A German's view on Islam


A man, whose family was German aristocracy prior to World War II, owned a number of large industries and estates. When asked how many German people were true Nazis, the answer he gave can guide our attitude toward fanaticism. 'Very few people were true Nazis,' he said, 'but many enjoyed the return of German pride, and many more were too busy to care. I was one of those who just thought the Nazis were a bunch of fools. So, the majority just sat back and let it all happen. Then, before we knew it, they owned us, and we had lost control, and the end of the world had come. My family lost everything. I ended up in a concentration camp and the Allies destroyed my factories.'

We are told again and again by 'experts' and 'talking heads' that Islam is the religion of peace and that the vast majority of Muslims just want to live in peace. Although this unqualified assertion may be true, it is entirely irrelevant. It is meaningless fluff, meant to make us feel better, and meant to somehow diminish the spectre of fanatics rampaging across the globe in the name of Islam.

The fact is that the fanatics rule Islam at this moment in history. It is the fanatics who march. It is the fanatics who wage any one of 50 shooting wars worldwide. It is the fanatics who systematically slaughter Christian or tribal groups throughout Africa and are gradually taking over the entire continent in an Islamic wave. It is the fanatics who bomb, behead, murder, or honour-kill. It is the fanatics who take over mosque after mosque. It is the fanatics who zealously spread the stoning and hanging of rape victims and homosexuals. It is the fanatics who teach their young to kill and to become suicide bombers.

The hard, quantifiable fact is that the peaceful majority, the 'silent majority,' is cowed and extraneous.

Communist Russia was comprised of Russians who just wanted to live in peace, yet the Russian Communists were responsible for the murder of about 20 million people. The peaceful majority were irrelevant. China's huge population was peaceful as well, but Chinese Communists managed to kill a staggering 70 million people.

The average Japanese individual prior to World War II was not a warmongering sadist. Yet, Japan murdered and slaughtered its way across South East Asia in an orgy of killing that included the systematic murder of 12 million Chinese civilians; most killed by sword, shovel, and bayonet.

And who can forget Rwanda , which collapsed into butchery. Could it not be said that the majority of Rwandans were 'peace loving'?

History lessons are often incredibly simple and blunt, yet for all our powers of reason, we often miss the most basic and uncomplicated of points:

Peace-loving Muslims have been made irrelevant by their silence.
Peace-loving Muslims will become our enemy if they don't speak up, because like my friend from Germany , they will awaken one day and find that the fanatics own them, and the end of their world will have begun.

Peace-loving Germans, Japanese, Chinese, Russians, Rwandans, Serbs, Afghans, Iraqis, Palestinians, Somalis, Nigerians, Algerians, and many others have died because the peaceful majority did not speak up until it was too late. As for us who watch it all unfold, we must pay attention to the only group that counts--the fanatics who threaten our way of life.

Lastly, anyone who doubts that the issue is serious and just deletes this email without sending it on, is contributing to the passiveness that allows the problems to expand. So, extend yourself a bit and send this on and on and on! Let us hope that thousands, world-wide, read this and think about it, and send it on - before it's too late.

(Received by e-mail Apr/26/2013).


Wafa Sultan debate con Sheikh Omar Bakri (video subtitulado en español).


No estoy dispuesta a que musulmanes me violen y me maten sólo para probar lo tolerante que soy.


La relación entre el islam y la cultura, y en particular la arqueología, es por lo general negativa: hay que pensar en la reciente destrucción de Palmira y en cómo los saudíes, en los últimos años, han ido arrasando cualquier vestigio antiguo (ante la mirada complaciente de la UNESCO).

María Palomar
(v.pág.6-B del periódico El Informador del 23 de abril de 2017).


