Considerado hoy en día un foco de contaminación, en su momento el Salto de Juanacatlán fue considerado el "Niágara de México".
El nombre de Juanacatlán proviene del maya, estructurado en torno a resonancias poéticas, y significa "cascada entre los campos de caña".
Las cataratas de Juanacatlán están localizadas a unos 15 kilómetros del lago de Chapala, y aproximadamente a una hora de distancia de Guadalajara. Corren sobre el cauce grande del río Santiago, entre los municipios de Juanacatlán y El Salto, en un desbordamiento tumultuoso entre las planicies y los cerros, y entre mezquites y arbustos espinosos que brotan de los despeñaderos que formaron los siglos.
Las aguas de Juanacatlán son tristes, espumosas, arrastrando en su curso un torrente de contaminación de las empresas y los complejos industriales que a su vez arrasaron con los páramos, los cañaverales y las planicies arboladas del valle. A ambos lados del cauce existen fincas derruidas donde no parece concebible que pueda habitar el humano, y que conjugan el panorama de la desolación.
El Salto de Juanacatlán es uno de los puntos rojos de contaminación en Jalisco, y a lo largo de los años se han llevado a cabo intentos infructíferos por sanar y limpiar sus aguas, en palabras con propósitos políticos que nunca llegaron a hechos verdaderos. Son tentativas tardías, que se demorarán en ordenar la catástrofe dejada por décadas de complicidad entre el gobierno y las industrias que utilizaron las cataratas como resumidero.
Quienes viven alrededor de la caída de agua denuncian el hedor insoportable, la ponzoña agarrada de uñas en el ambiente y en la vida misma, y las repercusiones que la toxicidad del agua han ocasionado en la salud de las personas, con riñones desbaratados, la sangre envenenada, y esperanzas sin futuro.
Fotógrafos del pasado, no obstante, la retrataron para siempre en la gloria que un día se creyó eterna, y de la que hoy solo nos quedaron los despojos. Un viajero del siglo XIX llegó a describirla de un modo casi fantástico, sorprendido por la reciedumbre del agua como un ejemplo definitivo de lo que es la vida: "Cuando faltaban un poco más de 5 kilómetros para llegar a ella, un rugido como de trueno lejano se dejó escuchar; nos íbamos aproximando y el ruido iba en aumento. De repente, al salir de un espeso matorral, ¡ah!, quedamos maravillados con la vista de imponente espectáculo que teníamos enfrente. Mucho tiempo contemplamos esta maravilla, admirados de que el inmenso caudal de aguas del gran río Lerma se precipitara a la altura de 50 metros, formando una cortina de cristal (...) y complacidos también de los mil arcoíris que se formaban con los vapores". (De acuerdo con el libro "Jalisco", de la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuito, de la generación 1993-2008, disponibles a través de la plataforma CONALITEG).
Juanacatlán hoy en día se pudre en sus propias aguas, en los residuos que se resisten a la lógica de la naturaleza y de la vida misma. Lejos quedaron las épocas donde el torrente serpenteaba a través del valle y se fragmentaba en un estrépito de espuma y de colores que enmudecía a los pájaros y todo cuanto se encontraba kilómetros a la redonda, y que llevó a las personas de su tiempo a la ilusión feliz de que teníamos un Niágara en Jalisco, en México.
(V.periódico El Informador en línea del 20 de septiembre de 2023).De acuerdo con el Gobierno de Jalisco, Chapala significa "lugar de búcaros u ollas pequeñas" (náhuatl); "lugar muy mojado o empapado" (coca), o "lugar de chapulines sobre el agua" (náhuatl).
En las aguas plácidas de Chapala se congrega un remanso de vida imprevista. Parvadas de patos, garzas inmóviles y gaviotas voraces, serpientes minúsculas que trazan en ondas breves su recorrido silencioso sobre la superficie del cielo repetido, y año con año legiones inesperadas de pelícanos borregones atraviesan las distancias de un continente entero para huir de los mares gélidos de Canadá y navegar sin contratiempos en la superficie platinada de Chapala.
A Chapala se llegaba por caminos de terracería, y quedaba cerca de 3 horas de distancia de Guadalajara.
