-El trabajo es suyo... Déme su e-mail y yo le enviaré un formulario para que lo llene, y en el mismo mensaje le indicaré la fecha y hora en la que deberá presentarse para el trabajo.
El hombre responde que no tiene computador y mucho menos e-mail.
El gerente de recursos humanos le dice que lo lamenta, pero si no tiene e-mail, quiere decir que virtualmente no existe y, como no existe, no puede tener el trabajo.
El hombre sale desempleado, sin saber qué hacer, solamente con un billete de US $10 en el bolsillo. Entonces decide ir al supermercado y comprar una caja de 10 kilos de tomates. Toca de puerta en puerta vendiendo los tomates y, en menos de 2 horas, había conseguido duplicar el capital. Repite la operación tres veces más y vuelve a casa con US $60.
Entonces, se de cuenta que puede sobrevivir de esa manera, sale de la casa cada día más temprano y vuelve cada vez mas tarde, y así triplica y cuadruplica el dinero cada día.
Poco tiempo después, compra un furgón que más tarde cambia por un camión y poco tiempo después llega a tener una pequeña flota de vehículos de distribución.
Pasados 5 años, el hombre es dueño de una de las más grandes distribuidoras de alimentos de los Estados Unidos.
Pensando en el futuro de su familia, decide sacar un seguro de vida. Llama al agente de seguros, elige un plan y cuando termina la conversación, el agente le pide su e-mail para enviarle la póliza.
El hombre dice que no tiene e-mail. Curioso, el agente de seguros le dice:
- Usted no tiene e-mail y llegó a construir este imperio, imagine lo que usted sería si tuviese e-mail.
El hombre piensa y responde:
-Sería conserje de Microsoft...
Llevo meses recogiendo noticias estremecedoras sobre las consecuencias que las redes pueden tener en nuestra sociedad. Soy una ferviente partidaria de las nuevas tecnologías, pero cada día me sobrecogen más los extremos a los que estamos llegando. Por ejemplo, la posibilidad de subir un vídeo en vivo parece haber achicharrado la cabeza de más de uno.
Se diría que las redes fomentan cierto nivel de necedad y frenesí hasta en el cerebro del más templado, de la misma manera que ponernos al volante de un coche suele volvernos algo más furibundos de lo que solemos ser. Es como si la inmediatez y la falsa intimidad de Internet nos confundiera sobre la repercusión y la responsabilidad de nuestras palabras. Yo misma, al principio de mi uso de las redes, retuiteé un par de veces contenidos a los que apenas había echado una ojeada, un error garrafal del que aprendí. Pero hay gente que se instala en ese terreno gris y persevera en comportamientos inmorales que quizá jamás tendría en su vida normal.
Sí, hay algo en las redes que nos desconecta la cabeza, que nos emborracha de falsa impunidad, porque, si no, no se entiende que haya tantos cretinos que cuelgan sus crímenes, sin advertir que quizá gracias a eso los detengan. Y ahora calculen lo que este efecto pernicioso puede hacer en las entendederas de tanto arrebatado como pulula por ahí; en la gente amargada, en los inmaduros, en los violentos; en los fanáticos, los envidiosos o los incultos con saña, y con esto me refiero a aquellas personas que, pudiendo haber aprendido más, prefirieron no hacerlo. Esto hace que las redes estén como están, hirviendo de un odio desquiciado y convirtiéndose día tras día en una máquina de difundir mentiras.
Internet está aún en la época del Salvaje Oeste, es un lugar sin ley con linchamientos y matones. Y si los abusos se cometen con adolescentes u otra gente indefensa, pueden causar la muerte. Creo que ya va siendo hora de que ese territorio brutal se ordene y civilice. Y mientras eso llega, ignoremos a los brutos, como en la vieja fábula de las ranas a las que una riada arrojó a un profundo pozo. Las aguas se secaron y parecían condenadas a morir. Unas cuantas comenzaron a trepar por las paredes. Las demás les gritaban: "¡Están locas! ¿Se creen mejores que nosotras? ¡No lo van a lograr, se agotarán y se caerán!". Y, en efecto, una tras otra las ranas fueron cayendo o claudicando. Pero había una que siguió adelante con enorme esfuerzo pese a los aullidos de las demás y que al final consiguió salir. Ya en el exterior, el Sol la iluminó. Entonces las demás pudieron reconocerla: era la rana sorda.
Rosa Montero
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