¿Se trata de demostrar el desprecio que les merece una cultura que, desde su punto de vista, está moralmente envilecida porque es obscena, sensual y corrompe a las mujeres otorgándoles los mismos derechos que a los hombres? Pero esto no tiene sentido, porque la verdad es que el podrido Occidente atrae como la miel a las moscas a millones de musulmanes que están dispuestos a morir ahogados con tal de introducirse en este supuesto infierno.

Tampoco parece muy convincente que los terroristas del Estado Islámico o Al-Qaeda sean hombres desesperados por la marginación y la discriminación que padecen en las ciudades europeas. Lo cierto es que buen número de los terroristas han nacido en ellas y recibido allí su educación, y se han integrado más o menos en las sociedades en las que sus padres o abuelos eligieron vivir. Su frustración no puede ser peor que la de los millones de hombres y mujeres que todavía viven en la pobreza (algunos en la miseria) y no se dedican por ello a despanzurrar a sus prójimos.

La explicación está pura y simplemente en el fanatismo, aquella forma de ceguera ideológica y depravación moral que ha hecho correr tanta sangre e injusticia a lo largo de la historia. Es verdad que ninguna religión ni ideología extremista se ha librado de esa forma extrema de obcecación que hace creer a ciertas personas que tienen derecho a matar a sus semejantes para imponerles sus propias costumbres, creencias y convicciones.

El terrorismo islamista es hoy día el peor enemigo de la civilización. Está detrás de los peores crímenes de los últimos años en Europa, esos que se cometen a ciegas, sin blancos específicos, a bulto, en los que se trata de herir y matar no a personas concretas sino al mayor número de gentes anónimas, pues, para aquella obnubilada y perversa mentalidad, todos los que no son los míos -esa pequeña tribu en la que me siento seguro y solidario- son culpables y deben ser aniquilados.

Nunca van a ganar la guerra que han declarado, por supuesto. La misma ceguera mental que delatan en sus actos los condena a ser una minoría que poco a poco -como todos los terrorismos de la historia- irá siendo derrotada por la civilización con la que quieren acabar. Pero desde luego que pueden hacer mucho daño todavía y que seguirán muriendo inocentes en toda Europa como los 14 cadáveres (y los 120 heridos) de las Ramblas de Barcelona y sembrando el horror y la desesperación en incontables familias.

Acaso el peligro mayor de esos crímenes monstruosos sea que lo mejor que tiene Occidente -su democracia, su libertad, su legalidad, la igualdad de derechos para hombres y mujeres, su respeto por las minorías religiosas, políticas y sexuales- se vea de pronto empobrecido en el combate contra este enemigo sinuoso e innoble, que no da la cara, que está enquistado en la sociedad y, por supuesto, alimenta los prejuicios sociales, religiosos y raciales de todos, y lleva a los gobiernos democráticos, empujados por el miedo y la cólera que los presiona, a hacer concesiones cada vez más amplias en los derechos humanos en busca de la eficacia.

Mario Vargas Llosa
(v.pág.2-B del periódico El Informador del 20 de agosto de 2017).

El terrorismo está muy ligado a la emigración de habitantes poco desarrollados, a países del 1er. mundo y lamentablemente el fenómeno de la migración se ha convertido en el Caballo de Troya para fundamentalistas y fanáticos ya sea políticos o religiosos, necesariamente hemos de pensar en el islamismo, mal entendido y manipulado por líderes sin escrúpulos, utilizado para sembrar el terror y la destrucción. La mitad de los inmigrantes que arriban a Europa proviene de países musulmanes y dada su idiosincrasia resulta muy difícil que se integren a la cultura y sociedad que los recibe. En ese caldo de cultivo se gestan los jóvenes ilusos, idealistas y engañados por quienes los manipulan, que serán los bombas suicidas y causantes de los actos de terror que hemos presenciado en las últimas décadas.

