La novia recibió el paquete y quedó perpleja por el contenido y por la carta, que decía:
Querida mía:
Espero que te guste el regalo que te envío, sobre todo por la falta que te hace, pues las otras que tenías llevabas ya mucho tiempo con ellas y estas cosas se tienen que cambiar de vez en cuando. Espero que haya acertado con el modelo. La dependienta me dijo que eran la última moda y me enseñó las suyas, que eran iguales. Yo para ver si eran ligeras me las puse allí mismo. No sabes como se rió la dependienta, porque estos modelos tan femeninos en los hombre quedan muy graciosos y más a mí, que ya sabes que soy de perfil alargado.
Una muchacha que había allí me las pidió, se quitó las suyas y se las puso frente a mí, para que viera yo el efecto que hacían. Las vi estupendas, le quedaban tan bien que no lo dudé. Las compré pensando que a ti te quedarían mejor.
Póntelas y enséñaselas a tus padres, a tus hermanos y que te las vea todo el mundo en el pueblo. Les encantarán y envidiarán la suerte que tengo de tener una novia tan atractiva.
No te preocupes si al principio te sientes algo rara. Acostumbrada a ir con las viejas, y más ahora acostumbrada a ir sin ningunas. Si te quedan pequeñas me lo dices y se las mandamos a la dependienta para que ella las adapte mejor, a ver si te van a dejar alguna señal cuando te las quites, que luego, cuando quieras ir sin ellas esas marcas se notan y quedan mal. Pero ten en cuenta que tampoco te pueden quedar grandes, que luego vas andando y se te caen.
Llévalas con cuidado, no vayas a romperlas y, sobre todo, no las dejes por ahí, que tienes la costumbre de llevarlas en la mano para que vean bien tus encantos. En fin, sólo te digo que estoy deseando vértelas puestas.
Un beso de molondrón.
Media hora más tarde, por caualidad, un fotógrafo que iba de casa en casa tratando de vender sus servicios tocó a la puerta.
-Buenos días, señora- dijo. -Vengo a...
-No necesita explicarlo- lo interrumpió la señora González avergonzada. -Estaba esperándolo.
-¿De veras?- preguntó el fotógrafo. -¡Qué bueno! ¿Sabe usted que los bebés son mi especialidad?
-Bueno, eso es lo que mi esposo y yo esperábamos. Por favor pase y tome asiento.
Después de un momento le preguntó, ruborizándose -Bueno, ¿por dónde empezamos?
-Déjemelo todo a mí. Usualmente acostumbro dos en la tina de baño, uno en el sillón, y quizá un par en la recámara. Y algunas veces el piso de la sala es divertido. Verdaderamente uno puede expandirse allí.
-¿Tina de baño, piso de la sala? ¡No me extraña que no funcionara con Enrique y yo!
-Bueno, señora, ninguno de nosotros puede garantizar una buena cada vez. Pero si probamos diversas posiciones y disparamos desde 6 o 7 ángulos, estoy seguro de que le compacerán los resultados.
-¡Caramba! ¡Eso es demasiado!- dijo entrecortadamente la señora González.
-Señora, en mi línea de trabajo, un hombre tiene que tomarse su tiempo. Me encantaría entrar y terminar en cinco minutos, pero estoy seguro de que usted se decepcionaría con eso.
-No sé- constestó la señora González en voz baja.
El fotógrafo abrió su maleta y sacó un álbum de retratos de bebés. -Este lo hice arriba de un autobús- explicó.
-¡Dios mío!- exclamó la señora González llevándose las manos a la garganta.
-Y estos gemelos resultaron excepcionalmente buenos, si considera que fue especialmente difícil trabajar con su madre.
-¿Ella fue difícil?
-Me temo que sí. Finalmente me la tuve que llevar al parque para hacer el trabajo. La gente empezó a juntarse alrededor, en cuatro o cinco filas, para echar una buena mirada.
-¿Cuatro o cinco filas?- preguntó la señora González con los ojos abiertos como platos por la impresión.
-Sí-, contestó el fotógrafo. -Y durante más de tres horas. La madre constantemente se quejaba y gritaba. Con dificultad podía concentrarme, y cuando empezó a oscurecer tuve que apresurar mis disparos. Finalmente, cuando las ardillas empezaron a morderme el equipo, tuve que guardarlo y dar todo por terminado.
La señora González se inclinó hacia adelante. -¿Quiere decir que ellas realmente le mordieron... eh... su equipo?
-Es cierto, señora, sí. Bueno, si está usted lista, permítame sacar mi tripié y podremos empezar a trabajar inmediatamente.
-¿Tripié?
-Sí, señora. Necesito usar un tripié para sostener mi Canon. Es demasiado grande para sostenerla con la mano mucho rato.
La señora González se desmayó.
-¿Qué diablos es eso?- pregunta Arlene.
-Un condón. Así mi cigarrillo no se humedece.
-¿Y dónde lo compraste?
-Los venden en cualquier farmacia.
Al día siguiente, Arlene se da una vuelta por la farmacia más cercana y le pide al dependiente una caja de condones.
El farmacéutico, obviamente avergonzado, la mira con extrañeza (después de todo, ella pasa de los 80 años de edad), y con mucha discreción le pregunta qué marca y tamaño de condón prefiere.
Ella le contesta: -No importa, hijo, siempre y cuando le quede a un Camel.
El farmacéutico se desmayó.
(Recibido per e-mail el 20 de marzo de 2013 [en inglés el original]).