muchas cosas le ha robado AMLO a este país: la democracia, la legalidad, el orden, la seguridad, la protección a la salud de sus habitantes, el derecho de los niños y jóvenes a una buena educación. A mí me ha robado la esperanza en un México mejor para mis hijos y mis nietos. Me ha arrebatado también una vejez tranquila, pues los días que me quedan serán ensombrecidos por ese maximato que ya nada ni nadie puede disfrazar. Estamos viendo el fin de la nación. Su ruina se consumará en septiembre, cuando la corte del monarca apruebe en el Senado la desquiciada iniciativa para hacer de la judicatura un zoco populista al servicio del Ejecutivo y de los delincuentes. Uno de sus pedestres cortesanos dijo que la reforma judicial es un regalo que le dan a López. Lo que en verdad le están entregando es el país. ¿No tengo entonces motivo para la tristeza?
Armando Fuentes Aguirre "Catón"