Pero no es eso el único modo en que operan los terroristas, porque también acuden los manipuladores del terror, al fanatismo religioso al que son muy proclives los musulmanes, lo que los convierte en presa fácil de grupos subversivos que viven una lucha entre la civilización occidental y el islamismo, que debió desaparecer desde hace muchos siglos, pero que se utiliza con fines perversos e inconfesables por intereses de países y fuerzas oscuras que manipulan desde bambalinas, utilizando grandes cantidades de dinero que les genera la explotación del petróleo, por ejemplo. En el fondo sigue siendo la misma lucha de siempre entre sociedades abiertas y democráticas, que respetan los derechos del ser humano y la sana globalización, y los integrantes de otras sociedades, que rechazan por sistema al que es ajeno a su idiosincrasia y forma de pensar, viéndolo como enemigo peligroso al que hay que eliminar.

Sergio López Rivera
(v.pág.8-A del periódico El Informador del 17 de marzo de 2018).

El yihadismo resucitó el mito de Al-Andalus y gran parte de Europa como una tierra arrebatada al Islam que debe ser recuperada por designio de Mahoma.

Sergio López Rivera
(v.pág.9-A del periódico El Informador del 1o.de septiembre de 2018).

Está dentro de las obligaciones de Occidente el defender la libertad que hemos alcanzado y que es nuestro gran legado al mundo de hoy y de mañana. La libertad no es una palabra sin respaldo, un simple ruido que emite la garganta en ocasiones de excepción. Es una manera de salir de la barbarie y el horror que hemos visto en estos días en el aeropuerto de Kabul, donde miles de mujeres trataban de huir para no tener que pasar el resto de sus días ensimismadas en una burka, sin poder estudiar, ni trabajar, ni salir a la calle solas, animalizadas por un sistema de camelleros que no ha variado un ápice desde que, hace cientos de años, surgió aquella religión en los desiertos de Arabia, sin que hasta hoy haya sido capaz de modernizarse y enfrentar, como lo han hecho las otras, la realidad de nuestro tiempo. En casos como el de Afganistán y de tantos países africanos sí es una obligación moral y material de lo mejor del Occidente de actuar de manera decidida en defensa de la mujer o, mejor dicho, simplemente de esa civilización que permitió decir a Karl Popper y a muchísimas personas en el mundo de hoy que, a pesar de todos los desastres a nuestro alrededor, "nunca hemos estado mejor".

La Alianza Atlántica no es un artificio, sino una realidad. El mundo está dividido todavía, como escribió Sarmiento en el siglo XIX, entre la civilización y la barbarie. Permitir, por una cuestión de dinero, como quería Trump, que esta alianza que preserva las mejores cosas que han pasado al Occidente, se desmorone, es demencial. El mundo libre debe defenderse y para eso necesita el liderazgo -real, no ficticio- de los Estados Unidos, que no sólo es el país más próspero sino el mejor armado de la alianza, y el que debe asumir ese liderazgo sin las mezquinas exigencias de Donald Trump ni los esfuerzos retóricos del presidente Biden de mostrar como un triunfo lo que ha sido una ignominiosa derrota por un país que anda todavía sin acabar de salir de la Edad Media.

Mario Vargas Llosa
(v.pág.8-A del periódico El Informador del 5 de septiembre de 2021).

Llevamos décadas en una guerra larvada terrorista de Occidente contra el fundamentalismo árabe; el trágico conflicto palestino-israelí se inserta en ese ámbito; Hamás es un monstruo y no lucha por su pueblo sino obedeciendo las órdenes de Irán, que es quien paga. Por cierto, Hamás es mi enemigo. Y los talibanes. Y el gobierno iraní. Y los fundamentalistas islámicos. Todos ellos ponen en riesgo no solo mi estilo de vida, sino mi propia vida, así que creo que debemos defendernos.

Rosa Montero
(v.periódico El País en línea del 29 de octubre de 2023).