En cuanto a su tamaño, que abarca los territorios de Jalisco y Michoacán, Chapala no es más que un remanente de lo que alguna vez fue: de acuerdo con investigaciones científicas, hace siglos el lago pudo ser aproximadamente "30 veces mayor a lo que hoy es".
Cuando Nuño Beltrán de Guzmán dio inicio a su campaña de conquista en el siglo XVI, los primeros españoles desorientados que se adentraron en lo que hoy se conoce como la región de la Ciénega, creyeron que las corrientes en las que navegaban no eran las de un lago, sino de un océano: quedaron alucinados con la visión de las aguas extendiéndose mucho más allá del horizonte de su incertidumbre. En los mapas antiguos, Chapala aparece retratado, como una verdad irrefutable, como "mar Chapálico".
De acuerdo con el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), la primera persona que apeló a los recursos de la imaginación para creer que lo que veía era un mar, y no un lago, fue Fray Antonio Tello en su Crónica Miscelánea de la Sancta Provincia de Xalisco (1653). En ella alabó el agua de Chapala, "dulce y sabrosa y tan limpia". Así fue como lo describió: "Subiendo a lo alto del cerro se ve la laguna de Chapala, en la que entra el río Lerma o Toluca, o Salamanca (...) que entre todas lagunas se intitula el mar Chapálico: tan especial que siendo sus aguas dulces y saludables, son sus arenas limpias y está libre de cieno y atolladeros; sus playas son en algunas partes muy esparcidas y en otras las aguas chocan en riscos y peñascos, levantando olas y sus resacas arrojan conchas y caracoles (...) produce en abundancia pescado bagre deleitoso al gusto, tan grande que desde una cuarta llega su variedad a vara y media y el blanco llega a media vara; tan sano que a ningún enfermo se le prohíbe y no hay pescado como el en todo el reino".
Por su parte, el ilustre sabio don Mariano de la Bárcena y Ramos, anticipándose cuatro siglos a los estragos de la gentrificación, predijo que en Chapala se levantarían casonas en su borde "como en Suiza".
Hoy Chapala dista mucho de lo que fue en el pasado. Sus callejones de piedras y bugambilias sirven de refugio para gringos y canadienses retirados que cambian la lógica cotidiana con la intransigencia del dólar. El lago se reduce poco a poco con asentamientos urbanos irregulares que el gobierno avala y permite incluso en zonas federales. Los alrededores del lago se secan con los cultivos crecientes de berries, como planicies metálicas sin fin que le dan un aspecto de alambre al horizonte.
El uso desmedido y la explotación del lago como una de las principales fuentes de agua de la zona metropolitana de Guadalajara lo han llevado a periodos críticos de sequía, como el de la temporada de calor de este año, en la que nuestro lago llegó a alcanzar el 30% de su capacidad total. Al momento, según la Comisión Estatal del Agua de Jalisco, Chapala se encuentra al 43.8200% de su nivel.
Del Chapala que inspiró a tantos artistas y atrajo a tantos extranjeros, no quedan más que los recuerdos. Marta Gutiérrez recuerda cuando, en su juventud, pasó su luna de miel en Chapala. No tenía más que 18 años, y junto con su esposo, tardaron poco más de 3 horas, desde Guadalajara, en llegar al destino a través de un camino de terracería y rocas.
Cuando vio por primera vez a Chapala bajando por las curvas despedradas del cerro, desde el interior de su carro destartalado, creyó, efectivamente, que lo que veía en el horizonte de plata era el océano mismo. Se hospedaron en un hotel frente al lago, entre enramadas y arbustos de bugambilias, a mediados de 1950, cuando Agustín Yáñez gobernaba Jalisco, y Adolfo Ruiz Cortines regía México.
Esas eran los posibilidades que Chapala ofrecía entonces, con playas en sus orillas frescas y en su arena limpia, y había tanta agua que incluso se formaban olas donde la gente nadaba. Decían que era "un mar para los pobres". A Marta no le importaba. Fue feliz. Muchas otras veces a lo largo de su vida regresó al lago, incluso después de que falleciera su esposo. Quedó en su memoria el mecer de los árboles, las risas de los niños, las gaviotas al atardecer suspendidas sobre las olas del lago. Chapala jamás volvió a ser el mismo.
(V.periódico El Informador en línea del 7 de agosto de 2024).