Estoy en la terraza de un café de una ciudad del norte de Italia, y en media hora veo pasar a una docena de mujeres musulmanas con el rostro cubierto a excepción de los ojos. Unas llevan a niños de la mano y otras carritos de la compra, y viéndolas pienso en la fría fatalidad de la Historia, en que la transformación geopolítica de Europa viene hoy en patera, y en que las oleadas de inmigrantes son un irreversible factor de civilización. De un nuevo mundo que en nada se parece al otro. Pero, concluyo, advertirlo cuando se tiene una edad y una biblioteca no es dramático, ni terrible. La Historia está hecha de civilizaciones colapsadas, y no siempre se tiene el privilegio de asistir al ocaso de una.

Vaya por delante que Europa siempre fue un lugar mestizo donde las desgracias vinieron a menudo de los fanáticos del purismo de raza, religión, familia o tribu, y que quienes presumen de tener 8 apellidos limpios de polvo y paja fueron causa de muchos males y tragedias. Pero hablamos de otra cosa. No se trata ya de lenguas, territorios o religiones, sino de conglomerados socioculturales, ciudades balcanizadas en comunidades ajenas unas a otras. Viene otra Europa, y nada puede hacerse por evitarlo. Quizá nunca se pudo, y sólo ocurre que ahora suenan más fuerte las campanadas del reloj de la Historia.

Dejemos las cosas claras: la inmigración ni se debe parar ni es posible hacerlo, porque además de inevitable es necesaria. Sin esa mano de obra, sin sangre nueva, la vida aquí sería insostenible, la economía acabaría yéndose al diablo, la pirámide de población se invertiría de forma monstruosa y la seguridad social sería imposible. Al ciudadano europeo, crecido en el bienestar y debilitado por él, lo desplazan la sangre joven, la ambición legítima, el tesón de gente más dura y más hambrienta. Basta un vistazo para advertir quién merece el futuro y quién la cuneta de la vida. El multiculturalismo es un cuento chino. La Historia demuestra que unas culturas empujan a otras impregnándose de ellas, pero siempre acaba imponiéndose la más vigorosa, la mejor sostenida por quienes la traen consigo. Y en la Europa actual, la más coherente es el Islam.

Ése, en mi opinión, es el principal problema al que se enfrenta el viejo continente: conflicto insoluble, consecuencia de la cobardía, codicia y estupidez europeas. Todos los gobiernos, temiendo ser llamados islamófobos o racistas, cometen idénticos errores desde hace décadas, sin aprender nada de los problemas de seguridad, formación de guetos e implantación de leyes islámicas en ciudades y pueblos. Casi toda Europa mira hacia otro lado ante las mismas atrocidades que los opresores religioso-sociales islámicos perpetran en sus países contra la libertad de expresión, la democracia, la igualdad de sexos o la orientación sexual; y sólo de refilón condena o persigue el trasplante de tales infamias. En España, pese al ejemplo cercano de Francia, la desidia roza lo criminal. Autoridades de todo signo y color ignoran la realidad de los barrios marginales y lo que se dice en algunas mezquitas. Igual que no aprendieron de Francia, tampoco aprenden de Marruecos, donde buena parte de los imanes potencialmente conflictivos está comprada por el gobierno. Por algo será.

Y es que en España, como en el resto de Europa -cada uno con la inmigración que le toca-, lo que interesa es beneficiarse del asunto, vendiéndonos la ausencia de conflicto visible como prueba de asimilación e integración. A cambio, la clase empresarial obtiene mano de obra esclava y barata. También la izquierda más vociferante tiene sus ventajas: olvidando a las mujeres represaliadas y asesinadas en el mundo islámico, donde la extrema derecha religiosa considera a la mujer y a los homosexuales sometidos a la voluntad de Dios, la demagogia europea que vive del camelo subvencionado tiene oportunidad de alzar pancartas, lucir kufiyas, llamar niños a delincuentes de diecisiete años, calificar de racista a quien protesta cuando le roban el móvil o violan a su hija, o manifestarse en apoyo a integristas islámicos -que confunden con los musulmanes en general-, mezclándolos con los parias de la tierra, la lucha contra el capital, el imperialismo americano y el sobado comodín del franquismo (ignorando que nunca hubo política más eficaz de amistad y buena vecindad con Marruecos que la mantenida por el dictador Franco, que los conocía desde la mili). Qué incómodo es recordar las advertencias que contra el velo y la sumisión de la mujer pronunciaron auténticas feministas como Élisabeth Badinter o la española Rosa Montero. Estaría bien que muchos simples e indocumentados conversaran con las curtidas feministas argelinas, endurecidas por 10 espantosos años de lucha contra el terror islámico. Esto nos sitúa en el corazón del asunto: los inmigrantes musulmanes que dejan atrás la miseria pero traen su religión y forma de vida. Como Europa, egoísta y estúpida, no ha sido capaz de ofrecerles integración e igualdad real, se sienten más cómodos con sus propios métodos y costumbres. Por eso buena parte de los emigrantes musulmanes no educa a sus hijos con la mentalidad del país de acogida, sino con la del país del que proceden. Tienen sus propias mezquitas, sus barrios, sus escuelas y su televisión; gozan de derechos imposibles en los países de origen, pero a la hora de respetar las obligaciones reclaman un trato distinto por su religión. Y como de tontos no tienen un pelo, se amparan en nuestra propia retórica. Los jóvenes nos desprecian por débiles y contradictorios, mientras que al Islam radical lo ven fuerte y atractivo. Europa es el cáncer, gritan, el Islam es la solución. Con vuestra democracia destruiremos vuestra democracia. Etcétera. La palabra la inventaron los griegos: oikofobia, odio a la casa, el lugar donde vives.

En esa contradicción está el problema. Por necesidad social, el inmigrante debe ser aceptado e integrado; pero su patrimonio cultural e histórico se opone al de una Europa que tampoco se aclara ella misma. Por tal razón esos musulmanes necesitan seguir siendo ellos: profesores denunciados por hablar de jamón o mencionar la Reconquista, protestas en autobuses y lugares donde hay perros -animal impuro según el Corán-, por la Semana Santa, por publicidad con chicas ligeras de ropa, por desnudos en las playas. Añadan a eso imanes que explican cómo pegarle a la esposa sin dejar marcas y que se libran con un cursillo sobre derechos humanos, que aprueban los asesinatos por honor, o que escriben, como el saudí Abdullah Al Qarni: No te dejes engañar por Occidente y sus ideas y modas, y recuerda que las mujeres que salen de casa a trabajar son responsables de la destrucción de sus familias.

Digamos lo que quienes deben hacerlo no se atreven: esto no es un debate entre iguales. Esto es Europa. Pertenecemos a una civilización superior en derechos y libertades. Allí ya me habrían matado, dijo la holandesa de origen somalí Ayaan Hirsi Ali. Aquí no se gobierna desde las iglesias ni las mezquitas; tratamos a las mujeres como a seres libres, no como propiedad de maridos y familiares varones, y no hay que esconderlas ni taparlas porque se nos supone educados para respetarlas. Aquí no hay desacuerdo entre iguales, insisto. En esto Europa está muy por encima, razón por la que acuden a ella miles de emigrantes a refugiarse o ganarse la vida. El problema es que nunca se les plantearon con firmeza las reglas del juego: obtenga trabajo y respeto, pero respete usted las normas. Lleve a sus hijos a colegios que los integren, no llame puta a su hija ni a la mía por llevar minifalda, no la case con quien ella no quiera, no le mutile el clítoris, no le cubra la cara o la cabeza cuando tenga la primera menstruación. Usted trae virtudes que aprecio; aprendamos uno de otro y vamos a llevarnos bien; y si no, ahí está la puerta. Eso no se hizo cuando se podía, y ahora no se puede hacer. Pasó el momento. Europa paga las consecuencias.

Déjenme volver a las mujeres con velo, sobre cuya prohibición el Tribunal Europeo de Derechos Humanos dijo hace 20 años que es contradictorio declararse respetuosos con la democracia y los derechos humanos cuando se practican costumbres basadas en la ley islámica. El velo, sea hiyab, chador, niqab o burka, es otra arma de dominación sexual utilizada por el hombre para someter a la mujer. Puede responder a la religión, la moda, la higiene; pero en la Europa laica es símbolo de opresión y barbarie medieval. En ciertos ambientes se usa ahora a modo de reivindicación y desafío por parte de algunas jóvenes musulmanas, como antes fueron, para las europeas, los pantalones o la minifalda. Pero ese símbolo de orgullo para algunas es de resignación y sumisión para muchas otras. La pregunta, o el síntoma siniestro, es por qué las jóvenes lo llevan en tiempos que coinciden con el redoblar de la ultraderecha islámica en todo el mundo. No pueden pretender que eso se pase por alto. Las mujeres que usan voluntariamente velo, así como las feministas ignorantes que las jalean, insultan y abandonan a su suerte a las mujeres que luchan en los países islámicos y a las que sufrieron y lucharon por su libertad en Europa y el mundo. Para muchos musulmanes, una mujer velada no es una ciudadana común, sino un animal doméstico que tutela el varón y sobre el cual decide. Ninguna democracia puede tolerar eso. Es cierto que si una chica enseña el tanga otra tiene derecho a cubrirse la cabeza, y que ahí la sensatez es decisiva. En ese contexto, el pañuelo es perfectamente asumible. Otra cosa es echar un pulso al modelo de derechos y libertades occidentales. Hay que distinguir, y las mujeres musulmanas deben saber distinguir. Cuando a una se le impide o critica llevar velo o cubrirse el rostro en lugares inapropiados, no se ataca su libertad, sino que se la protege. A veces de su familia y su entorno. Otras, de sí misma.

Cada una de estas concesiones ha sido en Europa una batalla perdida, a menudo sin saber que se ha luchado. La ultraderecha islámica es cada vez más arrogante y audaz, aunque no salga en los telediarios. Uno de cada 2 o 3 jóvenes de origen musulmán coloca su identidad religiosa por encima de la nacional -y también la del país de origen antes que el de acogida-, está de acuerdo con la ley islámica y sostiene que la transgresión debe castigarse con dureza. En algunos lugares, la policía islámica de ciertos imanes radicales actúa con impunidad: mujeres no sólo musulmanas son insultadas por la calle, nadie presenta denuncias por miedo a las represalias, y el insumiso se ve condenado a muerte social, boicotean su negocio, marginan a su familia. Pronto los agentes de la seguridad del Estado deberán ser musulmanes para entrar en determinadas zonas, o ir en grupo y armados como ya ocurre en otros lugares de Europa. Lo he visto en París, en Génova, en Marsella.

No hay solución posible. Se equivocan los que dicen que no pasa nada y también los que auguran un apocalipsis moruno. Todo está ocurriendo despacio y de modo natural. Es tan sólo la Historia, que gira sus ruedas. Tardará todavía, pues 30 siglos de civilización no los liquida un velo islámico. Es interesante, de todas formas, presenciar el ocaso de un mundo con la lucidez que proporciona la cultura, parecida a un analgésico: no elimina la causa del dolor, pero ayuda a soportarlo. Sin embargo, hay una pregunta que no viviré lo suficiente para ver la respuesta: los emigrantes musulmanes instalados en Europa, al transformarla y hacerla cada vez más suya, conseguirán tal vez escapar de la miseria que dejaron atrás; pero los que huyen del rigor islámico y sus consecuencias, ¿dónde irán a refugiarse cuando toda Europa se haya convertido en una mezquita?

Arturo Pérez-Reverte
(v.XL Semanal del 2 de agosto de 2024).

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